Vestido de Sombras (MONÓLOGO TEATRAL)
Para mi clase de "Proyecto Libre de Creación Actoral" en la universidad, como estudiantes debemos realizar un proyector personal para presentarlo a final de este semestre. Yo decidí realizar un monólogo basándome en un libro llamado "Vestido de Sombras" , escrito por el venezolano César Leonardo Velásquez (en otro post les hablaré un poco acerca de el libro).
Para este monólogo debo realizar casi todo por mi cuenta, desde la elección y/o adaptación del texto dramático, hasta todo lo involucrado con la escenografía, iluminación, requerimientos técnicos, entre otros. Algunos de mis compañeros se arriesgaron y escribieron sus propias historias, la cual debo decir que están geniales. Yo, por mi parte, decidí adaptar un texto, ya existente, proveniente de un fantástico libro que leí cuando tenía 17 años, y que hace poco pude leer nuevamente y me llevó a elegirlo como proyecto personal.
Elegí este libro para adaptarlo a un monólogo ya que la primera vez que lo leí tenía 17 años, y causó muchos sentimientos en mí. También porque me invita, como actor, a arriesgarme y a probar cosas nuevas (actoralmente hablando). Es una historia un poco fuerte, pero hermosa en su esencia y su manera de escribir y describir los sucesos vividos. Narra la vida de un venezolano que al escapar de su casa tuvo que enfrentarse a la prostitución, drogas y excesos; y como poco a poco abandona ese mundo para convertirse en un gran artista.
Les adjunto el texto para quien apetezca de su lectura:
Vestido de Sombras
(Monólogo)
Estaba en el piso de la casa, totalmente desnuda, su cuerpo presentaba signos de maltrato. Me acerqué poco a poco y me incliné para verle la cara. El cabello le tapaba el rostro, pero pude ver que se trataba de ella, de mi madre. No grité, no la toqué, sólo me envolvió un inmenso frío que parecía arrancarme los huesos. Imaginaba el dolor que pudo haber sentido, la imaginaba murmurando el nombre de sus dos hijos, pidiéndoles perdón. Las lágrimas me tomaron por sorpresa, ¿acaso podría tratarse de dolor, de tristeza? No, no era eso. Lloraba por la incapacidad para tener algún sentimiento en particular. Las sábanas estaban cubiertas de polvo y olía muy mal. Caminé hasta mi antigua habitación, miré directamente a la foto de dos niños con mirada limpia. También observé que la guitarra de mi hermano seguía colgada en un clavo oxidado. Regresé a la sala donde estaba el cuerpo de mi madre. La miré por última vez y salí de allí. Escuché que me llamaba. Caminé rápidamente y alcancé a decir dentro de mí: púdrete.
Mi padre decidió dejarnos en Navidad. Gabriel y yo estábamos impacientes porque él llegara. Deseábamos abrir nuestros regalos antes de dormir, como todos los años. Apareció de pronto y preguntó que en dónde estaba mi mamá. Nos echó a un lado, caminó y de repente algo se rompió en la cocina. Papá salió y la golpeó, ella trató de defenderse, pero no funcionó. Quizá tenía yo siete años cuando eso sucedió. Ese fue el último día que lo vimos.
Poco a poco fuimos creciendo, yo me volvía más sensible y mi hermano cada vez más… desatento. En ocasiones, cuando volvía a ser él, me decía que había que largarnos de allí, pero al siguiente día se le olvidaba. Su melodiosa voz también se apagó, no cantó más. Malas juntas, problemas, drogas… sí. Gabriel terminó muerto de un tiro frente a la casa, mientras los melandros decían: “verga, mataron al catire”.
Hacía frío, todo estaba en silencio, la neblina acariciaba las heridas sobre mi espalda, mi cara y mis piernas, y las lágrimas aun surcaban mi rostro. La estela de mis ruegos dejaba escapar susurros entrecortados que no fueron escuchados: “(…) por favor, no me pegues, no fui yo. Mamá me había castigado desde que llegué del colegio porque se le había perdido dinero. No era la primera vez que sus amantes la dejaban sin plata. Uno de ellos llegó:
“Leonardo, ¿dónde estás?... ¿Quieres jugo? ¿Qué, no te provoca?.... ven pues, no te voy a joder…. Coño, ¡qué pinta!, tu mamá casi te saca el ojo, ¿no?... Toma… Hey, sólo un poco… ¿Quieres más?... Te lo doy, pero primero tienes que agarrar esto, ¿Te gusta?.... No me veas así, carajito… Coño, baja la voz, ¿quieres que tu mamá te vuelva a joder?... Entonces ven y agárralo un rato… Eso, así.”
Un par de años después decidí huir de mi casa; tendría yo unos quince años. Teresa, mi vecina y mi primer amor, me ayudó. Me dio algo de dinero que tomó de la bodeguita de su papá. Gracias a ella conocí la televisión, el cine y el teatro, un mundo que para mí, hasta el momento, era totalmente desconocido.
