Capítulo 9: UN NUEVO SIGNO ZODIACAL
Años después de su partida conocí, de la voz de otras personas, relaciones entrañables con Zamuros. Mi amiga Lilian también rescató, junto a su pareja, un zamuro bebé al que llamaron Zami. Mi amiga Belén conoció el caso de un buitre muy aficionado a su cuidadora, que sin embargo decidió marcharse para siempre el día que lo regañaron rudamente frente a una nueva gallina. Marianela y Fernando, ambos compañeros de trabajo, cuidaron con esmero el rincón de una plumífera pareja hasta que sus pichones se hicieron volantones. En todos los casos las personas quedaron asombradas del interés que despiertan estas aves y entonces estuvieron dispuestas a tolerar sus aspectos menos agradables y a descubrir la belleza que se esconde detrás de los prejuicios.
Pero para el momento en que Antonio y yo teníamos que despedirnos de Juan Salvador no conocíamos a ninguna otra persona que hubiera cuidado un ave de ese tipo. No podíamos desahogarnos con nadie. Yo sentía que si acudía a alguien más para hablar del asunto habría recibido comentarios del tipo “¿Cómo puedes querer a un animal de rapiña, un animal que siempre está cerca de la basura?”. Y no tenía fuerzas en ese entonces para explicar que un zamuro no es sucio por alimentarse de desechos, mientras que los seres humanos si lo somos cuando producimos basura de manera masiva y descontrolada. No habría podido explicar en ese momento (porque lo aprendí mucho después gracias a un libro de Konrad Lorenz) que el término “rapiña” aplicado a los animales implica un falso criterio ético antropomórfico, pues el concepto se refiere originalmente al proceder de un ser humano que roba o saquea con violencia, y la mayor parte de los animales de rapiña, en condiciones naturales, se comporta de manera tan sociable y cuidadosa como los inofensivos vegetarianos.
Lo cierto es que la noche anterior al encuentro con Ramón yo me sentía contrariada y sola. Me acerqué a la ventana y observé el firmamento. Era una noche particularmente estrellada. Pensé en las constelaciones y traté, sin éxito, de ubicar alguna conocida. Solo me pareció ver primero el cinturón de Orión y después, inmediatamente después, me pareció que en ese pedacito de cielo enmarcado por mi ventana se podía ver una agrupación de estrellas que parecía una bandada de zamuros libres. Pensé con ilusión que desde ese momento en el cielo no solo estarían los peces juguetones del zodiaco occidental, el toro, el cangrejo, el león, el escorpión, la cabra y el carnero, sino además, las aves negras de extraordinario vuelo. Estarían siempre surcando la esfera celeste.
Continúa siendo impecable el relato. Ineresante como mantienes la armonía en historia. Me he sentido parte de la historia. Gran imaginación amiga. Me alegra verte de nuevo. Saludos.
Gracias, Belkis, por leerme y por tus comentarios. Serán 11 capítulos, asi que estoy por terminar. Un abrazo.
Un ave jamás debe estar encerrada, por las que las queramos a nuestro lado, ellos pertenecen al viento, y ahí deben estar. Esta parte de la historia me gustó, es una pena cuando te encariñas con un amigo inusual, en este caso el zamuro, y luego lo dejas ir. Un abrazo :)
Así es. Un abrazo, Rahesi, gracias por tu visita.
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