El hogar de María
Cada día María regresaba a su pequeño departamento sola, vivía en él desde hace más de seis meses. Había salido de casa de sus padres al graduarse de la universidad, y amaba su nueva independencia y privacidad.
El departamento, a pesar de estar en un barrio de clase bajo, era pintoresco, por fuera todo era de ladrillo, con grandes jardineras llenas de abelias rodeando las escaleras de entrada. María siempre le sorprendió lo silencioso que era el lugar, y fue una de las cosas que más le agradaron.
Se sentía segura, a pesar de que el vigilante fuese un señor mayor, se sentía protegida dentro de su pequeño y propio hogar. Cada mañana saluda a Israel, ese era el nombre del vigilante, y nuevamente en las tardes cuando regresaba de trabajar. Siempre sonriente, un abuelito con el que provocaba hablar. María lo hacía seguido.
Hablaba de todo lo que pudiese, ella no tenía muchos amigos, y disfrutaba tener con quien hablar luego de un mal día. El hombre escuchaba siempre atento y luego le contaba historias de su propia vida o de antiguos inquilinos.
Le contó de una mujer anciana, llamada Rita, que vivió en el departamento al lado de donde ella estaba. Siempre le hacía galletas y le daba leche en las tardes, hasta que murió sola viendo televisión. También le habló de como él había perdido a su esposa en un accidente de tránsito justo frente aquella calle, y nunca volvió a ser el mismo.
Otro día le mencionó como los dueños del departamento del piso 3 tenían dos perros los cuales consentían como sus hijos, ya que éstos habían fallecido hacía mucho, pero nadie lo sabía porque no les gustaba hablar de eso.
Después de su charla, la joven mujer subía a su pequeño apartamento, donde no había más ruidos, donde todo era tranquilidad. Regaba sus plantas, se preparaba la cena, y luego de un largo baño de tina se acostaba a leer o ver televisión. Era feliz. Tenía paz.
Los días pasaban y cada día se sentía mejor dentro de su pequeño departamento para ella sola. El vivir alejada de sus padres ya no le pesaba. Casi no los llamaba realmente, no tenía mucho que contarles y ellos a ella tampoco, casi siempre las llamadas resultaban incómodas y terminaba colgando el teléfono tras decir un torpe te quiero.
Se sentía feliz de tener un lugar para ella sola… O eso creía.
Llegada la época de las lluvias María llego empapada al edificio. Israel, siempre lleno de amabilidad, la invitó a pasar a su pequeña gaceta de vigilancia donde le ofreció una reconfortante taza de té caliente, y un paño tibio con el que secaba su cabello, para luego proceder con su charla.
Ese día, pasó delante de la gaceta Ernesto, un vecino del segundo piso, y miró de forma extraña a donde estaban los amigos hablando. Quizás se extrañó por la forma en que una joven pudiese conversar tan amenamente con aquel señor mayor, pero sinceramente a ella no le importaba lo que pudiesen pensar. Cuando el hombre se perdió de la vista al subir por las escaleras, Israel empezó a hablar.
Le dijo como el joven Ernesto se sentía solo y abatido, vivía con un pequeño perrito al que llamaba Milo, era lo único que tenía en el mundo aquel joven. Su soledad se debía a que nunca había encontrado nadie a quien amar, o que lo amara a él. Incluso su madre nunca lo amo, ya que lo dejó abandonado en la puerta de un hospital cuando apenas tenía unas semanas de vida.
Así creció de hogar adoptivo en hogar adoptivo, por eso su corazón estaba lleno de tristeza, nunca se había sentido querido.
María que siempre escuchaba con extrema atención, ese día se fue a su departamento pensando que todos tenemos grandes historias detrás de nosotros, aún cuando nadie las conozca, pero siempre hay alguien viendo todo, que sabe todo, aunque nosotros no lo sepamos. Y ese era Israel, siempre atento a todos a su alrededor.
Luego de subir los cuatro pisos hasta su departamento, la joven empezó a toser, sentía debilidad y mucho frio. Sin dudas las consecuencias de haberse mojado con aquella lluvia tan fría, así que cerró la pequeña ventana de la cocina y la puerta de su balcón. Sabiendo como proseguiría todo aquello, se preparó un baño de agua tibia y luego llamó a su jefa para notificar que no acudiría el día siguiente a trabajar.
Y sin más se fue a la cama. Cansada, agotada.
Aquella noche no pudo dormir, sentía el frio recorrer su cuerpo, sus pies estaban helados, su nariz totalmente fría. Se levantó al baño y sintió la fría golpear su rostro.
