Las nubes grises cargadas de agua en el cielo comenzaron a moverse con rapidez, y el azul de la noche se desvanecía en colores de amanecer. Dejó de sentir lentamente el golpe húmedo sobre su cuerpo y entró en pánico. Sabía que significa ese repentino cambio. Vio asustado como el horizonte irradiaba la luz de un sol naciente. Subía con lentitud, pero a través de sus pies, el tiempo pasaba en rápidos segundos. Distinguió la transición del césped, de mojado, a brillante. La luz se colaba entre sus ojos y lo obligaba a cerrarlos, pero él se negaba a dejar de ver. De verla. Porque sabía que ocurriría luego de cerrarlos. Significaba algo que ya conocía. Era tiempo de despertar. Era el rápido fin de su encuentro obligando a dejar ese hogar en su mente donde se sentía vivo.

El sol se posó en lo más alto y el brillo parecía tener el propósito de quemar sus ojos. Luchó por permanecer unos segundos más, con todas las fuerzas que sus ojos les permitían tener, pero para el momento en que todo se volvió blanco a su alrededor, aceptó que era el fin.

Lo primero que sintió fue su cuerpo cubierto por una capa de sudor, el cabello pegado en su frente, y una respiración tan descontrolada como la secuencia de imágenes que se disparaban en su mente. Se levantó de la cama rápido, ignorando el cansancio que su cuerpo le hacía sentir. Tomó un lápiz tirado en su mesa de trabajo y buscó una superficie donde dibujar; y cuando la obtuvo, no hubo nada en esa madrugada que lo separara de la hoja y el recuerdo de un rostro angelical que permaneció en su mente.

— Comenzó siendo incoherente, pero al final nada de esto ocurre con la coherencia de la mano. El tiempo fue el adecuado, como una flor esperando a la primavera para florecer. El mundo se movió para nosotros, y no hubo el mas minino error.

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