Era una noche muy fría, me había acurrucado entre múltiples frazadas, dándome vueltas en la cama para ver si podía en un remoto caso, conciliar el sueño.

Transcurrieron aproximadamente 3 horas y no podía dejarme llevar por las insinuaciones tenaces de Morfeo, era un verdadero infierno, y sin haberme dado cuenta desde que momento esta fiebre había comenzado a surgir en mí. Con un suspiro cansado solo supe que estaba sola, que estaba lejos de mí, lejos de todo lo que alguna vez pudo estar aquí.

Era un martes, si si, un martes sin duda, mi malestar comenzó días antes, pero hoy era presente que había empeorado. ¿Y por qué? La respuesta era clara, estaba sola, sola dentro de esta habitación gélida que solo me mostraban lo incomodo que alguien se puede sentir al estar dentro de ella.

Con mucho esfuerzo el pararme de la cama y más aún caminar a la cocina por un poco más de leche caliente. El piso era frío, el corredor también lo era, usando pantuflas y cubriéndome con el cobertor pude sentarme en el sofá de la sala, era una linda sala, me gustaba la nueva decoración que habíamos escogido, “oh” es todo lo que pude pensar antes de ponerme cabizbaja y recostarme un poco más del sofá mientras sorbía de mala gana la leche caliente que ya me empezaba a amargar la boca. “Cielos, ya mi garganta y mis papilas no pueden con esto”. Es triste ponerse a divagar en tus pensamientos cuando tu cabeza y cuerpo andan descoordinados.

Era una mañana muy oscura, la nieve caía y yo la veía desde el sofá con mi vaso de leche a medio tomar. Era una mañana, era ya pasadas las 3, era ya comenzando la noche, y así pasé mi día contemplando esa espesa nieve que iba cayendo poco a poco.

Miércoles por la mañana desperté muy agitada, este era el tercer día que tenía pesadilla, ya mi cuerpo no se sentía con ánimos de existir, pero, mi estómago por otra parte me exigía comida, era un problema existencial y no sabía si era mejor sucumbir a mi gran cansancio y volver a dormir o simplemente tomar fuerzas inexistentes y pararme a hacerme algo de comer. Segunda opción fue tomada al final.

Pude comer, sí, pero mi garganta había amanecido peor. Fue una comida muy ligera, pero me había llenado, mi cuerpo pedía descanso, decidí volver a la cama, arroparme y ver la nieve caer, era lo único que quería pensar, quería contar cada copo si hubiera tenido la oportunidad, lo que sea para no seguir pensando en este sentimiento de soledad y angustia.

Caí dormida y lo único que sentía en este frio abrasador era un suave toque en mi frente, era muy dulce el tacto, me hacía sentir bien y en calma, era agradable, me hizo sentir bien, pronto fue abriendo los ojos por ese sentimiento, me costó enfocar por la oscuridad de la habitación, pero esa silueta hizo que mis lágrimas cayeran, mi garganta estaba afónica, no pude emitir un “Bienvenido a casa cariño” pero sé que mi cara de alegría y mucha emoción lo decía todo.

“Lamento haberte preocupado, pero ya estoy en casa” y ahí estaba mi lindo esposo, con aun nieve en el cabello y parte de su barba quitándose la bufanda y dejando las maletas a un lado para acostarse junto a mí. El solo pudo darme un gran abrazo y decirme “Culpa a la nieve, a la aerolínea y a la señal” y después de eso ultimo con una linda sonrisa de alivio me dio un beso en la mejilla y pudimos dormir acurrucados con las frazadas cubriéndonos y la nieve como nuestro fondo.

Fuente

Tal vez haya dificultades, pero debes saber que quien te ama, estará para ti, justo aquí en tu mente y corazón. @mochirg

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