La puerta del balcón estaba abierta, dejando entrar la brisa nocturna dentro del pequeño departamento. Sin darle mucha importancia la cerró y tomando otra manta volvió a la cama donde se arropó y durmió el resto de la noche.
En la mañana los rayos del sol la despertaron pasadas las nueve de la mañana. Sin energías solo pudo prepararse un tazón de leche y cereal y volvió a la cama donde durmió todo el día.
Esa noche nuevamente la despertó el frio. Temblaba y sentía helada su nariz, cuando abrió los ojos comprobó que una vez más la puerta del balcón estaba abierta. Sintiendo una pizca de extrañeza se encaminó hacia ella, sintió miedo por primera vez dentro de aquel lugar. Revisó el pequeño jardín, estaba en calma, no había nadie.
Prendió las luces del departamento y todo estaba normal. Así que simplemente aseguró una vez más la puerta y decretó que había sido su poca falta de atención la culpable de haber dejado abierta la puerta.
Esa noche sus sueños fueron turbios, pesados, cargados de ansiedad, pero realmente no recordaba mucho en la mañana cuando despertó.
Lo primero que hizo al levantarse fue revisar la puerta del pequeño balcón, tal como la había dejado estaba cerrada. Decidió que debía restaurar su vitalidad y se dio una larga ducha se preparó una buena comida y se sentó a comer en su pequeña sala de estar. Vio las noticias y se volvió a quedar dormida.
Pasadas las horas, el sonido de un cubierto al caerse al piso la despertó. Sobre exaltada miró a su alrededor, todas las luces estaban apagadas y el cielo nocturno ya se alzaba en el exterior. Tomó su celular y alumbró alrededor. Sentía miedo, sentía la sensación de estar siendo vigilada.
Poco a poco giró el teléfono alrededor alumbrando cada espacio de su pequeña casa que se encontraba en calma.
Con un poco más de tranquilidad, encendió todas las luces, pero su corazón volvió a dar un nuevo brinco cuando al entrar en la cocina encontró en el piso uno de sus tenedores lleno de mermelada. En la mesa al lado de la cocina pedazos de panes y migajas por todo el piso.
Tomando un cuchillo de la gaveta decidió seguir las migajas, que se perdían justo al lado de su cama.
Sintiendo el latir de su corazón acelerarse se asomó bajo la cama, pero estaba vacía. Sentía su espalda sudar, la extraña sensación en su pecho no se iba. Tenía miedo, por segunda vez dentro de su pequeño refugio tenía miedo. Sabía que algo estaba sucediendo, ya no podía ser descuido de ella, recordaba muy bien que no había comido eso.
Sentándose en la cama trató de calmar su respiración, tenía que llamar a sus padres, necesitaba ayuda, y consejos. Marcó el teléfono de su antigua casa, pero estaba desconectado.
Algo muy malo debía estar sucediendo, sus padres siempre tenían el teléfono disponible cuando ella llamaba, aunque no lo hacía con mucha frecuencia. Recordando realmente eran sus padres quienes la llamaban siempre.
Se calzaba sus pantuflas cuando escuchó correr el agua del baño. Corriendo se abrió la puerta, la bañera se encontraba a la mitad de agua, los espejos empañados por el vapor del agua reflejaban una sombra que María no distinguía.
Aterrada, la joven tomó el paño de encimera y limpio el espejo, solo para descubrir la mirada de un hombre que la observaba desde el espejo. Miró a su alrededor y no había nada, el baño se encontraba vacío, solo seguía constante el ruido del agua llenando la bañera.
El hombre tenía expresión dolida, su dentadura era amarilla, la cara demacrada con una gran cicatriz que recorría la mitad del rostro, desde la ceja hasta la barbilla. Estaba esquelético, y observaba con detenimiento a la mujer.
-¿Quién eres? - Preguntó la chica - ¿Por qué solo te veo en el espejo?
Las luces del lugar parpadearon, la mujer, asustada se sujetaba el pecho, pero aunque estaba llena de miedo debía enfrentar aquella situación.
-Yo… soy… no sé quien soy. Solo sé que estoy aquí. – la voz se escuchaba lejana, como en otra habitación pero era muy clara. – llevo mucho aquí, he visto a muchos llegar y muchos irse, pero nunca me voy.
-¿Qué haces en mi casa?- sintiendo que violaban su privacidad María empezó a llenarse de ira.
