La tentativa de Jorge Guillén
Unos de mis propósitos en esta comunidad de Steemit es dar a conocer la obra de algunos poetas de mis preferencia o compartirla con quienes aún profesan su fe en la poesía. Por eso me he detenido en algunos poemas de Jorge Guillén y me permito algunos comentarios. Saludos.
La poesía de Jorge Guillén no frecuenta los caminos habituales, casi obligatorios, ni está ganada por alardes vanguardistas. Sus versos parten de una vivencia (no de una experiencia sentimental, por ejemplo) y a ella intenta llamarnos. Se ha dicho que Guillén es "poeta de la realidad, de exaltación de la realidad", pero de esa realidad que nos será ajena mientras sólo nos aferremos a las vueltas y revueltas del pensamiento.
Guillén deja constancia de su lealtad a la vida, de su devoción por ella, celebrándola pese a las desilusiones, los engaños y el encuentro con el horror. El breve poema Los tréboles, escrito en respuesta al famoso personaje de La náusea, nos lo confirma:
Sí, vomité, rechacé,
mundo, lo que nos sobraba.
Pero te guardé mi fe.
En Más vida, Guillén comienza manifestando su asombro, ese asombro que ya casi nadie parece sentir.
¿Por qué tú, por qué yo bajo el cielo admirable?
Una atención distinta, un acercamiento sin imágenes superpuestas al mundo, nos insinúan algunos de sus poemas.
¡Beato sillón! La casa
corrobora su presencia
con la vaga intermitencia
de su invocación en masa
a la memoria. No pasa nada.
Los ojos no ven,
saben. El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.
Quienes pretendieron señalar a Guillén como oficiante del arte puro, afincaron su crítica por haber escrito que el mundo está bien hecho. No dudo que sólo respondieron a la manía de etiquetar y a la necesidad de estrechar el juicio. Vale notar que Guillén celebra la hechura del mundo; no magnifica las injusticias que cometemos a diario, ni las atractivas y engañosas fiestas verbales de la publicidad y la política, ni nuestras incansables ganas de poseer. Existe gran diferencia entre lo primero, que está más allá de nosotros, y lo segundo, creado por nosotros. Tal vez el mismo Guillén responde mejor a quienes leen pero no ven ni viven, porque de algún modo ya están muertos:
¡Babel, aún Babel!,
amenazante cerco discordante
que entre sus ruidos rompe mis palabras,
grotescas de aquelarre,
el aquelarre de la mente oscura
que todo lo ve sucio, que no sabe
de claridad, de cuerpos
gloriosos, inmortales:
esas palabras en que vive el hombre,
siempre errabundo entre los disparates.
Somos hijos de una tradición que muchas veces parece más lamentable que gloriosa. Nuestras grandes conquistas han traído aparejadas enormes pérdidas para el espíritu. Ya no sabemos estar solos, como el que ha perdido todo y no tiene de dónde asirse: siempre inventamos pretextos y refugios. Entretenidos con los maravillosos logros de la tecnología, andamos extraviados, sin saberlo, prolongando enrevesadas discusiones, urdiendo alucinantes universos de palabras e imágenes exangües. Tememos ser generosos y llenos de vida como la naturaleza. ¿Y qué somos?
Somos los hombres intranquilos
en sociedad.
Ganamos, gozamos volamos
¡Qué malestar!
El mañana asoma entre nubes
de un cielo turbio
con alas de arcángeles-átomos
como un anuncio.
Estamos siempre a la merced
de una cruzada.
Por nuestras venas corre sed
de catarata.
Así vivimos sin saber
si el aire es nuestro.
Quizá muramos en la calle,
quizá en el lecho.
Somos entre tanto felices.
Seven o'clock.
Todo es bar y delicia oscura.
¡Televisión!
En Los intranquilos (que así se titula el poema anterior), cuyo primer verso recuerda Los hombres huecos de Eliot, queda sin faltas representado el ser humano de estos días: figura exánime que sobrelleva su soledad en la multitud y sólo la mueven la ambición y sus aprensiones.
