Salvar una vida

Siento como las lágrimas corren por mi rostro y caen en mi sueter. Veo mis manos sucias y sudadas, no quiero tocar mi rostro con ellas, aunque realmente en este punto nada me importa, así que me limpio las lágrimas con ellas sin meditarlo ni un minuto más.

Todo este día ha sido un caos, creo que mi cuerpo no refleja en lo más mínimo como me siento internamente. Mis sentimientos están por el piso, mis energías reducidas a cero, ya no tengo nada.

Las personas pasan a mi lado, me miran y continúan, escucho como una niña le pregunta a su madre que me sucede, pero la mujer solo le responde que no me mire, que puedo ser peligrosa.

Peligro. Vivimos nuestra vida pensando que todos a nuestro alrededor son peligrosos y aún así nunca es suficiente, juzgamos a unos y a veces no evidenciamos el peligro real. Yo no lo pude identificar y todo ello me llevo a este punto, estar abatida, con miedo a vivir, lo cual es algo irónico.

Tengo diecisiete años, había vivido con mis padres toda mi vida, hasta hace un año, cuando mi vida y mi suerte cambio. Quedé sin nada, sin nadie. Mis queridos progenitores murieron en un accidente de tránsito, dejándome en un mundo donde no le interesaba a nadie. Sufrí mucho, pero no noté todo lo que conllevaba el quedarme sin ellos.

Sobreviví los primeros dos meses con la comida que había en el hogar y lo poco que quedó en las cuentas bancarias, no había familia que me apoyara, todos tenían gastos. El alquiler del departamento donde había crecido solo había sido pagado hasta tres meses después del trágico acontecimiento que acabó con toda mi vida. No tenía hogar, no tenía comida, no tenía nada.

Intenté buscar empleos, no había nada para mí, no podían darme trabajo siendo menor de edad, sin un permiso de mis padres. ¿Cómo subsistir? no tenía maneras, estaba sin nada.

Poco a poco vendí lo que tenía, terminé en un lote abandonado, sin techo, viviendo inhumanamente.

Mi cumpleaños se aproximaba, era mi esperanza, era lo que esperaba para intentar continuar con mi vida. Eso me daba ganas de continuar, de seguir esforzándome.

Esta mañana salí con lo último de valor que poseía, un pequeño dije de plata que me regalaron cuando era una pequeña, debía venderlo... debía entregar lo último que ellos me habían ofrecido. Sin embargo, unas manos sin remordimiento ni culpas me lo han arrebatado, me han quitado mi última esperanza de subsistir. El ladrón, un anciano
a quien siempre salude, con quien conviví los últimos meses y a quien compartía mis penas y culpas en los días difíciles.

¿Es un asar del destino perderlo todo o ha sido un castigo y reprendimiento por alguna mala acción cometida? no lo sé, no puedo saberlo, solo sé que duele. Estar solo duele, pega en el alma, y solo puedo hacer una cosa: llorar.

Tengo hambre, tengo sed, no tengo donde ir, no sé como vivir. Pienso en todas las cosas que pueden sucederme en esta situación y temo por mi. Temo por seguir sufriendo, pasando hambre y frío. Durante horas he repasado en mi mente que puedo hacer, intentando buscar una solución pero, no hay nada. Ninguna idea llega a mí.

Siento el calor en mi piel, en mis brazos, en mis pómulos. Ya mis lágrimas están secas, pegadas a la suciedad de mi rostro, cuando una sombra me separa de los incipientes rayos del sol. No veo el rostro, no identifico quien es.

Solo se dobla frente a mí, toma mi mano y en ella deposita un sobre de papel y se aleja sin decir ninguna palabra. Sus pasos se alejan rápidamente, lo llamo, pero mi voz está débil, no se si me escucha, intento levantarme, pero mis piernas no tienen fuerzas por lo que caigo desplomandome en el piso.

Con la cara en el cemento caliente, decido abrir el sobre y su contenido me dan más ganas de llorar, me dan esperanza. Hay dinero, mucho dinero y sé que con ello puedo intentar vivir, puedo seguir intentándolo.

No sé quien me ayudó, no entiendo porqué lo hizo. Solo sé que ese extraño ha salvado mi vida.