-¡Esta fue mi casa primero que tuya! Me mudé aquí con mi familia, luego ellos me abandonaron, me dejaron solo, mi mujer se quejaba de que yo tomaba demasiado y se llevó a nuestros hijos, pero… y un día después de mucho tiempo solo, alguien mas llegó aquí. Tomaron mi cuerpo, lo alejaron de mi hogar, luego vi como sacaban mis cosas, aun cuando pedí que no lo hicieran, luego vi como metían las de otras personas, y luego las de otras, Pero nadie me veía, hasta que llegaste tu… tu me viste, el primer día y supe que no podía mostrarme ante ti como ante los demás…
-¿Cuándo te vi?-
-El día que te mudaste, me dijiste que colocara tus cosas personales sobre la cama, me confundiste con uno de los trabajadores de la mudanza. Pero yo solo estoy aquí sin poder irme…¡SOLO QUIERO IRME!-
El grito del hombre se sintió en todo el departamento, la joven sintió estremecer las paredes, aunque no sabía si era por lo asustada que estaba, su corazón estaba sumamente acelerado.
-¡Vete, esta es mi casa!,- el terror le hacía temblar la voz, pero ella no podía hacer más que enfrentar aquella situación.
-Y también mía querida joven. – el rostro del hombre se llenó de lágrimas y lloró
-No entiendo ¿Cómo es posible que sigas aquí? – María esta vez escuchó el sollozo aún más cerca, justo a su lado, giró lentamente la cara y ahí estaba aquel hombre, vestido solo con un pantaloncillo de jean arrugado y manchado, con un cuerpo esquelético, se tapaba la cara con unas manos sucias.
-Así como tus padres siguen aquí.- estupefacta, la mujer solo lo miró detenidamente sin emitir algún ruido. -te he visto mucho, durante todo este tiempo, sé que te mudaste cuando tus padres murieron, y aún así te siguen llamando, sigues hablando con ellos… ¡siguen aquí!
-No, no es posible, mis padres no están…- sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas la mujer empezó a retroceder, pero resbaló con el agua que ahora inundaba el pequeño baño, desde el piso vio la expresión dolida de aquel hombre, que era solo un espíritu parado en el centro de su baño, no recordaba la muerte de sus padres, pero lo que aquel hombre decía no le parecía irreal… se sentía como cuando despiertas de una pesadilla.
Se levantó y corrió a la sala de estar, abrió su biblioteca y buscó en todas las carpetas, y ahí justo delante de ella, en una carpeta con el nombre de sus padres encontró dos certificados de defunción. Sus padres, sus amados padres habían muerto hacía solo un año.
No entendía porque no recordaba. No entendía como hablaba con ellos cada semana cuando ellos la llamaban.
Buscó su computadora y tecleo el nombre de su familia en el navegador. Y ahí estaba, en la sección de noticias local; su casa se había quemado y ellos habían quedado atrapados mientras ella estaba en a universidad. Ahora venían a su mente todos los recuerdos y el dolor.
Sentía su cuerpo frio, su cara estaba empapada de lágrimas, vio la foto de sus padres y ella cuando era pequeña reposando sobre el pequeño escritorio y sintió de golpe toda la soledad. Sintió como todo lo que vivía era una mentira.
Pero no, ella no estaba loca, tenía gente conocida ¿no? Salió del departamento y cerrando la puerta, se recostó en ella intentando dejar de lado todos los horrores encerrados en el lugar. Limpió con su camisa las lágrimas que corrían por toda su cara cuando el brillo de una luz se colaba por la puerta entreabierta del departamento de al lado.
Caminando despacio se acercó, nunca había visto nadie vivir ahí, pero ahí estaba, una luz saliendo del lugar y el sonido del televisor a todo volumen que llegaba al pasillo. Empujó la puerta y en medio de la estancia la vio, una señora mayor frente a su televisor comiendo galletas y tomando leche. Se giró a verla y solo sonrió.
-¿Quieres galletas pequeña?- preguntó con una voz añosa. La nuca de la joven se erizó, sintiendo aún más miedo corrió hacia las escaleras y las bajó atropelladamente, llegando a el piso tres resbaló por sus pantuflas mojadas y cayó en medio del pasillo, donde los perros de la pareja paseaban moviendo la cola por todo el vestíbulo.
Se acercaron a la mujer y le lamieron la cara. Cuando salió la pareja y vieron a la joven:
-¿Te encuentras bien? ¿Qué te ha sucedió? – eran morenos, el hombre le ofreció su mano y la ayudó a levantarte. – podemos llevarte a la emergencia si te duele algo. - Ofrecieron amablemente.
-No, solo he resbalado. – trató de mantener la calma la chica.
