El transportador de galaxias.
Ahí está ella, sentada en aquella hostil celda. Moviliza su silla algunos centímetros, mientras va pasando el día, para obtener luz solar. Se siente adormecida, sin fuerzas y aterrada de la realidad oscura a la que –sin previo aviso- fue sometida. En lo más profundo de su ser ella sabe y entiende que es libre de cualquier culpa; pero conoce lo injustas que son -en ocasiones- las circunstancias, la vida, el destino o cualquier otro nombre que le hayan designado, a eso que nos hace prisioneros sin querer serlo.
Afuera, por el largo y pedregoso camino, se aproxima Él, los dos están conectados. Él desde lo lejos ve sus brillantes ojos asomarse por aquella ventanilla, que forma parte del pequeño fragmento que sobresale de la celda enterrada. Ella, en silencio, ya había escuchado sus pasos y el crujir de las piedras, su corazón había saltado y al mismo tiempo ella, a contemplar su advenimiento. Eran esos gloriosos cinco minutos de felicidad de ver a la persona que había estado con ella en cada momento.
Arrodillarse, inclinarse, y asomar con sutileza la mirada por aquella ventanilla, es el momento más sublime para Él. El libro que trae entre sus manos se ha convertido en una costumbre, es la forma que ellos encontraron para mantenerse en contacto constante. Cada línea que ella lee dentro de esa celda, es una línea que Él ha leído, es como si se paseara por el camino por donde ha transitado alguien con un poderoso perfume, y ese alguien es la persona con la que más estamos conectados. Ella transitaría ese camino las veces que fuese necesario y se sentiría tranquila.
Luego de esos cortos minutos, él se retira y lo hace sin tristezas ni dolor alguno. Se quedó ahí con su amada, en aquel libro que ella leerá, y la transportará a millones de galaxias, aun cuando está en la celda. Comprendieron el poder que tiene un libro de trasladarte a millones de mundos paralelos, sin caer en la indolencia y la indiferencia, sino asumiendo que cada letra nos conecta con el otro. Ella, continúa rodando su silla, en la hostil y polvorienta celda; pero el amor le cambió sus circunstancias, le tambaleó la vida y sus miedos fueron apaciguados. Comprende que aunque encerrada, puede volar a millones de galaxias, y ser sacada del encierro injusto. Cuando regrese de algunas de esas galaxias, no tendrá chance de experimentar nuevamente la hostilidad, porque estarán escuchándose, a lo lejos, los pasos de aquel joven que se arrodilla, asoma su mirada y le trae un transportador de galaxias, un libro.
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