Cabalgar

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La curiosidad de Adam llegó demasiado lejos esta vez, ahora un grupo de dementes que adoraban a una criatura antigua lo perseguían.

Mientras cabalgaba en un caballo (robado, cabe destacar) por las calles de la Londres victoriana, no dejaba de pensar en los horrores que había visto en aquel lúgubre sótano. Normalmente, cuando escapaba de este tipo de situaciones, lo más inteligente era ir por las calles más oscuras. Pero, esta metida de pata no fue como otras veces, haría lo posible por mantenerse en zonas iluminadas.

Casi pudo sentir como esa neblina de tentáculos lo arrastró a él mismo, dentro de un agujero tan oscuro, que parecía absorber la luz que entraba de la calle, por la única ventana de la habitación.

Temía que, si entraba en las sombras, esas extremidades repulsivas saldrían a reclamar su carne. La idea de que su piel fuera arrancada por esos tentáculos dentados, le produjo escalofríos.

Ya tenía toda la información que necesitaba. Cuando llegara al despacho de ese estirado abogado, se aseguraría de cobrarle el doble de lo que le habían pagado. Ningún monto haría valer la pena el lío en el que se había metido, pero si podía exprimir un poco más al viejo estirado, sin duda aprovecharía para comprarse un par de botellas extra de Whisky y tratar de olvidar lo que vio esta noche.

Ese raro sonido no dejó de rondarle la mente. Un gruñido gutural que los acólitos (no se podía creer que estuviera usando este término) pronunciaban a cada momento mientras estaban alrededor de ese extraño símbolo en el suelo, dibujado con tiza.

Sectas secretas y tenebrosas. Como investigador privado, ahora sí que Adam lo había visto todo. En este momento lo único que le interesaba era llegar a su departamento y esperar al amanecer.

Continuó por las adoquinadas calles, los cascos del caballo hacían eco en la oscuridad.

De repente, Adam escucho algo que se abrió paso entre el golpeteo de los cascos con las piedras. Un graznido.

Al alzar la vista al cielo nublado, el hombre localizó una figura negra moviéndose entre el blanco mano de nubes. Tardó unos segundos más en darle forma a la figura. Parecía un ave.

De repente, vio al ave descender a gran velocidad. Adam no se alarmó, hasta que se dio cuenta del tamaño colosal del animal. Cuando esta cayó sobre él, Adam gritó.

Pocas calles más abajo, el caballo entró a una avenida más transitada, pero las pocas personas que observaron al animal correr, solo vieron una montura vacía.

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