Las lágrimas de un médico
Difícil, ser médicos en una país destruido no es fácil. Es desesperante, o por lo menos para mí es de esa manera.
Tengo que confesar que he llorado mucho más de lo que nunca pensé.
No solo por el hecho de presión laboral, sentirme poco acta o por el estrés que enfrentar a pacientes implica. Va mucho más allá, una situación que pocos conocen.
En mi última guardia experimente nuevamente el llanto de desespero. No creas que es llorar largo y tendido hipando y haciendo ruidos. No, es simplemente el hecho de derramar lágrimas que no cesan tan rápido como quisiera.
En el hospital donde me encuentro las emergencias de adulto y pedíatrica está sumamente cerca. Yo estoy en pediatría y estaba en ese momento en el área de trauma shock atendiendo una convulsión febril. Hasta ese punto todo estaba bien, dentro de lo normal.
Son las ocho de la noche y como siempre, atareada hasta más no poder salí rápidamente al central de historias médicas a buscar una nueva planilla de ingreso para otro paciente. Cuando regreso al área una señora llora desconsoladamente en la puerta de la emergencia.
Corro y entro al área de trauma shock pensando que un nuevo paciente ha llegado y que por la forma en que llora la señora está muy mal. Pero mi sorpresa es que dentro solo está la misma niña que dejé hacia unos dos minutos.
Con descontento por el hecho de haberme exaltado para nada, salgo a hablar con la señora que se toma las manos fuertemente frente la cara empapada de lágrimas. Le pregunto que por que llora.
A lo que la señora intensifica su llanto mucho más. Me mira y en sus ojos rojos y llenos de lágrimas veo el dolor y la agonía. Con la voz queda, casi ininteligible me explica que su hijo, un joven de dieciseis años se encuentra en la emergencia de adulto, convulsionando desde hace mucho tiempo.
Le pregunto que si no lo han atendido, planteándome a mí misma el hecho de que si la respuesta a mi pregunta es negativa yo correr a socorrer a dicho paciente. Pero la señora me dice que sí, pero que tristemente no hay medicamento en el hospital para administrarle a su hijo y debido a la hora ninguna farmacia está abierta.
No sé que decir, no sé que hacer. Le pregunto si es la primera vez que su hijo convulsiona, me dice que es epiléptico, pero que se le terminó el medicamento.
Miro a mi alrededor, quiero hacer algo, intentar algo. Pero ya ni las palabras salen de mi boca, porque realmente sin el medicamento no se puede hacer nada. Le recomiendo que entre cada parte de la emergencia pregunte si los pacientes no tienen el fármaco y que ella asuma la responsabilidad de comprarlo...
Su respuesta, aunque brinda esperanza sigue siendo poco fiable. La madre de mi paciente le ofreció el medicamento, pero está esperando lo traigan a la institución para prestarlo, aunque no han llegado.
Noto como la señora tiembla en desesperación, y sin poder hacer o decir más simplemente le digo que no queda más que esperar.
Me marcho, corro de ahí, sentía como mis lágrimas se formaban en mis ojos, y apenas llegue al consultorio corrieron, libres por mi rostro.
Estudiamos muchos años para, lo que se supone, salvar vidas. Y luego de todo eso, nos enfrentamos al hecho de residir en un lugar donde no contamos con absolutamente nada. Donde el vivir es de por sí riesgoso y donde enfermarse una pena de muerte.
A veces es tolerable, a veces entregar récipes a los familiares para que traten de comprar es lo máximo que podemos hacer. Para muchos médicos es algo que no les importa, que no lo toman de importancia, debido a que ciertamente no es nuestra culpa.
Sin embargo, he estado en ese lugar, sufriendo y sintiendo la angustia y desespero de la necesidad de algún insumo. No es fácil, vivir y trabajar aquí no es fácil.
Imágenes: Autoría propia, 2020
Cámara: Samsung J7 pro, 13 megapíxeles.
Gif editado por autor, en programa Photoshop Cs5
Gracias por el apoyo♥