Antropofagia [Novela Original] II

in #spanish6 years ago (edited)

Un saludo a toda la comunidad de steemit, por fin estoy de vuelta con la continuación de esta novela, que de seguro será un reto para mí. Sin más que decir, adentrémonos en un nuevo mundo, lleno de misterios

Visita inesperada (I)

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En el hospital general siempre había emergencias que atender. Quien se atreviera a trabajar allí como enfermero no tardaba en darse cuenta de los terribles horrores que debían sufrir los hombres, mujeres, niños y ancianos que representaban esa parte de la población sin tanta suerte. Esa noche, la noche en que todo inició, la enfermera Jazmín fue asignada para efectuar una transfusión de sangre a un joven de veinte años que acababa de salir de una cirugía, intervención necesaria para corregir los estragos provocados por el accidente de tránsito en donde estuvo involucrado. El proceso, al menos casi todo, transcurrió sin muchos problemas: Jazmín fue al banco de sangre para que le proveyeran de la bolsa llena de eritrocitos, perteneciente al grupo sanguíneo O negativo, se dirigió a la sala donde se encontraba el paciente, y posteriormente, habiendo enfundado sus manos en los guantes de látex, conectado el equipo de venoclisis en el lugar correspondiente e insertado la aguja intravenosa al brazo del hombre, procedió a colgar la bolsa del atril, lo cual dio inicio al fluir de la sustancia.

Para sus adentros, Jazmín se decía que, a pesar de los evidentes inconvenientes que provocaban la excesiva burocracia de los hospitales públicos, los beneficios de las nuevas tecnologías eran claros. En momentos de emergencia, sobre todo cuando los donantes de ciertos grupos estaban escasos, era todo un alivio contar con un grupo compatible con todos los demás, y más importante, la posibilidad de aprovechar tal ventaja. Por supuesto, en pleno siglo veintiuno, una observación de ese tipo era superflua, innecesaria, pero ella no era muy amante de la investigación e información, ni mucho menos le gustaba su trabajo tanto como navegar en las redes sociales. Podría decirse que, entre tantas banalidades, aquello era comparable a una epifanía de sabiduría. Y sería el último pensamiento medianamente profundo que cruzaría su mente.

El paciente, apostado en su cama, sin oportunidad alguna de hallarle explicación a lo que estaba a punto de pasar, de súbito fue despojado de todos sus qualia, como si apagaran un aparato electrónico, y dejó de ser humano, aunque no se notara. Su ser, ese organismo vacío de experiencia subjetiva, comenzó, además, a dejar de ser humano a niveles muy pequeños, pequeños pero sobremanera influyentes sobre lo que serían sus próximos actos. El hambre embargó cada célula de su cerebro, un hambre voraz que le llevó a bajarse de su cómodo colchón como si nada, cual si no hubiera sufrido ningún accidente, y a lanzarse sobre la distraída enfermera, quien fue interrumpida a punto de responder una invitación de su pareja por chat a una linda cita.

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Alicia, sentada en la cama de sábanas color lila, enfundada en su ropa preferida (unos pantalones de mezclilla azul oscuro, la blusa de seda color malaquita, los zapatos casuales verdes), se miraba en el espejo de cuerpo completo posado al lado de la cómoda. Su cabellara castaño claro llegaba a sus hombros, el color del lápiz labial que usaba se confundía con el de unos labios naturales en estado de excitación (justo lo que quería), y el iris de aquellos ojos, marrón claro, tirando a verde, combinaba a la perfección con todo. Sabía que sólo se trataba de mera fachada, un teatro que se montaba para ser aceptada por sus amigas de la universidad, tan caprichosas, inmaduras, sojuzgadoras de las mentes débiles. Era el mundo donde había que convivir, lo que había aprendido desde pequeña, observando a los demás mientras usaban sus tácticas de control sobre sus iguales. Reconocía que podía tratarse de una exageración, una idea desproporcionada formada en su cabeza debido a aquellos traumas que no quería recordar por ningún motivo, pero daba lo mismo siempre y cuando le funcionara para andar más sosegada. Y aparte estaba la razón por la que había venido al dormitorio de Celso, el hermano de su madre, una idea que solía hacerla desvariar de vez en cuando.

—Tengo algo que decirte —musitó, rompiendo el desorganizado murmullo que venía del piso de abajo—. Sé que es tonto, pero…, uhm…, me gus… tas… ¡Pf! Ridículo.

Se interrumpió sin más, poniéndose de pie. Sabía que en la secundaria era normal andar hablando de amor con sus amigas, enamorarse cada dos por tres, pero en el mundo en que vivía ahora más le valía no caer a ese extremo, ni mencionarle a alguien que se había llegado allí, y menos cuando se trataba de su caso, tan insensato. Ya con el temple recobrado, decidida a guardar con rigor su penoso secreto, dio unos pasos, extendiendo la mano hacia el pomo de la puerta, pero no llegó a abrirla puesto que alguien lo hizo desde afuera, y casi le da un golpe.

—¿Por qué te tardas tanto? —dijo Zenaida, su madre, quien venía acompañada de un mal genio que quemaba y el ceño fruncido—. Ya vamos a cantar el cumpleaños.

—Oh, había terminado de arreglarme, mamá, pero me distraje con los libros del tío Celso —replicó Alicia con una sonrisa, señalando la pequeña torre de libros con cubierta de cuero que había sobre la mesilla de noche, al lado de la lámpara.

—¡Jum! Sé que evitas a la familia por tu ego. ¡Baja ya!

