Sabor

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El ritmo de la música Jazz era lento. La iluminación tenue daba una mayor ambientación. Bárbara bailaba al suave ritmo del saxofón. Los tres shots de Tequila que se había tomado hace un momento ya corrían por sus venas, haciendo sus movimientos más libres, la mente se desconectó de los miembros, la música los llevaba consigo.

En el rincón más oscuro de la habitación, él observaba todo desde la silla al lado de la cama. Su quijada estaba apoyada entre el pulgar y el dedo índice. Apreciaba cada movimiento de Bárbara. La veía como una hermosa nereida, un espíritu del agua que se movía al ritmo de la serena corriente.

El saxofón dio paso a un solo de bajo, el sonido grave y profundo recorrió su cuerpo. La figura esbelta de la joven se movía perfectamente con el instrumento. Y su gran sonrisa se podía apreciar a pesar de la poca iluminación. Las sombras que se proyectaban sobre su piel morena y casi desnuda la hacían mucho más hermosa.

Él siguió observando, admirando el espectáculo… Esperando a que la droga hiciera más efecto.

Bárbara estaba totalmente dopada cuando él la llevó en brazos a la cama. Ella sonreía incontrolablemente, besándolo en el cuello con mucho deseo. Esta sensación no le provocó el más mínimo estímulo.

Sutilmente la postró boca arriba en la cama. Su cuerpo semidesnudo era más apreciable. Él se puso encima de ella. Comenzó a besarle el cuello, liberando toda clase de químicos en el cerebro de Bárbara que se esparcieron por su cuerpo en forma de escalofríos.

Ella empezó a moverse. Él le sostuvo la cara con sola mano, asegurándose de dejar su cuello expuesto para seguir besándola. Bárbara no se resistió.

Una cacofonía de sensaciones bañó su sistema nervioso cuando sintió algo frío y punzante, seguido de un dolor penetrante que estalló en el cuello, alertando al resto de su cuerpo de un peligro inminente. Intentó gritar, pero la gran mano del hombre le cubría la boca, abrazando su mandíbula con gran fuerza. Sintió la sangre fluir fuera de ella, sintió su calor y espesor bañándola. Intentó moverse, patear, golpear. Todo fue inútil, estaba sometida, y estaba muriendo. Lo último que vio fueron esos intensos ojos cafés.

Él continuó sobre ella. Observó lo que había hecho. En su mente revivió todo nuevamente. Él besándola, su mano deslizándose bajo la almohada, sus dedos entrando en contacto con el metal del cuchillo, su mano empujando la punzante hoja sobre la carne de ella. La resistencia, el miedo, la angustia…, la sangre.

Ver como la vida abandonaba los cuerpos mientras el alma estaba en su estado más vulnerable, lo producía cierto placer.

El cuchillo fue retirado, y la sangre comenzó a salir descontroladamente.

Al sentir el líquido tibio y pegajoso en su mano, su cuerpo se estremeció, escalofríos lo recorrieron, los químicos en su cerebro se dispararon, viajaron por las extremidades en forma de un intenso cosquilleo. La respiración se aceleró y sufrió una erección inmediata. Se llevó la mano a los labios. Al saborear el líquido carmesí su boca salivó.

Se quitó la camisa. A ella la agarró delicadamente del rostro e inclinó su cabeza para descubrir su cuello nuevamente, la herida seguía expulsando ese exquisito elixir. La cubrió con su boca, y comenzó a succionar.

Un calor recorrió su garganta hasta llegar al estómago. Se sació poco a poco, saboreando cada gota del elixir.

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