Gritos de las almas del purgatorio –de los maridos a sus mujeres
Gritos de las almas del purgatorio
Gritos de los maridos a sus mujeres
¡Ah mujer, ah esposa mía! ¿Es posible que si viniendo a tu casa, y oyendo a un perrito faldero que dentro de una habitación está ladrando, te afliges y al punto le abres la puerta compadecida de que se quedó una tarde encerrado, y yo que soy el alma de tu marido, no te mueve lo que un perro?
Desde que la muerte me apartó de tu compañía, quedé encerrado en este sombrío y oscuro recluimiento del Purgatorio, donde esto sin comer, sin dormir, sin descansar un solo instante, padeciendo siempre y más padeciendo, y no solo una tarde, sino tantos años, como los que nos dividió la muerte. Desde aquí estoy llamando en la puerta del Cielo con abrasados suspiros, y en la puerta de tu memoria con lamentables gritos, y aunque los oyes, no me abres; ¿en qué ley cabe que te deba más un perro sin alma, que el alma de tu marido? Cuando no hagas más por mí, has siquiera tanto como haces por un perro. A él lo compadeces si lo oyes encerrado, a él lo alimentas si lo ves hambriento y a él solicitas la libertad si no la tiene.
Compadécete, pues, de mí, querida esposa mía, dame el socorro de algunos sufragios u oraciones; apágame con ellos esta ardientísima hambre de ver a Dios, que es lo que más me aflige. Solicítame así la libertad de tan pesado cautiverio; si esto haces por un perro, que después para en un muladar, para que su hedor no te mate, hazlo por quien después ha de parar en un Cielo, y te ha de granjear con su intercesión, la vida.
¡Pero ay de mí! ¡Qué poco eco hacen en ti estos lamentos! Pues no te mereció mi amor esta crueldad; si tal vez te desazoné con mi condición, no pasan de los puertos de esta vida los rencores de esa. Olvida lo que hice y considera lo que padezco. ¡Ah, si lo supieses! ¡Ah, si lo vieses! ¡Ah, si aun lo soñases! Pues aun lop soñado ha hecho efectos enormes en los mortales.
Pero sin fruto, clamo a tu puerta, pues desde que me perdiste de vista, la pusiste en el aumento de la vanidad con gasto de mi desamparada alma. Pues, ¿a dónde he de apelar? ¿A dónde si tú, esposa mía, me vuelves la espalda? No hallo a donde, si tú no me alivias, pagando las deudas espirituales que dejé, y que me tienen aquí. No hallo a dónde, si ahora mismo oyendo estos suspiros no me ofreces el número que puedas de sufragios y así, pues, no lo puedo conseguir de tu amor, vuelvo a sumergirme en este calabozo tan atroz, sin esperanza de otro, pues tú me faltas. ¡Ay de mi! ¡Ay! ¡Ay!
Padre nuestro y Ave María.
Fuente imagen: Hellmout. Hours of Catherine of Cleves
img credz: pixabay.com
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Thanks !
Un poco de escalofríos, excelente amigo.
muchas gracias, espero publicar el siguiente pronto.
que triste
Lástima que me tarde en entrar para votar... gracias por comentar.. espero publicar otro pronto.