Teatro de experimentos 1

in #spanish6 years ago

Teatro de experimentos 1

(notas, aproximaciones, borradores, en busca de una forma)


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Tal vez porque estaba escribiendo una novela y esta le ocupaba casi todo el pensamiento –las horas de sentarse a la pequeña mesa donde servían las comidas con un cuaderno grande, pesado y de feas tapas azules, los minutos que consumía en el baño, al levantarse de la cama en la mañana, el par de horas que pasaba dando vueltas por el apartamento, o sentado en una silla de mimbre en la terraza viendo pasar automóviles y autobuses veloces en la noche, mientras esperaba que su esposa llegara de los ensayos– o simplemente porque resultaba más cómodo aceptar la explicación más simple, a saber: el cansancio, la rutina, las ocupaciones, durante un par de semanas no se preocupó ni volvió a tratar el tema. Se acostaba al lado de su mujer y se daba media vuelta, dándole la espalda, o volvía a girar y sus caras se miraban (sólo que en realidad no se miraban porque mantenían los ojos cerrados), a veces sus rodillas se rozaban y él sentía que entre las piernas le crecía una erección que siempre lo sorprendía, como si fuera una reacción impuesta, algo que en realidad no le correspondía puesto que había decidido que nada extraño pasaba y esas manifestaciones hormonales estaban demás. Y sin embargo, allí estaba su pene latiendo como un forúnculo horriblemente inflamado.

En la desolación de la madrugada, al final de la segunda semana que ha ido transcurriendo como un plazo que no se ha fijado de ninguna manera pero igual corre inexorable, comprende que es él el que se engaña: algo está muy mal en su relación. Con cuidado, levanta la sábana que la cubre. Mira a su mujer, o al menos lo intenta; la imagina, más bien, puesto que la habitación es oscura y la piel de su mujer también y no es mucho lo que puede ver, en realidad: el contorno de un pecho, apenas entrevisto, y el difuso perfil de su rostro en contraste con la blancura de la almohada. El resto del cuerpo no es más que ausencia, negro en lo negro. Y sin embargo la contempla con intensidad, como si quisiera, o pudiera, extraer una verdad inédita. ¿Tendrá un amante?, piensa. ¿Me habrá dejado de amar? ¿Me habré convertido en un marido aburrido, soso, predecible, intolerable?

Sale temprano de casa, antes de que su mujer despierte. Es sábado, pero su jefe ha convocado una reunión con el equipo de redacción. Están presentes tres periodistas (él es el más joven, los otros dos ya ejercían cuando él aún no había nacido), un fotógrafo y el jefe, que se dedica durante todo el tiempo que están sentados a una larga mesa a contar chistes y anécdotas verdaderamente graciosas sobre personajes políticos que estuvieron activos treinta o cuarenta años atrás y que a él le resultan por completo desconocidos. El buen humor de su jefe le resulta incompresible y vagamente ofensivo. Luego de tres horas en las que no logra enterarse del motivo de la reunión, su jefe se levanta y dice que tiene que asistir a un almuerzo con el gobernador. Siente –injustificadamente, como reconocerá algunas horas más tarde– que estos viejos se han estado burlando de él, que lo han hecho venir, dejando a su esposa dormida, ya visible en la claridad de la mañana pero no menos accesible a sus preguntas y sus dudas, para burlarse de su juventud y su inexperiencia.

Martínez, el mayor de los otros dos periodistas, parece advertir su malestar y lo invita a tomar café en una fuente de soda cercana. No sabe por qué acepta; o tal vez sí lo sabe pero no quiere decírselo, como si pudiera mantener oculta ciertas informaciones a una parte de su cerebro.

No hay dónde sentarse –todas las mesas están ocupadas por estudiantes de una academia de secretariado–, así que toman sus vasos plásticos por el borde, cuidando de no quemarse los dedos, y caminan media cuadra hasta la plaza Bolívar, donde ocupan uno de los bancos de cemento parecidos a tumbas elevadas que un reformador urbanístico hizo construir hace pocos años sustituyendo los viejos bancos de hierro forjado. Martínez sopla su café estirando los labios y de repente Medina lo ve por primera vez de verdad: la cara enorme con señales de una antigua afección de piel y las manos pequeñas en extraña vecindad, la frente recta, como trazada con una escuadra y la nariz corta, insuficiente, el pelo abundante un poco largo, sin canas, notable para un hombre de más de sesenta años. Se pregunta si será verdad que un par de décadas atrás fue un locutor famoso en la radio. Su voz es recia pero insegura, como si vibrara en ella el rastro permanente de la flema. El abuso del cigarrillo y el alcohol, piensa, sin estar seguro de que esa suposición sea correcta; tal vez no sea más que un prejuicio.

Medina no está seguro de tener nada que hablar con Martínez. No sabe nada de él más allá de esa historia de la radio, incompleta y posiblemente falsa. Por otra parte, su memoria vuelve una y otra vez al momento en que se disponía a abandonar el apartamento, aún en la habitación, la mirada sobre el rostro de su mujer, y el movimiento de las pestañas, casi frenético, el cambio en el ritmo de la respiración le hicieron comprender que ella fingía dormir. Ahora apenas escucha lo que está diciendo Martínez con su voz rota, con pausas cortas para tomar el café –soplarlo, aunque ya debe estar frío, beber un trago minúsculo, y elevar los ojos al telón de las nubes en el cielo–. Sospecha o siente o presiente la aflicción de su mujer.

Un grupo de muchachas pasó frente a ellos dirigiéndose a la biblioteca pública. Todas vestían minifaldas, que ese año se habían puesto de moda otra vez. Medina miró sus piernas, blancas, morenas, bien formadas, tuvo deseos de acariciarlas y logró imaginarse la frescura de los muslos en las palmas de sus manos, y más que tocarlas con las manos lo que deseaba sobre todo era hundir el rostro en aquellos muslos, frotarse contra aquellas pieles. Eso, piensa, sería un consuelo.

Sort:  

Excelente relato..Mucha fluidez de palabras, lo manejas muy bien, haces que sea interesante y el lector quiera adentrarse más en la historia. Ya ví por ahí que hay una segunda parte. Gracias por compartirlo. Desde ya te sigo.

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