-Bien si quieres puedes pasar y te relajas un poco ¿te apetece?, a veces también estamos cansados de estar solos. -queriendo acercarse a alguien con vida la chica aceptó complacida. El interior del departamento era muy similar al suyo, aunque la decoración era aún más llena de vida, de años y recuerdos, había fotos en cada pared, muchos arreglos florales, y jarrones de colores. Se sentó en unos cómodos muebles acolchonados mientras la mujer buscaba café.
Aquella pareja habló con la joven y la hicieron tranquilizarse, les hablaron de sus vidas su trabajos y como estaban cansados de no tener visitas, le ofrecieron que siempre podría volver a visitarlos… cuando de pronto la risa de un niño le causo escalofríos. En la puerta de la habitación los vio.
Dos pequeños niños que jugaban el uno con el otro, dando vueltas como en el juego de la ruleta. Sin disculparse o excusarse, María solo salió corriendo de aquel lugar, nuevamente el miedo se apoderó de ella.
Cuando llegó al segundo piso se tropezó con el joven del que le había hablado Israel, llevaba de la mano a su pequeño perro.
-¿Por qué lloras? ¿te encuentras bien? – sin poder disimular más, la chica solo se lo contó todo, a él, un extraño que quizás solo se burlaría. Pero no fue así.
-Se de que hablas María – dijo cuando hubo terminado de hablar la mujer. -ven, salgamos de aquí. Ten mi abrigo, paseemos en el parque.
Salieron fuera de aquel edificio, extrañamente Israel no estaba, quizá será demasiado tarde y ya se encontraba durmiendo. Caminaron durante una cuadra, los pies de María estaban helados porque sus pantuflas seguían húmedas.
Llegaron a un pequeño parque donde se sentaron en un pequeño banco de madera.
-Mi nombre es Ernesto…- comenzó el hombre.
-Si, lo sé, sé un poco de ti. – la cara de extrañeza del muchacho le incitó a María a confesar todo lo que Isrrael le había contado sobre él. Pero el joven solo dibujó una sonrisa un tanto torcida.
-¿Sabes? Eso nunca se lo he comentado a nadie… es un poco extraño que tu amigo, el vigilante, lo supiera. ¿y sabes por qué?, - La mujer negó con la cabeza. – porque él también es un fantasma.
-¿Qué? no es posible.-
-Si lo es María… decidí mudarme aquí hace un año porque me comentaron que el lugar era sumamente tranquilo, y necesitaba enfocarme en mis libros y tener tranquilidad. Pero apenas llegue noté cosas muy extrañas. Como ya te contó Israel, pasé por muchos lugares de acogida, en uno de esos me tocó vivir con una extraña mujer que leía el tarot y ella solo me enseño una cosa, a hacer esos trucos con las cartas y, a descifrar cuando hay espíritus cerca de nosotros. A diferencia de ti, yo no los veo, pero si sé cuando están ahí.
» Así que al notar ello, busqué información de aquel lugar. Conocí la historia de todos los que viven actualmente ahí, incluida tu. Cuando te vi ese día en la estancia, pensé que eran tus padres quienes se encontraban alrededor tuyo. Nunca había sentido esa energía en ese lugar, quizás Israel solo se muestra para ti. Aunque si conocí su historia.
-¿Cuál es su historia?- lo menos que merecía la joven era conocer todo aquello, o así pensaba.
-Pues, si fue vigilante de aquel lugar, hace unos veinte años, cuando un día su esposa lo traía al trabajo, lo estaba dejando en la puerta del edificio cuando un camión de carga pesada los arrolló. Ambos murieron. – Era increíble como alguien tan dulce como aquel hombre, estuviese muerto.
-¿Entonces por qué siguen ahí, haciendo como si su vida siempre siguiera? –
-Creo que solo fingen que siguen con vida, tratan de hacer todo lo posible porque lo que tienen sea lo más parecido a la vida que tenían. –
-Estos últimos meses de mi vida han sido una mentira. -se lamentó la mujer.
-Quizás sí, y quizás no. Pueda que simplemente hayas llegado a ese lugar para buscar tu paz, para conocer tu verdad y de ti dependa como sentirte.
-Solo me siento vacía.
-María, yo también me he sentido así durante mucho tiempo, eso no implica que deba echarme a morir. Ellos están ahí, nosotros también, ¿Qué hay de malo en todo ello?
Sonriendo, Ernesto se levantó, llamó a su pequeño Milo y empezó a andar hacía el edificio. Después de dar unos pasos, se giró y llamó a la mujer que aún seguía estática en aquel banco. Ya no sentía miedo, pero sabía que su vida no volvería a ser la misma.
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