El Jardin de Anabelle [Cuento]
El Jardín de Anabelle
En el pequeño pero esplendoroso Pueblo Pradera todos eran felices, se encargaban de ejercer la agricultura o la cría de ganado, como buenos granjeros que la mayoría de ellos eran. Cada uno abastecía el gran comercio de la familia Arteaga que llegaron desde España-Barcelona. La familia Escobar era una de las que más le servía al comercio, por su gran producción en la granja, sin embargo la familia Inciarte no daba mucho por ofrecer y poco a poco sus habilidades de cosecha iban decayendo hasta quedar en la ruina, hasta podrían perder su casa junto con su granja, pero no se rendían hasta el momento de ahora. La familia la formaban Sabrina y Marcos, padres de Anabelle, la niña pequeña de 10 años.
La niña Anabelle estaba siempre preparada a las 7:00 am para ir a la escuela, y hoy no iba a ser la excepción. Su rutina de arreglarse a sí misma estaba lista, ahora mismo bajaba corriendo por las escaleras para tomar su desayuno, los ricos huevos revueltos con pan tostado de su madre siempre le parecían una delicia. Al comer, tan rápido como pudo, esperó la merienda que su madre le tenía siempre que iba a la escuela y deprisa desapareció por la puerta con una despedida a gritos hacia sus padres.
Al llegar a la escuela se sentía a gusto y feliz por comenzar un nuevo día, y al mismo tiempo cansada por la situación de su familia.
Pasó la mañana deprisa y a la hora de salir de la escuela el maestro Román se acercó a ella.
—Anabelle, pequeña. ¿Quieres que te lleve a casa hoy? —preguntó, el maestro ofreciéndose amablemente.
A la niña le pareció buena idea y aceptó.
—Sí, muchas gracias, Maestro. Pero esta vez no voy a casa, voy al comercio antes.
—¿Vas a ayudar a tu padre, pequeña? —Esta vez el maestro se inclinó para hablar con ella.
—Sí, papa regresa muy cansado cada día. Mama y yo lo estamos ayudando de tarde.
El maestro la guio hacia su pequeño auto, un poco oxidado y sin pintura; y condujo hacia el comercio mientras hablaban sobre las tareas que la pequeña tenía que realizar de la escuela.
Al llegar se encontraron con la madre de Anabelle, quien le agradeció al Maestro por traer a la niña en su auto.
Anabelle era una niña muy amable y servidora, abnegada; ayudaba a todos sin importar que, y le producía felicidad. Y en este preciso momento cargaba bolsas de estiércol con esfuerzo que aunque aborrecía su olor, se sentía bien, porque era capaz de ayudar; pero ella solo pensaba en llegar a la granja para darle amor a sus rosas.
Los padres de la niña nunca fueron buenos agricultores, en cambio, Anabelle era todo lo contrario, lo que ella sembraba, florecía justo como ella lo deseaba. Ellos nunca le creían, decían que no lo había heredado de ellos ya que eran pésimos con la cosecha, como también le decían:
—Si nosotros no podemos, ¿porque habrías de poder tú?
Y esto la desanimaba pero no lo suficiente como para abandonar su jardín de flores, que abarca una cuarta parte de la granja, en un lugar escondido. Ese pequeño jardín era todo para la pequeña, le hablaba a las flores y las trataba con cariño, eran sus amigas más preciadas y ella se sentía feliz estando junto al jardín, cuidándolo y haciéndolo crecer cada vez más. Sus padres no sabían de él, ya que nunca le creían a la pequeña.
Marcos observó a Anabelle quien sostenía una gran y pesada bolsa de estiércol, acercándose a la pequeña con una gran sonrisa de orgullo sostuvo la bolsa por ella y la depositó en el camión, detrás de él corría la pequeña juguetona con Toto su pequeño amigo fiel, tratando de alcanzarlo hasta el camión. El sol a estas horas del día se volvía abrazador. Luego de una tarde maravillosa junto a sus padres en el comercio, se fueron directos y cansados a su casa.
Al pisar la húmeda grama de la granja una sonrisa se dibujó en la cara de Anabelle y corriendo fue hacia su pequeño jardín con todas sus herramientas para sembrar y cultivar, y puso manos a la obra. Al terminar de sembrar nuevas semillas observó con atención su pequeño jardín y notó que una hermosa rosa florecía pero era primera vez que Anabelle se sorprendía por ver una rosa florecer y eso era porque la rosa era del color del sol. La hermosa rosa terminó de florecer frente a sus ojos tan rápido como ella podía observar. Anabelle pudo jurar que destellaba, que iluminaba la noche.
—¡Siento que vuelvo a renacer! —Se escuchó una voz, procedente de la rosa.
Anabelle gritó sin poder creer lo que se presenciaba ante ella.
—¿Qué te pasa niña? Esto no luce como una buena bienvenida —dijo la rosa, que movía su tallo como si pudiera bailar.
—Pero...pero, ¿puedes hablar? —dijo la pequeña quien miraba a la flor sin poder disimular su gran sorpresa.
—¡Por supuesto! Después de todo, las flores también somos seres vivos, ¿o no?
—Eres muy hermosa —dijo Anabelle.
