Historias de ganchos

Un imperdible iba caminando, y se encontró con un semejante ensanchado.
―Que ha ocurrido, te observo algo raro ―dijo el imperdible dorado.

―Me han obligado a cerrar el suéter morado, me he deformado intentando agarrarlo, lastimosamente al sentarse se ha inflado y mi alfiler lo ha soltado ―fueron las palabras del afligido gancho plateado.

― Esas no son penas querido amigo, a mí me han presionado para verme doradito, no podía distorsionar junto al cascabel, que incrustaron en el cielo al amanecer.

―Traes anteojos llamativos, verdes, azules y amarillos, debes ver el mundo de color aunque sea gris sin tornasol ―dijo el atolondrado imperdible a un gancho de ropa que llegó sin sonrisa en la boca.

―Visite a un ganchoftalmólogo y me sugirió unos binóculos, para que no dejara caer la ropa blanca sobre el piso sucio de la casa ―respondió el gancho de madera mientras se incomodaba con las miradas directas.

― ¿Quién te ha aplastado? ―exclamó el imperdible dorado, mientras con un hilo tiznado intentaba suturarlo.

De la nada una naranja bota llegó, piso a todos sin precaución y su camino siguió, pim, pum, pam, con los ganchos acabó.

Era un forastero con guitarra trazada, que había arribado en un barco en la mañana. Todo esto ocurrió en presencia de una aguja cosiendo un sol, para así abrigar la mañana, la tarde y el final.

Nuestra vida es como la de los ganchos que aquí han actuado, donde por complacer a los demás muchas veces nos autodañamos sin pensar, sin tener claridad que la vida en cualquier minuto se puede acabar.
Actúa para ti, que nadie te deforme, te pinte de dorado o te menosprecie por los anteojos ordinarios.

Créditos texto y fotografía: Margarita Palomino la del sol amarillo con perro cafecito.