Clases de padres
Existen padres de muchas clases. Hay de la clase devota, que hace todo por el bienestar de sus hijos; los hay del tipo disciplinario, que inculcan la responsabilidad y honestidad como pilares del carácter; los hay mártires, que viven y sufren tus penas como si fueran las propias; los indulgentes, que te enseñan a perdonar lo imperdonable; los alcahuetes, que encubren tus travesuras; los creyentes, que te transmiten la fe que te moverá; los delatores, que descubren tus ridículas manías a tus familiares y amigos. Hay muchos tipos, hay combinaciones que los hacen mejores y los convierten en tus amigos y los miras como ejemplo. Pero siempre son buenos padres. Y somos dichosos de tenerlos, aunque los critiquemos a veces por sus viejas formas de manejarse porque no van tan rápido como los tiempos que vivimos, porque nos siguen tratando como niños.
Pero siguen siendo buenos y son nuestros. Sabemos que podemos acudir a ellos para compartir la carga que nos agobia porque, entre todos, la carga es más ligera. Confiamos en ellos y nos atrevemos a confesarles aquello que tanto nos avergüenza o nos carcome el alma, aquello que nos molesta silenciosamente o lo que nos da tanta alegría que no lo podemos callar; pero se los confesamos porque sabemos que no nos juzgarán, nos seguirán brindando su apoyo, los alegrará nuestra felicidad o llorarán nuestra desdicha, pero seguiremos siendo los mismos y ellos seguirán siendo buenos.
Pero también los hay malos. Existen esos que aun estando contigo bajo el mismo techo, te abandonan. No se involucran en tu vida y hasta pareces estorbar en la suya. Esos no son tan buenos, de hecho, son peores que los que nunca estuvieron.
Son tan malos que ni siquiera sabes si debes agradecerles el que te dieran la vida porque la han ido llenando de pequeños y constantes desprecios que se van convirtiendo en montañas de complejos. Tus logros no parecen notarlos y se esmeran por señalar tus errores y destruir tu autoestima. Con las pocas muestras de afecto que te conceden (cuando lo hacen) solo consiguen hacerte sentir más miserable; aun así, te esmeras por sobresalir, por llamar su atención, por ser su orgullo, aunque tanto esfuerzo te desgaste y te deje exhausto.
Pueden llegar a ser tan malos que notas que son terribles.
Padres que no ocultan su preferencia por un hijo, que no disimulan el tono condescendiente cuando hablan de ti, que caminan con el pecho henchido cuando tu billetera y cuenta bancaria se engordan, siendo estas el motivo de su orgullo más que tu crecimiento personal. Padres que, al ver un revés en tu economía, se esconden y evitan el qué dirán; prefieren hacerse de la vista gorda antes que reconocer que te fue mal en un negocio. Padres que huyen cuando más los necesitas, escudándose en el miedo e insistiendo en proteger su integridad, sin importarles cómo está la tuya o cómo afrontarás tu desatinado momento. Padres que te cierran la puerta en la cara cuando más necesitas de su abrazo. Padres que se van de excursión mientras a ti te prohíben la luz del sol. Padres que descansan por las noches su cabeza en una mullida almohada y se cubren del frío con un grueso edredón, cuando a ti te conceden poco más de un metro en el piso para que puedas dormir y apenas te cubres con una sábana.
Padres que no sufren al saber que estás condicionado a una celda compartida con treinta personas más, que vas descalzo, que te restringen las visitas; que desconocen, o no les interesa saber, cómo estás comiendo, si padeces frío, si tienes miedo.
Padres que son tan malos padres que piensan solo en ellos y, sin importarles tu inocencia, no están para darte la seguridad que solo sus brazos conceden.
Padres que no asumen su responsabilidad en tu fracaso. Padres que no aplauden tu coraje y valentía ante la vida y tu manera tan frontal de afrontarla. Padres que no te defienden moralmente. Padres que te dejan solo.
Padres que te siguen abandonando y a quienes seguirás justificando y protegiendo bajo tus alas como debieran hacer ellos contigo. Padres a los que mandas a resguardar para tu tranquilidad cuando su deber es preocuparse por ti y estar acompañándote a cada paso de este camino para hacerlo más tolerable.
Padres a los que perdonarás el haberte dejado una vez más por tanto tiempo. Padres que han dejado cicatrices incurables en tu corazón, pero a quienes seguirás queriendo porque son los que tienes.
Padres que no son buenos padres.
Para ti, K.K.