Lluvia de nieve, intempestiva. Viento gélido, inmisericorde. La gran noche va cediendo lentamente el paso al largo día polar.

       En medio de la blancura, como un lamento que se camufla con ella, va andando lánguidamente, con pasos inseguros, una pequeña criatura. Parece una mota de algodón perdida en la tormenta. Su caminar torpe casi moribundo, lo arrastra, sin darse cuenta, hacia el bramido del océano, cuyo sonido se ha hecho uno con el viento.

       Tanto por cansancio como por hambre, el pequeño cae sobre la nieve. Rendido, se va entregando al sueño hipnótico del frío que yace a las puertas de la muerte.

       Muy cerca de ese lugar, un anciano nómada ha erigido un pequeño iglú. Mientras intenta recordar una vieja canción inuit, prepara sus utensilios de cacería; estira sus brazos, y con su habitual desdén, se asoma para ver si ha cesado la tormenta, porque ya el silbido del viento se escucha muy bajo.

      Bajo la tenue nevada, observa con su mirada gris el entorno, y algunos recuerdos de su juventud acuden a su mente. De repente, se ve a sí mismo compartiendo con sus antiguos compañeros que ya no están, persiguiéndose y lanzándose nieve unos a otros. Fueron momentos maravillosos.

       Pasado un rato, vuelve en sí, y recuerda que se está preparando para salir a buscar algunas provisiones. Sacude su cabeza, como si esas vivencias fueran gotas de agua que pudieran quitarse con ese movimiento y entonces mira hacia arriba.

       Decide que es oportuno salir a pescar algo, por lo que comienza su habitual recorrido hacia el valle, y cuál es su sorpresa que, al intentar subir por un montículo de nieve, tropieza con una pequeña criatura, una mota blanca que yacía inconsciente en el suelo.

       "Pero qué...", interrumpe su frase y se agacha. Entonces resuelve envolverlo en una manta que usaba para cubrirse el cuello y la mitad de su rostro, y se lo lleva a su casa.

       "¿Qué extraño? Es como un pequeño oso polar, pero con la cara de un niño" reflexiona. A medida que el calor del cuerpo se fue acumulando, el pequeño ser envuelto iba recuperándose, lentamente.

       El anciano lo mira con afecto maternal, percatándose de sus leves movimientos. Y le dice: "Te llamarás Nube", mientras lo acaricia.

       Cuando está por entrar a su iglú, se da cuenta que el pequeño tiene una especie de cadena en su pata donde se puede leer: “Advertencia: Si ha encontrado este espécimen, por favor llame a los siguientes números: 089… devolverlo al Laboratorio inmediatamente”.

       El anciano se encoge de hombros y le dice: "Nube, no sé qué seas, pero lo que sí sé, es que te quedarás acá conmigo. Seguro no será por mucho tiempo, porque estos ojos ya están cansados; supongo que serás una última buena compañía para este viejo". Fin

Gracias por la bondad de pasar por acá y regalarme un interludio de tu tiempo, un trozo de la aventura de tu vida. Son bienvenidos todos tus comentarios.