Los Ojos de Calíope: Acto V
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Acto V
Asalto en las Nubes
La noche llegaba a su fin y el estrellado cielo daba paso a los primeros rayos del sol. Desde la entrada de la cueva podía divisarse el amanecer, el cual dibujaba líneas naranjas sobre el horizonte.
Calíope se asomó, sus ojos brillaron ante semejante espectáculo de colores. Los rayos cálidos de la mañana calentaban su piel, intensificaban el color azul de las paredes de la cueva y tornaban el plumaje amarillo de Perseus más brillante.
El joven jinete rebuscaba en su bolso. La alegría lo invadió cuando la audacia de Perseus le hizo recoger sus cosas antes de irse volando del lugar del ataque. Todo estaba ahí, su rifle clayvor de alto calibre, un revolver, un segundo par de gafas para volar (las primeras los había perdido). También había accesorios, como dos muñequeras de ironnum y un cinturón de municiones. Todo lo demás estaba en su brazalete, el cual conectó a sus gafas.
Mientras se equipaba repasaba en su mente lo que había estado maquinando la última hora. Sabía que era un suicidio, pero debía ir por sus amigos, considerando que seguían con vida. Luego estaba el asunto de Calíope… No tenía tiempo para pensar en ello, aunque ya sabía lo suficiente.
La extracción estaba pautada para las primeras horas del alba, pero sería peligroso que se llevara a cabo con los matones en la isla. Además, Tiberino había vuelto esto algo personal. Tenía que ser él, de alguna forma los rastreó.
Observó hacía la entrada de la cueva.
Calíope estaba sentada en una roca y metía sus pies en el agua. Seguía mirando el amanecer. Ella era otra razón por la que debía hacer esto. La niña era como él, abusada a temprana edad, privada de su inocencia, empleada como conejillo de indias, todo hecho por el mismo hombre. Él y los otros no tuvieron esperanza hace unos años, pero Calíope sí la tenía.
Perseus se le acercó. La cueva no era lo suficientemente ancha por lo que el ic’lua se veía aún más grande. Soltó un suave ronroneo, el joven puso la mano sobre el hocico de la criatura y sus mentes se conectaron.
–¿Estás listo?– le preguntó. Soltó un profundo suspiro. –. Lo sé… probablemente muramos. Sin embargo, de peores hemos salido.
Se encaminó a la salida y se arrodilló frente a la niña.
–El hombre malo no volverá a hacerte daño– le prometió. –. Aquí estarás segura, Perseus y yo iremos por nuestros amigos y, terminaremos con esto de una vez.
La niña asintió con inseguridad. Perseus le acarició la cara con su pico y esta sonrió. El jinete estaba conmovido, Calíope había formado un vínculo con el ic’lua así como él lo había hecho hace años.
Salieron de la cueva, dejando a la niña escondida.
Mientas se elevaban el jinete se colocó sus gafas y protectores auditivos, aseguró el arnés de la montura a su cintura y presionó un panel ubicado al borde de esta. De la montura comenzó a salir un manto de color gris que cubrió el cuerpo del ic’lua, salvo por las patas, las alas y la cabeza. Una sólida armadura de ironnum se solidificó encima de Perseus.
Ascendieron con rapidez, el viento de la mañana era frío. Cuando llegaron a trescientos metros, rodeados sólo por nubes, se detuvieron. Podían ver la isla casi en su totalidad, gran parte estaba rodeada por un frondoso bosque de color morado, el restante lo conformaba una gran montaña de roca azulada, aquella que habían visto cuando llegaron.
–Hazme saber lo que ves.– le dijo el jinete con sus pensamientos.
Perseus escrudiñó el panorama con su vista. El viento y el batir de sus alas era lo único que se escuchaba. Luego de un par de minutos el ic’lua divisó algo y gritó.
–¡Perfecto!– exclamó. –Veamos cuantos son.
