El pequeño departamento del edificio en la calle de los arcos estaba casi vacío, a pesar de las recomendaciones de padres y otros amigos de que no lo hicieran, Cecilia y Adrián habían vendido prácticamente todas sus cosas y estaban a punto de irse a Viena para estudiar ambos en uno de los más prestigiosos conservatorios de Europa. Salían mañana para cumplir sus sueños, él de intérprete de cello, ella de directora de orquesta. El conservatorio los becaba de manera completa debido a su trayectoria y talento; sin embargo había que conseguir muchas otras cosas para asegurar el sustento, al menos en los primeros meses en aquel nuevo país, lo cual no les resultaría barato.

Pero aquella noche todo era nerviosismo mezclado con euforia ya que por fin se había acabado esa suspensión que determinaron los aeropuertos por dos días durante el paso de un cometa que supuestamente afectaría las condiciones atmosféricas; o al menos era todo lo que ellos sabían pues tampoco habían prestado mucha atención a las noticias debido al inminente viaje, pero sobre aquel asteroide negro, el TB145 se habían propagado innumerables rumores en los medios, de los cuales ya no se podía distinguir entre lo falso y lo verdadero. Estaban cerrando su última maleta en la recamara, salían al día siguiente por la tarde, habían pensado dormirse hasta muy noche para despertar e irse a tomar algún almuerzo en el aeropuerto y partir. Cecilia le decía a Adrián que no era posible que no se les hubiera ocurrido festejar durante esta noche, solos los dos, puesto que ya habían realizado todas las despedidas oficiales. El hecho era, y ninguno de los dos lo tenía en cuenta, que estaban transitando por uno de los momentos de mayor influencia de aquel objeto celeste en forma de calavera que había dado en girar a intervalos constantes cada vez más cerca de la Tierra. Eso se arregla muy fácil —le respondió Adrián— voy a la tienda de abajo por un buen vino, ¡yo creo que hoy sí, de ese chileno “reservado”!

En la tienda que estaba cruzando la calle de los arcos se encontraba un pequeño autoservicio atendido por Don Carlos, con quien Adrián platicaba, ante sus preguntas entusiasmadas, del futuro en las principales salas de conciertos en Europa. El hombre terminó regalándole a Adrián un par de botellas del vino más caro que tenía en sus estantes, orgulloso de ser amigo del cellista que se iba a triunfar a Europa; completó el regalo con algunas rebanadas de jamón serrano.

Regresó Adrián al departamento por aquel viejo elevador destartalado cuyos chirridos siempre transformaba en su imaginación en armónicas melodías, casi salía del elevador cuando llegó a su conciencia la idea de que en ese momento no estaba componiendo nada sino que el elevador efectivamente entonaba, sin embargo el elevador llegó a su piso y ya la puerta se abría. Caminó por el pasillo mientras sacaba sus llaves pero vio a Cecilia frente a su puerta, al guardarlas nuevamente en el bolsillo quiso mostrarle aquella botella de vino tan caro pero ella ya no estaba en el pasillo y la puerta le pareció de pronto cerrada. Apresuró el paso buscando nuevamente las llaves pero al llegar la puerta estaba abierta y Cecilia sentada de espaldas, arreglándose el cabello en la mesa del comedor, lo último que se alcanzaba a ver del departamento mirando desde la puerta. Adrián apretó los ojos.

—Que amoroso Don Carlos al regalarte el vino, realmente está orgulloso de ser tu amigo.

Las palabras de Cecilia resonaron en Adrián pues sabía que ella detestaba aquel autoservicio, no conocía siquiera a Don Carlos. Abrió los ojos para descubrir que Cecilia estaba parada exactamente frente a él, pero casi suelta el vino y el jamón cuando la escuchó decir, —Siempre me comenta lo contento que se siente cuando te ve dirigiendo a la orquesta en la tele—. Adrián sintió un mareo y se dirigió a dejar las cosas en el comedor dejando a Cecilia en la puerta pero su angustia crecía cuando comenzó a verla de nuevo sentada en la mesa terminando de colocarse un pasador en el cabello. ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó desesperado— Acabo de cruzarme contigo en la puerta. Por toda respuesta recibió de Cecilia una sonrisa. Colocó las cosas en la mesa y fue al girar el cuerpo y pasar su mirada por el departamento que descubrió el extraño efecto de ver a Cecilia en cada uno de los sitios en los que enfocaba la atención y mientras así giraba descubría también que el departamento estaba nuevamente amueblado, lleno de recuerdos y varias fotos de conciertos en los que él estaba dirigiendo y Cecilia tocando el cello.

¿Qué es esto? No lo entiendo. —Preguntó Adrián con un nudo en la garganta. La voz de Cecilia a su espalda preguntando qué tenía le hizo reaccionar—. ¿Cómo llegaron estos muebles al departamento? ¿Por qué te miro en cada sitio al que volteo? Traje este vino para celebrar que nos vamos mañana a cumplir nuestros sueños pero tú no sé cómo has hecho todo esto para evitarlo. ¡Debes haberme drogado!

—No sé de qué me estás hablando, ni a qué viaje te refieres amor mío. Mañana damos concierto en esta ciudad que nos recibió hace años con los brazos abiertos. En Viena nunca habríamos sido tan queridos como aquí, por gentes tan valiosas como el buen Don Carlos. Y, ¿qué es eso de que me ves por todos lados? No te entiendo, yo no te he drogado en ningún momento.

Tras las palabras de Cecilia Adrián había llegado casi a la posición fetal, quería no escuchar nada pero sentía que ella le hablaba desde adentro. En un momento se animó a entreabrir los ojos y vio los pies de Cecilia entrando en su habitación seguidos de los suyos propios. En su cabeza seguía escuchando la voz de ella. —Frente a todas esas personas lo harás grandioso, créeme, no te pongas nervioso, has estado muy tenso con todo eso que dicen de aquella “calavera” que pasa allá lejos en el cielo—. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Adrián cuando escuchó su propia voz diciendo: —Tienes toda la razón, la más amada de todas. Puras chiquilladas para pasar el rato. Tú también demostrarás tu sensibilidad y tu arte frente a nuestra muy querida audiencia. Escucha ya se cuchichean para recibirnos.

Adrián hizo un gran esfuerzo para levantarse. Conforme se fue poniendo de pie los cuchicheos expectantes se hacían más fuertes desde el interior de su habitación. Cuando estuvo erguido vio a Cecilia desde la puerta tendiéndole la mano, invitándolo con aquella sonrisa a asomarse. Adrián se asomó a la puerta y ahí estaba sentada Cecilia con su cello, esperándolo con todos los músicos en el escenario, silenciosos pero radiantes de emoción y respeto. Más al fondo, el público en aquel gran recinto, que al mirarlo asomarse rompieron en aplausos de pie. En ese momento Cecilia que estaba a su lado en la puerta, apretó con amorosa fuerza su mano. Él la miró a los ojos comprendiendo en su lenguaje exactamente lo que decían. —Todos te esperan.

Adrián entró directo al frente del escenario e hizo una reverencia. Luego se dirigió hacia los músicos saludándolos. Fue a dar un beso en la mano de Cecilia quien estaba lista con su cello. Se dirigió hacia sus partituras y tomando la batuta dio inicio a la sinfonía.

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@LeVeuf

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