Me niego a ver a Guillén, según algunos lo pintan, indiferente ante los deplorables acontecimientos que conforman nuestra historia. Tal vez su imparcialidad -quiero decir, su dolorosa lucidez- lo haga parecer de brazos cruzados y solidario con el escándalo reinante. Su poesía es cántico y denuncia -ésta, sin el matiz político, por favor. Su poesía es rebelión y revelación: rebelión contra los desatinos de la vida humana; revelación de oscuras parcelas de nuestra mente inquieta y de una gracia plenamente sentida.
En una carta a su amigo Fernando Vela, escribió Guillén: “Como a lo puro lo llamo simple, me decido resueltamente por la poesía compuesta, compleja, por el poema con poesía y otras cosas. En suma una poesía realista pura, ma non troppo. Prácticamente, con referencia a la poesía realista o con fines sentimentales, ideológicos, morales, corriente en el mercado, esta poesía bastante pura resulta todavía, ¡ay!, demasiado inhumana, demasiado irrespirable y demasiado aburrida”.
Esas palabras, que alguna vez me costó entender, suelen chocar a quienes, acostumbrados al falaz lenguaje de los políticos y a los discursos de escritores "combativos", nos asedian con frases como "el artista debe asumir su compromiso con la Historia", u otras similares, que por agradables al oído, no dejan de ser expresiones de militantes ávidos de mesianismo. La poesía sentimental siempre ha gozado de inmenso prestigio y en nuestra época, aunque algo decaído en los últimos años, la poesía con fines ideológicos ha ganado bastante popularidad, por eso Guillén se queja de ambas limitaciones. Cuando nos vemos en tela de juicio, cuando oímos palabras cargadas de inusuales presentimientos, nos defendemos como animales acorralados y la ingente trama de los argumentos acude para rescatarnos.
Guillén no propone con un lenguaje retocado otra forma de militancia: el arte por el arte. Olvidando banderas, ruidosos manifiestos literarios e ideologías ha salido a encontrarse con el mundo, sin aspavientos. Su obra es testimonio de una actitud vital, no un mero ejercicio de palabras. Por ser así, desde que encontré unos poemas suyos en una revista tirada, la saludo con alegría, porque estamos habituados, y a veces nos sentimos obligados a pertenecer a algún bando, a cualquier ismo y si escribimos lo hacemos para complacer al público. Llamamos "estar comprometido" a la aceptación incondicional de una opinión sobre la vida y sobre la historia. Después de todo, resulta fácil adscribirse a causa humana cualquiera; difícil, y nuestro miedo perenne lo sostiene, estar en el mundo sin el disfraz de inmemoriales disputas que, bajo renovados nombres, mantienen su vigencia. No pretendo simplificar en pocas líneas nuestros "peculiares defectos", pero ¿no hacemos de la confusión un centro y desdeñamos lo que naturalmente somos?
Vivimos amenazados por el delirio bélico de fanáticos religiosos y gendarmes del planeta; los medios de información, manejados por intereses económicos, suelen tergiversar los hechos; la juventud corre frenética tras los ídolos forjados en los laboratorios de la publicidad, el azoramiento de la vida urbana, con todas las leyes prescritas por el individualismo, ahoga la llama del corazón, cuando mucho se oyen las alarmas de un ecologismo antropocentrista. Por eso alienta escuchar la voz de Guillén y de otros poetas en otras lenguas (por ejemplo, Lawrence), que han intentado despertar la atención dormida, negándose a la complicidad común, que han invocado la reflexión desprendida de idearios y credos interesados en resguardarnos del viento de la vida y del soplo de la muerte. Sus voces apenas son escuchadas por una minoría casi toda intoxicada por "la magia de las palabras" y cuya única inquietud es criticar a distancia. Queda la esperanza, lícita y necesaria, de creer que aún hay un resplandor en el mundo y alguien comienza a tambalear en medio del camino que le fue prefijado.
Poco importa cómo haya llamado Guillén su tentativa: poesía pura o simplemente poesía. Importa su esfuerzo para que los seres humanos reencuentren la reverencia con el vivir y exaltar la dignidad de eso -lo enorme, dijo Rilke-, olvidado y temido. Sin embargo, lamento el apego de Guillén a las formas tradicionales de versificar en español: la rigidez formal refrena su auténtico júbilo.
Pese a ello, no puedo resistir la tentación de terminar con un canto desoído:
Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente,
que el caminante siente
la integridad del planeta.
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