"Un poco de rebeldía..." (MICRO RELATO)
Exactamente a las tres de la tarde llegaron Lina y Sienna a la reunión acordada, extremadamente puntuales. Cada una se bajó del auto de su respectivo esposo y casi al mismo tiempo alisaron las arrugas de sus vestidos color pastel, siempre color pastel para el té, se decían así mismas. Demasiado adornadas con sus sombreros y tocados de señoras se encontraron en la puerta de la preciosisma casa de Miranda, una de las viejas amigas del grupo.
Miranda abrió la puerta con una gran sonrisa y un moño enorme debajo de su cuello, se veía tan parisina, sostenía una canastilla (que seguramente elaboró ella con sus propias manos) llena de pastelitos y bocadillos y les ofreció a sus viejas amigas al entrar. La casa de Miranda era la más hermosa de la calle y la más hermosa también entre las casas de sus amigas, por lo tanto Miranda era, por lejos, la más exitosa de las 4.
Organizar la reunión con sus viejas amigas de la escuela y de la vida había sido un deleite para Miranda. En general le gustaba alardear de lo excelente que era su vida en la gran ciudad y con todos lo que podía, pero alardear de su perfecta vida con sus amigas de la infancia era un éxtasis y sin duda ella había sido la mejor de todas, incluso compró ese nuevo vestido simplemente para tomar el té. Gustos que solo podía darse la esposa de respetado coronel.
Miranda llevó a sus amigas al hermoso patio trasero que su esposo mandó hacer especialmente al gusto de ella para que pasara sus tardes sin ser molestada. Todas las plantas eran de colores relucientes y había una casetilla de madera blanca para que pusieran tomar el té en la tranquilidad de la sombra. Lina y Sienna estaban encantadas y no podían dejar de hablar al respecto, Miranda sonreía y recibía los halagos fácilmente, siempre era el centro de la conversación, era perfecta.
Mientras escuchaba a sus amiga le confortó saber que no les había ido mal en la vida, ambas estaban casadas, tenían niños preciosos y buenas vidas, pero ninguna era mejor que ella y eso le gustaba. Comenzaron a preguntarse dónde estaba Rachel. Había pasado casi una hora después de las tres de la tarde y ya habían servido el té. Se lo perdería, pero era algo curioso porque Rachel jamás fue así, siempre tan puntual, siempre tan correcta y tan derecha que irritaba a Miranda que en ocasiones fuera mejor que ella.
En el fondo, Miranda pensó que no tenía tantas ganas de ver a Rachel como a Lina y Sienna, de jóvenes Rachel siempre fue el centro de atención, sabía todas las respuestas de la clase, hacía los bordados más perfectos en las lecciones de la Sra. Nina, preparaba el mejor té de todas y era la mejor en floristería, definitivamente sentiría gran alivio si no se presentaba, pero aun sí tenía ganas de demostrarle que ella había crecido, había cambiado y ahora era mucho mejor.
Pasó otra media hora y mientras comían bocadillos un auto se estacionó ruidosamente en la calle de al frente, Miranda quiso ir a ver de qué se trataba pero recordó las palabras de su esposo “No todas las cosas son asunto de las mujeres”, así que no le dio importancia. Pero de hecho, el asunto entró por sus propios tacones a su casa.
Una mujer alta y de esbelta figura caminó por la sala de estar hasta el patio. Era de una belleza impresionante, y al mismo tiempo escandalosa, llevaba un ajustado vestido rojo que iba muy arriba de sus rodillas y un imponente sombrero a juego que la hacía parecer una cotizada actriz de hollywood. Miranda se alarmó al ver una desconocida en su casa, se puso de pie y caminó hasta la puerta con el ceño fruncido, además de todo debía ser una especie de cabaretera exhibicionista perdida, le preocupó lo que pudieran pensar los vecinos.
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-¿Disculpe, la conozco? –dijo Miranda apresurando las palabras para sacar a la desconocida de su casa. La mujer se quedó de pie en la puerta del patio y se quitó unas estilizadas gafas de sol.
-¿Miranda? ¿Eres tú? –cuando la mujer se acercó Miranda la reconoció. Era Rachel.
Rachel sonrió estirando sus carnosos labios rojos. La abrazó y Miranda se dio cuenta de que su espalda estaba desnuda, era un escote muy amplio y profundo. Rachel tomó lugar en la mesa entre las miradas de asombro e incredulidad de sus viejas amigas. Las saludó y se disculpó por llegar tarde, dijo que había tenido problemas con su auto y tuvo que estar un par de horas en el taller. Pronto Rachel se apoderó del lugar, era tan distinta, pero ella, sin duda.
