Secuestrado.
Corría el mes de septiembre del año 2.014, cuando mi sobrina Martha me llama ahogada en llanto, muy extrañado le pregunto qué está pasando, ella suele ser una persona muy alegre y despreocupada, escucharla en ese estado era algo muy inusual, no podía entender que quería decirme, le pedí que respirara profundo, para que se calmara y de ese modo pudo tener coherencia en sus palabras – “se llevaron a Santo, mi hijo” – esa frase me dejó en blanco, le pregunté donde se encontraba y le dije que nos veríamos en quince minutos, para que me pusiera al tanto de la situación.
Mientras manejaba a su encuentro, mi mente daba muchas vueltas, no podía entender la gravedad de la situación y cómo podía enfrentarse, la angustia me hacía acelerar más. Me había pedido no comentar nada a nadie, ni siquiera a mi hermana, quien es su madre. Yo le había dicho que nos viéramos en un café cercano, para tener privacidad.
Al vernos me abrazó, seguía llorando incontrolablemente, logré calmarla y empezó a narrar una historia algo extraña de una venta de algunos aparatos electrónicos, entre ellos puntos de venta y teléfonos celulares de alta gama, ella ya había colocado algunas unidades y ganado la confianza de sus proveedores, por lo que ellos le proporcionaron 28 unidades diferentes que ella debía cancelar a la brevedad. El monto ascendía a $ 42.000, además por la circunstancia, ahora había que pagar rescate.
Esas unidades las había colocado a compradores a través de las redes sociales a quienes les había pedido su pago en moneda americana por adelantado, pero en lugar de devolver el dinero a sus acreedores, “invirtió” el dinero en divisas en un “negocio” que le presentara un “amigo”, donde ganaría el 50% de lo invertido en apenas tres días, una vez tranzado este otro negocio su “amigo” desapareció.
Estuvo dándole largas a sus acreedores, les inventaba historias, no asistía a los encuentros pautados para avanzar los pagos y estos le amenazaron, sin embargo, ella trataba de evadirlos, al cabo de más de una semana el niño desapareció del colegio y me mostró el mensaje recibido que decía que si no devolvía el dinero, no vería más a su hijo.
Le dije que pagáramos una parte del dinero, pero era todo o nada, ahora pedían $ 100.000 para devolver al niño, mostrándose intransigentes, ya que habían sido engañados por ella. Incluso hablé con ellos y eran muy amenazantes, la situación era desesperada, no había de donde sacar tanto dinero en tan poco tiempo.
Yo tenía algunos contactos por haber dado clases en varias universidades y entre mis exalumnos hay una persona con quien hice muy buena amistad y en una oportunidad me relató que formaba parte de un equipo élite de las fuerzas de investigación que eran utilizadas como fuerza de choque para “eliminar” problemas, generalmente delincuentes de alta peligrosidad.
De inmediato me comuniqué con Tony, a quien puse al tanto y me pidió algunos detalles específicos y dos horas para comunicarse de nuevo.
Pasadas las nueve de la noche me pidió nos reuniéramos con él, allí pidió más detalles, hizo dos llamadas y nos mostró fotos que eran de las personas de interés en el caso. Al ser reconocidos por Martha, quedaba entonces confirmado que se procedería al rescate, pero había un detalle importante, la operación tenía un costo de $15.000, pagaderos antes de proceder.
Yo tenía unos ahorros, había estado comprando y guardando divisas, pero no estaba seguro que pudiera alcanzar. Revisé mi “caja de seguridad”, la mesa al lado de mi cama y entre los dos completamos $9.500 y €2.800, aún no era suficiente, pero tenía que negociar, tomé el dinero y me reuní con Tony, ya eran más de la 12 de la noche.
Tony argumentaba que su equipo había sido muy generoso conmigo al darme esa tarifa y que no podía hacer nada si no pagaba completo, entonces recordé que tenía una moto pequeña en excelente estado y se la ofrecí como complemento, hizo dos llamadas y me tendió la mano, la moto la buscaría al día siguiente, me dijo: “profe, listo”.
Pasamos la noche en vilo, cuando amanecía, llamó Tony, diciendo que fuéramos a recibir a Santo. Una vez que nos encontramos, le pregunté qué había ocurrido y me contestó con una amplia sonrisa: “es mejor no saber”, lo miré fijamente y le abracé en agradecimiento. En la mañana pasó a recoger la moto y no dijo palabra alguna acerca del tema.
De esta anécdota aprendí que la vida de un ser querido no tiene precio y que cuando las condiciones te lo exigen, tienes que actuar. Nunca supe que ocurrió esa noche, pero Santo es un niño feliz, ahora vive con su madre en otro país.
Algunos detalles fueron cambiados.
Wao increible todo lo que pasa y como la vida nos puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, gracias a Dios todo resulto con bien para tu familia que es lo importante, pero debemos tener mucho cuidado con quien hacemos negocios. Que tengas un feliz domingo.
Gracias por tu comentario. Un abrazo.
Gracias por apoyar.
Excelente, hermanazo... Buen relato... Las situaciones difíciles exigen sacrificios...
Saludos. Un abrazo.