La Carmen, un transgénero de la avenida Lecuna, que me ayudó y alimentó durante mis primeros días de exilio, me consiguió mi primer cliente. Me monté en el carro de un hombre, con ella, y de repente me dijo “chao, amorcito”.
El tiempo transcurre y la vida muda espacios, todo cambia de un lado al otro en la ciudad. Las calles del este más limpias que las del centro y más llamativas para el negocio, servían de marco para la seducción con olor a dinero. En sus esquinas esperaban todos, los que entre máscaras y juventud, aguadaban a que el sol se ocultara para desfilar en la neblina, con ropas nuevas y ajustadas dejando ver el tamaño de la entrepierna y la textura de sus músculos. En el este los amaneceres son grandiosos, generosos. Cuando se está de suerte pagan muy bien, y hasta en dólares, pero otras… cuando no, el agotamiento enrojece los ojos y los pies duelen, se siente la frustración de tanto caminar, y en los oídos te retumba el eco de los tipos que te insultan y se detienen para escupir o amenazarte.
La oscuridad extiende siempre sus sombras para cubrir los cuerpos que caminan al ritmo de las horas hasta la madrugada, cuerpos que se alquilan, cuerpos jóvenes que prestan su esencia para satisfacer los deseos de otros; cuerpos solitarios que se tocan sin amor, que deliran en nombre del sexo y que luego bajan de los autos con dinero en las ligas de la ropa interior.
Recuerdo los días sin comer, las conversaciones vacías y sin futuro, los restaurantes de mala muerte… pero no todo siempre era malo, había noches que me llevaban a un buen hotel, y si el cliente era turista, entonces todo mejoraba, se comía bien; podía amanecer tranquilo. Las despedidas se convertían en un “hasta pronto, te llamo…”, también mentiras, claro. Recuerdo los exámenes de ETS, las cicatrices borradas con cirugía, el dinero guardado, las llaves del primer apartamento que alquilé junto a dos amigos, los contactos por teléfono, mi mejor amigo Helding, mi llegada al local de Eva como striper; cuando conocí a Roger, quien me ayudó a iniciar en el modelaje cuando ya tenía dieciocho años, y quién también me ayudó a terminar mis estudios y a estudiar teatro, cine y canto. Él ya se encontraba en ese medio y nos conocimos en un almuerzo con Helding. A los diez meses, más o menos, ya éramos novios y vivíamos juntos. A Roger le salió un contrato en Estados Unidos, y obviamente no lo iba a rechazar, se fue y quedamos en que me ayudaría a llegar hasta allá. Fueron hermosos esos meses que viví con él. Roger, al mes y medio, murió atropellado por un carro en la tercera avenida de Manhattan.
Nunca he dejado de tener esas absurdas pesadillas con mi mamá y mi hermano. Siempre están allí, ambos; siempre están allí para señalarme, para atormentarme.
Ni yo mismo lo creo, pero ese chico que creció en un barrio remoto de Caracas, y que se tuvo que enfrentar a cosas que jamás se hubiera imaginado, ya ha protagonizado una película venezolana, y sí, pronto viajará a Los Ángeles para su primer casting allá. Decidí adoptar el nombre de mi hermano: Gabriel, en su honor.
PRESENTADORA: Qué tal, amigos, estamos felices de tener con nosotros a un artista de exportación, nos referimos a Gabriel Mont, de Venezuela para el mundo. Gabriel, 22 años, comienza su carrera como modelo siendo imagen de un conocido refresco, desde entonces se convierte en modelo para las mejores pasarelas del país. Pero eso no es todo, nuestro querido Gaby también se ha desempeñado como un fantástico actor en la pantalla grande. Yo no dudaría que pronto nuestro querido esté triunfando en el extranjero.
Ella está en la ventana de aquella casa. Esa manía que tengo de regresar siempre para verla con los mismos ojos. Me dice que sabría que vendría… yo estoy llorando. Ella me golpea, y yo la detengo. No me atrevía a hablar, pero pude hacerlo: Me parece injusto, mamá, que aparezcas cada vez que quieras, ¿por qué invades mi vida? Te odio, ¿me entiendes?... ¿que por qué te tengo miedo?... ¿no te acuerdas?. Una noche estuve llorando en mi cama, estabas borracha. Hacía unos días que mi hermano había muerto. ¡Mírame! Ahora no quiero que desaparezcas, cobarde. Entraste en mi cuarto y gritaste. Tomaste un palo y me golpeaste. Cuando amaneció estaba en el piso y me dolía todo. De repente me di cuenta que sangraba más arriba de mis piernas. No podía caminar ni sentarme. Decías que tú no habías sido, que entraron unos hombres y no pudiste defenderme de ellos. No hiciste nada, pediste mi silencio. Vete, mamá. Vete, desaparece. No quiero que regreses más.
Las imágenes/fotografías utilizadas son de mi autoría: Instagram: @marcelo.saltron