Palabras que significan "Historia que se repite"
Muy buenas noches.
Hoy les quisiera compartir un texto (cuento) de inspiración propia, que forma parte de un ejercicio para una unidad curricular que veo en la universidad en donde estudio (UNEARTE), llamada "Expresión oral y escrita". El ejercicio consistía pues, en crear un texto de inspiración propia basado en el capítulo 7 de la maravillosa "Rayuela" de Cortázar y, debía ser una historia de amor con un final fatalista. Fue una actividad que disfruté muchísimo escribiéndola.
Sin más, espero lo disfruten.
PALABRAS QUE SGNIFICAN “HISTORIA QUE SE REPITE”
Lo recuerdo. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Estaba ahí, solo, acomodado en un solo sitio como si fuese un montoncito de ropa sucia o de las hojas secas que están en los parques debajo de los árboles, que nadie nunca nota porque se camuflan con las demás. No hacía el mismo calor que el de todos los días, más bien estaba terrible, sentía que ardía con cada persona que me tocara. El aire era seco. Terrible.
No había mucho que hacer. Esperaba callado, escrutando a la gente del lugar: algunos tenían tal cara de preocupación que hasta yo me preocupaba; otros exploraban un cielo gris lleno de tuberías y cemento sin saber con exactitud lo que buscaban, sin ánimos de encontrar nada, claro está. En uno de mis intentos por explorar desinteresadamente la vida ajena, algo atrapó mi mirada y mi concentración, eras tú, sola, ahí parada, acomodada como si fueses un montoncito de ropa sucia o de las hojas secas que están en los parques debajo de los árboles, sin que nadie las note, porque se camuflan con las demás. Eras la mirada más hermosa que había encontrado esa mañana y en toda la vida. Tus ojos de verde miel nunca vieron a los míos pardos, y sin embargo yo seguía mirándote, escrutándote. Tenías tus ánimos en otra parte, como si algún dementor te hubiese robado el alma, y a la vez estabas concentrada, con ánimos de encontrar algo o a alguien. Ganas no me faltaban para seguir observándote, aunque fuese de reojo, cuando de pronto te fuiste acercando sin pensar y te posaste justo a mi lado, sin mirarme si quiera, claro está.
Una voz conocida empezaba hablar por una bocina desconocida en un algún remoto lugar de aquel cielo gris. El viento soplaba cada vez más fuerte, volando las hebras que te sobresalían de esa cola desarreglada que llevabas, besándote la cara. Nos sumergimos en un mar de miradas y voces que gruñían y maldecían, algunos gritos pidiendo auxilio. Se empujaban, se torcían los tobillos, se doblaban las manos, pisadas de cabellos, se daban caricias involuntariamente, y muchos quedaban incómodamente mal posicionados. El calor era incluso peor al de las afueras. Rozaste mi piel sin darte cuenta, y al voltearte, nos dimos cuenta de lo que había sucedido: quedamos atrapados uno al frente del otro, sin poder movernos, navegando entre tantas miradas. Despertaste. Fue incómodo al principio. Respirabas fuerte y tu aliento se mezclaba con el mío. Estaba nervioso, confundido, sin saber cómo mirarte, ni qué mirarte. De nuevo, comenzó el escrutinio. Estabas tan cerca que el más mínimo movimiento podía involucrarte, sin querer queriendo.
Estábamos tan apretados que no cabía ni una queja. Algunas costillas se sumergían en los brazos de alguien más. Yo no podía dejar de mirarte, eras tan hermosa de verdad. Tu piel era blanca de porcelana. Tenías poquitas pecas. Lunares en tus mejillas y uno solo en uno de tus pómulos, como de las actrices de Hollywood. Tu boca rosada de actriz también, era un bosque encantado. Me sentía atrapado sin querer escapar. Al tiempo pasado era inevitable no ponerse a conversar, te dejaste llevar y me preguntaste la hora, porque se te hacía tarde para la charla con Juan, que no era vecino de tu amiga Julia y sin embargo había pasado toda la noche en su casa. El corazón me latía con la fuerza en que brillaban tus negras pupilas. Y nos dejamos llevar. Nos arrastró la corriente.
Me hablaste de tu hermana Antonia y de tu prima Antonieta, y de tú madre que vivían con tu padrastro Lucho, que se separaron por una pelea que tuvieron el año pasado. Me comentaste de ti, de tu trabajo, que estabas harta de estar atrapada en esas paredes monótonas cuando lo que realmente amabas era la pintura. Que pintabas escondida en cualquier otro lugar pero que te sentías libre cuando llegabas a casa, porque vivías sola y toda esa casa era un solo taller. Que tenías tu mundo lleno de locuras, al que ya yo había amado sin siquiera conocerlo. Y de repente la única voz que escuchaba era la tuya. Fue recíproco, te respondía y tú me seguías el baile, danzando, hasta que tú te reías, y ahora no era un ballet, sino delicado tango. No pudimos más. Había perdido la noción del tiempo, ya no sabía qué tanto habíamos hablado, y no me importaba. Lo único que me importaba era tú boca rosa, de miel, de frutas, de rosa. Hicimos el amor con la mirada. Me mirabas, apasionada como a un cíclope. Me llamabas en un juego de pasiones acaloradas y frías, de nervios, de risas. Queriéndolo, rozamos nuestros labios, jugueteando, sin besarnos concretamente. Me acariciabas, me mordías ligeramente y eso inducía mi beso, que sentía tu calor ahogado en tu dulzura. Juramos amarnos con cada beso. Cada uno contaba historias distintas. Sentía que te había amado de otras vidas, muchas otras tantas que no tenía. De repente, sin darnos cuenta, comenzamos a escuchar las otras voces, cada vez más fuertes y violentas, y nos empezaban a empujar y a retorcer cada vez más. Volvimos, podía sentir el miedo en tu mirada, sin saber cómo sostenerte de mí. Una voz a lo lejos del nuevo cielo blanco llamó al “Chacaíto” y las manadas empezaron a correr. El viento ya no soplaba ni era fuerte. Un susto se apoderó de mi pecho y un nudo atrapó mi garganta, pues había recordado que al dejarnos llevar nunca supe tu nombre, ni tú el mío. La puerta se abrió. Empezaron a correr, a empujarse desenfrenadamente, hambrientos por la salida, como si quisieran atrapar el único pedazo de carne que había, primero que todos los demás, pero todos al mismo tiempo. La multitud te alejó de mí. Trate desesperadamente de tomar tu mano, pero ya te habías sumergido entre la muchedumbre. Esa fue la primera y única vez que te vi. La primera y única vez que te amé.