La visita del Odio

Nuevamente hay rumores de Guerra, no pudieron los intentos de diálogo apaciguar esos nervios tensos. Los agravios son profundos según lo explican los estatutos y según se siente en el abismo de las heridas que han dejado el corazón reseco. Todos los deseos gritan “¡Fuego!” y quieren arrasarlo todo, no importa que pase y pase el tiempo, que todo lo haya cubierto el color negro, llaman a un antiguo genio que se había mantenido en letargo.

Hoy se levanta el Odio y serpentea sin freno, quiere inundar los planos que mantienen el manso equilibrio apaciguado. Infla las costillas, enrojece la mirada, las venas casi las revienta. Se sienta con señorío a la mesa de todos los sentidos, a su antojo los sacude y ante ellos presenta su lenguaje podrido.

—Hoy es mi día señores, no me detengan, parece que no ha sido la de ustedes la vida que han destrozado. Recuerden las lágrimas saladas, la amargura y el desasosiego. Recuerden cuando en la noche sin soportar la tristeza y los dolores, ni para dormir podían cerrar los ojos; porque en lo oscuro sólo miraban cómo se derrumbaba todo. No ha sido poca la ofensa que los ha puesto en este eterno luto. No es poco el coraje con el que deberían vengar esta vida a la que han sido condenados, una con tantos miedos.

Cada pensamiento va cayendo en el estado de entumecimiento que suele acompañar a los músculos amasados por los golpes, el cuerpo concentrado en sus memorias de sinsabores y frustraciones le cede todas sus funciones al espíritu grotesco. La respiración quema, los dientes crujen. El Odio ve que todo se doblega a su paso y se quiere apoderar del Alma y obligarla a planificar la Guerra.

Intenta por todos los medios convencerla, le recuerda las pérdidas y lo amadas que eran, le muestra a quien es culpable y cómo se goza ahora sin ninguna responsabilidad ni consecuencia. Se ensaña con las burlas sufridas, con las palabras pérfidas de los que alrededor testificaron los sucesos, siendo cómplices o simplemente omitiendo lo que hubiera evitado lo funesto. Le revela al Alma muchos nuevos detalles llegados a conocer por puras casualidades, asuntos que hubiera sido mejor no llegarlos a saber. En todo esto se regodea el Odio hasta que pletórico grita —¡Hoy es día de la Guerra!

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Yo estoy aquí contigo en tu día, —le dice el Alma al Odio— y te digo que te entiendo y reconozco todos tus esfuerzos, pero no puedo seguirte en tus intentos guerreros. ¿Cómo puedes negarte? —responde el Odio con el negro cabello erizado, con fuego en los ojos y escupiendo sangre—. ¿De qué materia inconsistente estarás hecha que eres indiferente al robo de aquello que tú misma cultivaste?

—Tú no puedes ver más allá de este estallido y la revuelta en la que quieres ver a todos los sentidos, haciéndolos perder el rumbo, lanzando golpes al vacío. Tú crees que vas a recuperar el fruto que fue robado, pero emprendiendo la Guerra sólo podrás verlo absolutamente perdido. Nada va a corregir el pasado, las acciones vengativas no dan ese resultado y mucho menos sus largos preparativos que consumen toda la energía de la vida. Tú no puedes ver el mañana esplendoroso que está lejos de la conciencia humana, pero que la ilumina y le hace discernir las mejores empresas; porque después de todos nuestros errores está la posibilidad de enmendar de nuevo el camino. Un niño crece contento y tendrá vida según estemos presentes en su camino. Nada se ha perdido pues nada era tuyo. Cada cosa sigue su camino. Si dejamos correr tus planes, nunca esa presencia volverá a estar a la mano. El amor se habrá perdido y el caos será el encargado de guiar cualquier resultado. Yo sé que hoy que te has despertado, tu fuego nos mueve y nos mantiene alentados, pero he de encargarme de guiar el impulso que recibimos de tu mano y transformarlo en el deseo de la posibilidad del próximo encuentro con lo que tanto amamos, que en nada es culpable.

Ni yo mismo puedo negar que tú sabes decir la verdad y me dominas con lo certero de tus advertencias, ni yo mismo puedo odiar cuando hay tanta Luz mostrándome lo más Bello, —dice por fin el Odio después de su silencio—. Sin embargo ya no me he de quedar más dormido, te has vuelto muy suave, y aunque me has dejado tranquilo no quiero que tus visiones del más allá nos dejen nuevamente de rodillas, arrastrándonos por el amargo valle de las lágrimas. Mantengo mis banderas negras para cuando llegue nuevamente el día de la Guerra.

Termina el encuentro, los músculos se sueltan y la respiración se recupera, mientras el Odio se va arrastrando, regresando exactamente por donde vino.

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Imágenes originales

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@LeVeuf

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