# 9 LAS CASAS
Un albañil, entonces, se adelantó y dijo: Háblanos de las Casas.
Y él respondió, diciendo:
Levantad con vuestra imaginación una enramada en el bosque antes que una casa dentro de las murallas de la ciudad.
Porque, así como tendréis huéspedes en vuestro crepúsculo, así el peregrino en vosotros tenderá siempre hacia la distancia y la soledad.
Vuestra casa es vuestro cuerpo grande.
Crece en el sol y duerme en la quietud de la noche, y sueña.
No es cierto que sueña? Y que, al soñar, deja la ciudad por el bosque o la colina?
Cómo pudiera juntar vuestras casas en mi mano y, como un sembrador, esparcirlas por el bosque y la pradera!
Los valles serían vuestras calles y los senderos verdes las alamedas y os buscarías el uno al otro a través de los viñedos, para volver con la fragancia de la tierra en las vestiduras.
Pero todo eso no puede ser aún.
En su miedo, vuestros antecesores os pusieron demasiado juntos. Y ese miedo durará aún un poco. Por un tiempo aún los muros de vuestra ciudad separarán su corazón de vuestros campos.
Y, decidme, pueblo de Orfalese, qué tenéis en esas casas? Y qué guardáis con puertas y candados?
Tenéis paz, el quieto empuje que revela vuestro poder? Tenéis remembranzas, los arcos lucientes que unen las cumbres del espíritu?
Tenéis belleza que guía el corazón desde las casas de madera y piedra hechas, hasta la montaña sagrada?
Decidme, las tenéis en vuestras casas?
O tenéis solamente comodidad y el ansia de comodidad, esa cosa furtiva que entra a una casa como un huésped y luego se convierte en dueño y después en amo y señor?
Ay! Y termina siendo un domador y, con látigo y garfio juega con vuestros mayores deseos.
Aunque sus manos sean sedosas, su corazón es férreo.
Arrulla vuestro sueño solamente para colocarse al lado de vuestro lecho y escarnecer la dignidad del cuerpo.
Hace mofa de vuestros sentidos y los echa en el cardal como frágiles vasos.
En verdad os digo que el ansia de comodidad mata la pasión del alma y luego camina haciendo muecas en el funeral. Pero vosotros, criaturas del espacio, vosotros, inquietos en la quietud, no seréis atrapados o domados.
Vuestra casa no será un ancla, sino un mástil.
No será la cinta brillante que cubre una herida, sino el párpado que protege el ojo.
No plegaréis vuestras alas para poder pasar por sus puertas, ni agacharéis la cabeza para que no toque su techo, ni temeréis respirar por miedo a que sus paredes se rajen o derrumben.
No viviréis en tumbas hechas por los muertos para los vivos y, aunque magnificente y esplendorosa, vuestra casa no se adueñará de vuestro secreto, ni encerará vuestro anhelo.
Porque lo que en vosotros es ilimitado habita en la mansión del cielo, cuya puerta es la niebla de la mañana y cuyas ventanas son las canciones y los silencios de la noche.
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