Había cambiado por completo, su aspecto era totalmente diferente, para empezar no era rubia, su cabello era negro como azabache y totalmente lacio, no llevaba un peinado de señora ni un moño bajo el cuello, iba demasiado escotada y... sensual. Eso no estaba bien ¿qué diría su esposo? Cuando Miranda puso las palabras en su boca Rachel respondió con una sonrisa.
-No tengo esposo. –dijo sacando un enorme cigarrillo, como los que Miranda había visto fumar a las mujeres parisinas. –Lo planté en el altar.
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Sus amigas se impresionaron enormemente y Rachel lo contó todo. También contó la historia de cuando viajó a Nueva York y estuvo enamorada de un director de cine que la engañó con una actriz. Viajó mucho tiempo por Inglaterra y otros países Europeos, tomó cientos de tipos diferentes de cerveza y un día se embriagó tanto que se hizo un tatuaje en el tobillo que decía DRUNK.
Rechazó docenas de hombres que querían casarse con ella y continuó su vida, viajando y andando por todas partes. Miranda no podía creerlo. Estaba asqueada, Rachel bebía alcohol, fumaba y tenía un tatuaje, no se había casado a los treinta, estaba muy decepcionada de ella, pero también había algo más. Mientras Rachel hablaba de su último departamento en París, Miranda se dio cuenta de la libertad con la que se expresaba. Había cambiado, de eso no había duda, pero también en un sentido mayor, algo que viene desde el interior hacia afuera.
Rachel se reía sin inhibirse y no tapaba su boca y eso le gustaba a Miranda, su esposo siempre le decía “No te rías tan fuerte, las damas tienen un límite para eso, tienen un límite para todo”. Rachel usaba tacones altísimos y ropa sensual y eso podría estar mal, pero se veía increíblemente bien, bella y atractiva. Miranda nunca se había sentido tan atractiva en su vida.
Quizás Rachel ya no era la perfecta bordadora de la niñez, pero tenía ahora todas éstas historias que contar y estaba entreteniendo de manera estupenda a las chicas, ella en cambio ¿qué podía contar? Desde su boda el único gran acontecimiento era el asenso de su esposo y claro está, el hecho de que la engañaba con la esposa de su mejor amigo. Eso jamás podría contarlo. Por un momento Miranda sintió envidia, mucha envidia de la libertad con la que Rachel estaba hablando y siendo ella misma.
Quizá estaba mal que fuera así de rebelde en esta sociedad cuadrada donde las mujeres debía ser perfectas maquinas de hacer bien todo y dar buenas impresiones, pero Miranda quiso por un momento no ser así, experimentar la rebeldía y romper sus propios estereotipos para descubrir cómo pudo haber sido ella en realidad. Se preguntó qué habría pasado si hubiera plantado a su esposo en el altar y se hubiera ido con ese chico Tommy que le gustaba. ¿Qué habría pasado si en lugar de casarse hubiera ido, como soñaba, a la Universidad a estudiar música? Quién sería ella si hubiera tenido el valor de cometer esos que su padre llamaba los peores errores de su vida?
La nostalgia invadió el pecho de Miranda y la frustración le apretó el corazón. “Demasiado tarde para la rebeldía” pensó. Rachel sacó una botella de whisky de un bolso y la destapó con gran habilidad.
-Rachel, si mi esposo ve eso aquí... –se detuvo. ¿A caso aún era demasiado tarde? ¿Treinta años era el tiempo límite de una mujer para hacer todo lo que quería en la vida? Por qué había limites si sentía tan viva y con ganas de cometer un buen par de errores... podía sentir su necesidad de adrenalina y aventura y pensó en su abuelita Martha, esa que nadie quería porque era una vieja sin vergüenza y descarada (según le había dicho su pudorosa madre) pero a pesar de todo muy divertida, un día le dijo “¡Ve a esa fiesta Miranda! Un poco de rebeldía puede ser bueno para ti”
Miranda se puso de pie y fue por 4 copas de cristal. Ella misma sirvió el licor a sus amigas y tiró el té de sus tazas a la grama para obligarlas a beber.
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Tomó porque estaba bien cometer errores de vez en cuando y no ser tan perfecta. Tomó y brindó en su interior por haber hallado el toque de rebeldía que le faltó toda su vida.
chama estas aqui naaaa no sabia, te sigo y te doy mi voto.