Mientras su amigo miraba, el jinete apreció por un momento el paisaje que se cernía debajo de ellos. De repente divisó una gran lectura de calor que salió del bosque, un cuerpo marrón se acercaba a ellos, los rayos del sol hicieron brillar su cuerpo metálico.
–¡Una nave! ¡Nos vieron, vamos!
Perseus se impulsó hacia abajo, estirando el cuerpo y plegando las alas, cayendo en picada. El joven jinete se sujetó fuertemente con las piernas, desenfundó el rifle clayvor de su espalda y se agazapó sobre el lomo de su amigo. Aun con los protectores el viento silbaba en sus oídos, a cada segundo la nave se hacía más grande. A pocas decenas de metros la nave comenzó a disparar, el ic’lua viró hacia un lado y, cuando ambos cuerpos se encontraron, extendió las alas. Su descenso se frenó bruscamente.
Con la nave encima de ellos, el jinete se volteó y apuntó con el rifle, acertando cuatro disparos en el casco antes de que la nave virara a la derecha.
–¡Ya es nuestra!– aseguró.
Ascendieron nuevamente y observaron cómo humo negro empezaba a salir de la nave en pequeñas cantidades. El jinete sonrió. El rifle seguía cargado con balas penetrantes. La nave descendió y se dirigió hacia la gran montaña, ellos la siguieron. Perseus se niveló a su misma altura para que el joven tuviera mejor ángulo de tiro. Apuntó a los propulsores y disparó, averiando uno. Iba a disparar al otro cuando proyectiles vinieron desde abajo y le dieron a Perseus, este gritó mientras una segunda nave pasó justo detrás de ellos.
–¡Mierda! ¿Te dieron?
Su cuerpo había sido protegido pero el ic’lua le dijo que una bala traspasó la membrana de su ala izquierda, sin embargo aún podría volar, mientras no hubiera que ganar mucha altura. La criatura le transmitió sus pensamientos.
–Lo que sugieres es una locura… pero no hay otra opción. Hay que deshacernos de ellas.– enfundó su rifle.
Descendieron hasta los árboles, donde las naves no podrían seguirlos de cerca. Perseus se sumergió en el bosque, volviendo a emerger en unos segundos. Se elevó un poco más y voló a toda velocidad, dejando atrás a las naves.
Abajo en el bosque, a dos metros del suelo, el joven jinete se sostenía de una rama. Se dejó caer y rodó sobre su hombro. Desenfundó el revólver y activó el silenciador. Según Perseus debía ir medio kilómetro al sureste.
Se movía rápida y sigilosamente, si bien no había hombres podía haber drones patrullando. Atravesó el bosque sin problemas hasta llegar al campamento de los mercenarios. Se agazapó entre los arbustos a una distancia segura, y con sus gafas estudió el escenario. Al menos una docena de hombres, todos armados, dos naves. Divisó a Marko Tiberino, eso lo tomó tan desprevenido que tardó en darse cuenta de que sus amigos también estaban ahí, golpeados pero vivos, amordazados con esposas.
La alegría lo invadió pero debía concentrarse en armar un plan. Llamó a Perseus, pero algo extraño pasó, ya no se sentía conectado a él. El pánico comenzó a apoderarse de él al pensar lo peor, se esforzó por mantener la calma. Mientras lo hacía sintió como alguien le apoyaba la punta de un arma sobre la cabeza.
–Levántate.– dijo una voz
Fin del Acto V
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Hola, debo admitir que me atrapo la historia, cauitivante y misteriosa, me fui corriendo a leer los anteriores para entender mejor.
Espero seguirme pasando por acá.
Saludos.
Fue un gusto haber despertado tu interés, y me alegra que te haya gustado. Lo agradezco.
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como siempre gran trabajo mi estimado @niklaus22 siempre es bueno leerte, fuerte abrazo.
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Excelente post y una excelente narrativa. Felicidades!