La noticia está en todos los portales: cuatro venezolanos murieron luego de que la embarcación en la que intentaban llegar a Curazao naufragara. Cuatro venezolanos muertos, un montón de historias rotas, despedazadas, es el saldo de un viaje emprendido debido a la desesperación y las ganas de salir de una crisis que asfixia a la ciudadanía en Venezuela.

La muerte es real, no es un delirio, un discurso, ni una tendencia política, la muerte es definitiva y en este caso destruyó las ilusiones no solamente de quienes dejaron este mundo en esa situación tan siniestra, también de sus familias, amigos y conocidos.

¿Qué llevó a estos seres humanos a tomar la decisión de irse del país en un viaje que a todas luces no podría catalogarse como seguro? La desesperación, el hambre y las ganas de salir adelante para buscar lo que en Venezuela no hay: progreso.

Porque en Venezuela, todos los que vivimos aquí lo sabemos, desde hace muchos años no hay nada parecido al bienestar, la esperanza o las mínimas condiciones de vida para subsistir.

Todo en nuestro país es un conflicto, cada actividad está llena de un aire perturbador: buscar dinero en efectivo en un cajero, tomar un taxi, comprar pan, ir al automercado, contar con servicios públicos efectivos.

Nadie quiere vivir una vida donde comprar un pedazo de pan es una odisea que puede abarcar más de cinco horas al día, nadie desea ir a un cajero por efectivo y saber que tienes que esperar cinco horas para poder retirar un porcentaje mínimo. Nadie desea trabajar treinta días por un salario que no te sirve ni para comprar la comida de una semana.
Es difícil resignarse a vivir en un país donde salir a la calle es una prueba de valor, ya que en cualquier esquina te puede esperar la muerte o el robo de tus posesiones adquiridas con esfuerzo.

Esta tragedia que involucra a estos balseros venezolanos no es un hecho aislado, es solo otra cara de un problema que se vive en el país desde hace años: la crisis que anega cada ámbito.

La vida cotidiana del venezolano está llena de sinsabores y muchos se van con el firme deseo de dejarlos atrás, cambiar el paisaje, transformar el espíritu, vivir una vida normal, algo tan simple como desayunar pan con café con leche.

Luisa Ugueto
@luisauguetol