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RE: 🇻🇪 PARTE 126: Daré hasta 2 dólares a todos los que comenten su comprensión sobre el video. Para apoyar a la gente especialmente en países de habla hispana como Venezuela, Bolivia, Guyana, Paraguay, Ecuador y Perú ...🇻🇪

in #spanish6 years ago

Saludos hermanos @hiroyamagishi y @fatimajunio

Antes que nada, se debe aclarar que la Biblia no habla de prohibir las transfusiones o donaciones de sangre como práctica de medicina para salvar a enfermos, simplemente porque los antiguos no conocieron este tratamiento. Se conoce a los testigos de Jehová: su rechazo a las transfusiones de sangre.

Los israelitas del A.T., como otros pueblos antiguos de aquel tiempo, pensaban que la vida (o el alma) de cada ser estaba en la sangre.

Gén. 9, 4-5: «Lo único que no deben comer es la carne con su alma, es decir, con su sangre... Reclamaré la sangre de ustedes, como si fuera su alma».

La prohibición original de comer sangre pertenecía a la parte ceremonial de la ley de Moisés.
Las leyes relacionadas con lo que los israelitas podían o no comer se les dieron para mantener la distinción entre el pueblo del Señor y los demás pueblos, y así hacer separación entre ellos. Pero con la inauguración del nuevo pacto, esa separación quedó abolida por la Cruz de Cristo (Ef. 2:11 y ss.), y por el cambio de un pueblo de Dios uninacional (Israel) a un pueblo de Dios omninacional (la Iglesia).
Además, en el libro de Levítico, la prohibición de comer sangre aparece en el contexto de los sacrificios de los animales: “La vida de la carne está en la sangre, y Yo se la he dado a ustedes sobre el altar para hacer expiación por sus almas. Porque es la sangre, por razón de la vida, la que hace expiación” (Lv. 17:11). Y de la misma manera que la muerte de Jesús puso fin a los sacrificios de animales, la prohibición de comer sangre también perdió su razón de ser, ya que esta se cumplió en “la madre de todas las expiaciones”: la que fue efectuada por la sangre de Cristo.

A lo largo de la Biblia, la sangre habla de expiación y salvación. Desde las túnicas de pieles de las que el Señor vistió a Adán y a Eva después de la Caída y que parecen implicar la muerte de uno o más animales, pasando por la sangre de Abel que clamó al Señor, y por todo el sistema de sacrificios de animales incorporado en las leyes ceremoniales judías, culminando en la muerte de Jesús en la Cruz en expiación por el pecado; la sangre derramada del Señor Jesucristo pertenece al corazón del evangelio. Salvando las distancias, ¡Jesús es nuestro gran “donador de sangre”, y su sangre ha hecho posible la “transfusión” espiritual que nos ha hecho pasar de la muerte eterna a la vida eterna. Sí, el lenguaje de “donación” y “transfusión” es metafórico y no se debe llevar demasiado lejos, pero eso no le quita el lugar central a la sangre derramada de Jesús, como lo vemos en el mensaje del evangelio.
Si el Hijo de Dios dio su vida por nosotros, ¿acaso no debemos nosotros dar nuestras vidas los unos por los otros? Y si Él derramó su sangre para salvarnos y darnos vida, ¿acaso no es hasta muy apropiado que nosotros demos aunque sea una parte de nuestra sangre para “salvar” y “dar vida” a nuestros semejantes? En otras palabras, el mayor donador de sangre de toda la historia fue el Señor Jesucristo, el Cordero de Dios; la más valiosa donación de sangre fue la de la Cruz; y las personas que más le deben a una donación de sangre somos nosotros, los creyentes. ¡El mejor argumento a favor de la donación y las transfusiones de sangre es el evangelio!

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