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Su madre a veces parecía poseer doble personalidad, pues podía comportarse con total amabilidad, una amabilidad que bien aparentaba una actuación, no porque fuera muy falsa, sino por parecer demasiado perfecta, y de súbito, salía de entre los recovecos de su mente un ogro que no dudaría en comerte. Aquella noche, según percibía Alicia, la mujer pasaría varias horas alternando entre su versión más agradable, que utilizaría con sus amigos y familiares adultos, y el enojado ser que se presentó para ordenarle salir del cuarto, el puro y especial gesto que tenía reservado para sus hijos, quienes, cada cual por su parte, era casi una manzana podrida. En el tramo de tiempo en que pensó estas cuestiones, Zenaida se perdió de vista al fondo del pasillo, tras bajar por las escaleras. Alicia se tomó este hecho como un mensaje de que su progenitora estaba tan molesta que no le importaba en lo más mínimo que asistiera al ritual, y con toda seguridad se trataba de un cambio que ocurrió de un segundo a otro, quizá en el momento en que los ojos furibundos notaron la mentira de la joven. Lo cierto era que tenía todo el tiempo del mundo para recorrer ese pasillo.

La casa de Celso no había sido modificada desde el momento en que fue adquirida, comprada a una acaudalada familia que había decidido abandonar el país debido a cuestiones políticas, y por lo tanto conservaba todos los ornamentos de mal gusto que no se dignaron en remover. Aves, cabezas de variados animales, todos disecados, colgaban de las paredes amarillas, iluminados por lámparas con forma de clave de Sol que pendían del techo. El piso, ajedrezado cual templo masónico, impregnaba los sentidos con una sensación sobrecogedora, como si en aquel lugar se hubiera perpetrado un acto de brujería; la chica se imaginaba a alguna mujer desgreñada sentada en medio de una estrella de cinco puntas, invocando al demonio con ayuda de velas negras y un amuleto. En parte sentía escalofríos, pero no porque creyera en lo sobrenatural, sino porque las personas en sí, las que daban crédito al ocultismo, le inspiraban aversión.

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Hastiada de sentirse incómoda, caminó lo más rápido posible; pasó del hecho de que tenía libertad de quedarse, de regresar a la comodidad de la cama. Igual ya estaba cansada de cavilar sobre el mismo asunto. La vida de una chica de diecisiete años no tenía por qué sumergirse en la frustración tan a menudo, sabiendo que poseía muchas otras cosas de valor.

En el primer piso, dejando atrás el baño, la sala de trabajo de Celso y el almacén de libros y documentos, se encontró con la abarrotada sala de estar, donde muchas personas, entre familiares, conocidos y amigos, formaban corros separados para conversar, reír y beber gaseosas y cerveza. Podía ver a su padre, Máximo, acompañado de Zenaida y otros tíos suyos, cerca de la puerta, sin intenciones, según su impresión, de iniciar el ritual que con tanta vehemencia le afirmara su madre que iba a comenzar. En el centro de la sala estaba la torta, sobre la mesa, adornada con la vela que esperaba a ser consumida por las llamas. La música hacía daño a los oídos, no dejaba escuchar o siquiera distinguir las voces de los invitados. Tampoco es que hubiera algo importante que escuchar, pues las conversaciones en celebraciones eran insustanciales. Con una rápida ojeada, verificó que sus amigas no habían llegado y a la vez ubicó a Alex, uno de sus hermanos, asediado por un par de niños que no querían dejarle marcharse afuera, seguro buscando su aprobación en algún asunto competitivo.

—Deberían dejar de pelearse por cosas tan tontas —le oyó decir Alicia a Alex en cuanto se acercó—. ¿Saben? Les propongo algo. Consíganme la orquídea que tiene el tío Celso en el patio y les daré a ambos algo para que compren unas hamburguesas…

—¡Yo la conseguiré primero! —exclamó el más bajo, de cabello negro, pero Alex lo sostuvo por la camiseta antes que se marchara.

—¡No, no, no, no! Tienen que trabajar juntos o no les daré nada —dijo con una sonrisa.
—Está bien —dijeron decepcionados los niños antes de marcharse e iniciar una discusión que se perdió entre el barullo de la sala.

—¡Oh! Hermana —dijo Alex al ver a Alicia, o fingir que recién notaba su presencia.

—No me digas hermana —refunfuñó ella, dándose la vuelta para alejarse de prisa.

—¡No te vayas, espera! —Alex tomó de una bandeja que pasaba por allí, transportada sobre las temblorosas manos de una de sus primas, dos vasos de gaseosa negra, una de las cuales ofreció a Alicia luego de cerrarle el paso—. Ten, te invito.

—Es gratis —dijo Alicia echando chispas por los ojos.

—Cierto —reconoció él, divertido—. Mira, estaba esperando a que bajaras para contarte algo… Sobre el profesor que desapareció.

—¿El profesor Ibarra?

—Sí.

Alicia no dudó en tomar el vaso que se le ofrecía, e indicó a continuación a su hermano que le siguiera al pasillo que llevaba a la cocina, para buscar mayor privacidad, una privacidad necesaria en este caso, pues se trataba de un misterio que tenía a todo el alumnado de la universidad inquieto. El profesor Ibarra impartía la clase de Comprensión y Producción de Textos, una clase que solía ser agradable debido a su carisma y métodos poco usuales, pero sobre todo, y esto era una realidad que pocos llegaban a admitir, porque el hombre resultaba atractivo a la mayoría de las personas. Estos factores combinados fueron la razón de que la conmoción se apoderara de la universidad el día que se dieron cuenta de que se había esfumado sin dejar rastro, o mejor dicho, sin dejar una pista comprensible, clara. Cualquier persona podía estar de acuerdo, obviando la simpatía que se sentía hacia él, en que tal vez se hallaba enredado en asuntos siniestros, en que tal vez le había ocurrido algo espantoso.

Continuará...

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¡Gracias por leerme!

@matutesantiago93

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