Hoy tuve una experiencia curiosa en el banco.

Fui a retirar algo de dinero del cajero automático, ya sabes, lo típico, y la fila estaba más larga de lo que esperaba. Delante de mí había una dulce ancianita, de esas que siempre tienen un aire de abuelita tierna que te hace pensar en galletas recién horneadas y consejos sabios.

La señora estaba luchando con el cajero automático. Parecía que no entendía muy bien cómo funcionaba la pantalla táctil, porque seguía apretando con el dedo en lugares aleatorios mientras murmuraba:

—¡Ay, estas máquinas modernas! Antes todo era tan sencillo…

Yo, con mi paciencia al límite pero tratando de ser amable, me crucé de brazos y esperé. En ese momento, ella se volvió hacia mí, con una sonrisa nerviosa, y me dijo:

—Joven, ¿podría ayudarme a revisar mi balance?

Así que la empuje