—¡Ay! Pero sí que me abochornas, creo que comienzas a caerme bien —dijo la rosa.
Ese fue el comienzo de una nueva amistad, los días de Anabelle se volvieron una rutina.
Ir a la escuela, luego al comercio a ayudar a sus padres, ir al jardín y entonces hablar con la flor, que era su parte favorita. Día tras día Anabelle trataba a la flor como a una persona, una parte de su mente reaccionaba poco después, dándose cuenta de que hablaba con una rosa. Le contaba todo sobre todos, sobre sus padres y la situación en la que estaban, sobre la escuela y las tareas que tenía que hacer, sobre el comercio y sobre sí misma.
Un día Anabelle decidió ir a contarles a sus padres sobre la hermosa rosa amarilla que hablaba, luego se dio cuenta que fue una equivocación, sus padres no le creyeron y amablemente le dijeron que debería dejar de imaginarse cosas, que no estaba bien. La niña se sintió abatida al ver su reacción y llorando fue a encerrarse en su habitación. No insistió más y no le conto a sus padres cuanto crecía y cuan real se sentía. La pequeña fue hacia la rosa y habló con ella al respecto.
—Pequeña, muchos adultos crean historias de niños pero no las creen. ¿Cuál es el resultado de eso? En cambio, los mejores escritores de cuentos, creen de tal manera que sus obras se hacen un éxito. El resto, jamás obtendrá lo que quiere con esa mentalidad tan cerrada —La pequeña asintió con la cabeza entendiendo lo que quería decir.
Pasó el día y Anabelle ya estaba lista para ir a la escuela, bajó corriendo las escaleras para tomar el desayuno, al terminar agarró su merienda y se despidió de sus padres.
—Ana, cuídate. Siento un mal presentimiento —le dice Sabrina un poco asustada.
La pequeña se despidió con una sonrisa.
Anabelle apenas cruzaba la calle para llegar a la escuela y sin siquiera poder parpadear vio una luz que la hizo entrecerrar los ojos y luego todo oscureció.
Miles de lágrimas brotaron ese día, el día estuvo tenso, las nubes tristes y el cielo oscuro. Todo el pueblo estuvo presente en el funeral de la pequeña Anabelle, los maestros, amigos, vecinos, hasta la familia Arteaga —dueños del comercio—, todos ellos pensaban que lo que le había pasado a Anabelle era algo terrible y abominable.
Sabrina se posaba frente al cuerpo de la pequeña llorando desconsoladamente, mientras que Marcos sostenía sus hombros con una lágrima en la mejilla.
Pasaron los días y nada volvió a ser lo mismo, la pequeña quien traía alegría y esperanzas al pequeño pueblo ya no estaba; y sus esperanzas y alegrías se consumieron con su muerte, se encontraban en un abismo. Pero no debió de ser así.
Al despertar una mañana, Sabrina recordó las palabras de Anabelle que nunca creyó.
—¡Mami! Quiero presentarles a alguien, es una rosa amarilla, es muy bonita y es mi amiga.
Sabrina llamó a su esposo y caminó con él hacia la granja en busca del pequeño jardín de Anabelle, que al darse cuenta ya no era tan pequeño. Abarcaba más de un cuarto de parte de la granja tanto que estaba abarrotado de rosas y sus colores eran tan llamativos que los podías ver a distancia. Al acercarse, observaron lo maravilloso de aquel jardín, se dieron cuenta que subestimaron a la pequeña Anabelle, se dieron cuenta que no mentía, que cometieron una aberración por no haber creído en su única hija.
—Siento mucho su pérdida —Se escuchó una voz, que sorprendió a los padres de Anabelle y observaron entonces de dónde provenía.
De una hermosa rosa del color del sol, Sabrina pudo jurar que destellaba, que iluminaba la noche. Y por un momento olvidaron su sorpresa por la rosa que hablaba y le respondieron como a cualquier persona. Sabrina se puso a llorar y la rosa se movió ligeramente y comenzó a hablar.
—Nunca cierren su mente, ese fue su único error. Esta vez, deben creer, para poder ver.
Y eso fue lo último que escucharon de aquella rosa, quien pasando el tiempo cada vez crecía más y más.
Todo cambió, y no fue para mal. Los padres de Anabelle, tuvieron éxito con la producción en su granja y superaron a la familia Escobar quien abdicó de abastecer al comercio por su baja producción de alimentos. Conservaron el jardín de Anabelle y lo cuidaban tanto como si fuera su propia hija. La Rosa Amarilla creció tanto que lo consideraban un fenómeno de la naturaleza, tiempo después se convirtió en uno de los símbolos más importantes del pueblo que poco después creció hasta ser una gran ciudad.
Nadie jamás olvido a la pequeña niña, y mucho menos a la rosa amarilla.
Y los padres de Anabelle jamás dejaron de creer.
Muchas gracias por mostrarnos el cuento, me encanta como lo has escrito, el equipo Cervantes apoyando a la comunidad.
Me alegra mucho que les haya gustado, muchas gracias por leerlo.
enternecedor tu cuento, me gustó mucho... espero seguir leyéndote
Que bueno que te haya gustado, gracias por leerlo. Continuare subiendo cuentos y escritos espero que me leas.