DIVAGACIONES DE UNA MENTE SIN IDENTIDAD

Soy invisible, estoy muerto casi legalmente. Renuncié a mi identidad y no pertenezco al sistema social, no entiendo el concepto de comunidad, ningún departamento ni cuenta bancaria a mi nombre, ni trabajo de 9 a 6 para pagar cuentas, porque no existo. Pero, sobre todo, me dejé morir cuando me olvidé. Me dejé morir cuando ahogué una palabra, una opinión. Me perdí la película, no leí el libro, dejé de comer sano, de hacer ejercicio, dejé de escuchar música, de sentir, de ser: Eternamente entumecido en alguien que no soy yo.

Desde que no soy, no sufro, porque ya no siento, soy una criatura que ya no razona. Esa sensación me tranquiliza, es un alivio rascarse la panza sin pensar en el mañana. Todo es bienestar, hasta que soy consciente de que pienso. La idea de ser humano me molesta: Ese es el momento en el que agarro un papel y un lápiz, comienzo a escribir para tratar de aliviar el abismo (imposible)... Más bien para tratar de comprender la incoherencia que me inunda.

Pero quizás no es tan malo. Extrañamente contemplar y aceptar la humanidad, de la que no me puedo desentender, es la clave para reencontrarme con mi bestialidad. Huele a fresa de repente, y todo está bien, porque yo tengo mi lugar, y me lo merezco.