Una tarde

llegó a mi casa una señora que admirando los retratos a lápiz me pidió que realizará uno para su patrona. Le respondí que me consiguiera una foto para estudiar sus rasgos y comenzar a dibujarla, si se asemejaba a la persona podría quedarse con el retrato.
Comencé a dibujarla un treinta y uno de diciembre y el siguiente año quedó completada, a medida que iba adquiriendo personalidad más curiosidad me iba generando y más aprecio le iba tomando. Me di cuenta de que caras vemos más corazones no sabemos...a través de una foto podemos observar una imagen distante pero es solo a través del retrato que podemos contemplar una persona, inferir sobre su personalidad y sentimientos. Al plasmar su imagen sobre una hoja de papel poco a poco se nos va revelando una persona cuya vida no conocemos pero en sus rasgos ha quedado parte de ella, contemplamos las huellas que ha dejado la vida sobre su rostro y paulatinamente vamos acercándonos más a ella sin saberlo, hasta que llega a sernos tan familiar que la nombramos y pensamos en ella como aquella persona que nos estará esperando todas las tardes. Aquellas tardes llegan a ser tan especiales que increíblemente las extrañamos cuando, en general, sentimos que la obra ha quedado completa, es entonces cuando buscamos sin saber motivos para continuar dibujando, más detalles, más sombreado, más brillo.....Llegó por fin el melancólico día de la despedida y el retrato fue entregado a la señora. Solo me quedé con la curiosidad de conocer a la verdadera modelo y saber su opinión sobre la imagen de ella que ella misma no conocía.

Detrás de un retrato....Se halla un artista que lo ha acompañado y muy probablemente se ha encariñado.