El apagón | Crónica de una tarde débil

in #spanish6 years ago

Me desperté temprano; había decidido que ese día sería uno productivo. Tenía mil ideas en la cabeza, sabía exactamente qué cosa haría a qué hora. Me levanté de la cama, la arreglé, me puse ropa cómoda y abrí la ventana. Llovía. Vivo en un lugar bastante alejado del bullicio de la ciudad, por tanto, escuchar la lluvia caer me bajó un poco el tono de energía. No quiero que se mal entienda la idea: me gusta que llueva, me gusta escucharla, pero ese miércoles no era un día para ver las gotas de lluvia caer de los pinos, no era un miércoles para perder el horizonte en niebla espesa, no era un miércoles para sentarse con una taza de café y un cigarro y armar la escena más cliché de los escritores. Tampoco pude hacer mucho; aunque tuviera el súper poder de controlar el clima, es muy probable que no lo hubiera cambiado.
Fui a la cocina, puse café en la percoladora, pero cuando quise encenderla, me enteré que no había energía eléctrica. Hace ya varios días que tenemos racionamientos del servicio eléctrico en mi casa y la ENEEmiga del pueblo, tarda varias horas en restablecerlo. Estaba hambrienta y con el ánimo más opaco que el paisaje. Busqué algo para comer que no necesitara cocción y solo encontré una bolsa de tajaditas de plátano, que — en otro momento — hubiera sido el aperitivo perfecto, pero no a las 8:00 de la mañana cuando ni siquiera había tomado café.
Intenté encender mi computadora; el ver que no reaccionaba me recordó que la había dejado encendida toda la noche con una película y sin conexión. Como no me quedaban más opciones, tomé mi teléfono. 64 % de batería debería ser suficiente para pasar el apagón. No fue así. A la una de la tarde, mi teléfono se apagó dejándome completamente sola y sin recursos en una casa sin vecinos, atrapada por la lluvia, sin comida y con una nostalgia inexplicable.
Decía el abuelo de una amiga “una mujer debe estar ocupada para que no joda”. A mi pesar, tengo que aceptar (que al menos en mi caso) eso es cierto. Estaba sola, y como no tenía a quien “joder”, comencé a joderme yo sola. Mi aburrida y sin-que-hacer mente comenzó a recordar y como no podía ser de otra manera, eran recuerdos tristes, feos, destructivos; podía sentir como casi a propósito mi mente buscaba todos aquellos pensamientos punitivos de los cuales huyo día a día, los pensamientos que tapo con música, podcasts, pláticas con amigos y/o extraños, pensamientos que evito buscando siempre algo que hacer y por si fuera poco, no solo recordaba sino que además creaba ideas, ideas groseras sobre mi misma, sobre la relación de los demás conmigo, ideas sobre el porqué de cualquier cosa, me explicaba yo sola lo ya explicado. Me enredaba en un círculo infinito de maldad auto infligida. Y por eso me fastidiaba tanto aquel apagón: me obligaba a enfrentar esos pensamientos. Y por eso me fastidiaba la lluvia: me volvía vulnerable. Di vueltas y vueltas por la casa, jugué con la perra, ordené lo ya ordenado, limpié lo ya limpio, tomé un baño, me senté a leer y al primer atisbo de sueño, busqué la cama. Una siesta podría ser la solución para mi mente gritona. Logré dormir diez minutos nada más; mi cabeza estaba tan inquieta que ni siquiera el sueño la pudo callar. A las cuatro y cuarenta de la tarde, ya de muy mal humor, decidí que iba a salir del mal paso de una buena vez. Con solo hacer un recuento rápido en mi cabeza de esas ideas, pensamientos, recuerdos y sentimientos reprimidos me daban ganas de vomitar. Se rodaron un par de lágrimas y comencé a temblar, me senté, tomé lápiz y papel (porque al escribir se ordenan los pensamientos) y al dibujar la primera letra, se escuchó en la cocina el reloj del microondas.
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