UN BESO EN NAVIDAD | Relato Parte 4/15
UN BESO EN NAVIDAD, relato romántico que escribí inspirada en la época navideña y que está disponible en Amazon. Disfrútenlo…
Capítulo 4.
Ethan dejó el auto a cuatro cuadras de distancia de la cafetería y bajó refunfuñando maldiciones. Cargaba tres bolsas inmensas que contenían vasos descartables, donde servían el café para llevar, así como dos pesados rollos de papel film con el que cubrían los productos que guardaban en el refrigerador. Como todos los días, no consiguió lugar para estacionar más cerca.
Sostuvo con fuerza su carga y camino con la mandíbula tensa. Minutos antes había tenido una discusión con su proveedor de café en granos, ya que por las fechas navideñas suspendían los envíos a su zona. Estaban abarrotados con otras de más rentabilidad. Odiaba a la gente irresponsable, había hecho negocio con aquellas personas pensando que serían comprometidos, pero le habían fallado a los pocos meses de haber cerrado un trato.
Ahora tendría que buscar a otro distribuidor que trabajara con la misma marca, porque ofrecer un cambio en ese momento sería contraproducente, los clientes se estaban familiarizando con su producto. Llamó a Gary para solicitar su opinión, ya que Theresa le había comentado que él había hablado en una ocasión con otros proveedores que acudieron a la cafetería a ofrecer sus servicios, pero su hermano no respondía. Con seguridad había cortado los medios de comunicación con él para que a Ethan no se le ocurriera presionarlo con reclamos que lo obligaran regresar, así que, tendría que tomar él solo una decisión. Sin embargo, por alguna razón se sentía inseguro.
Además, el trabajo en la cafetería se estaba volviendo agotador. Theresa parecía incapaz de resolver ciertos detalles menores a pesar de que él se afanaba en enseñarle, pero lo más grave, era no llevaba control del material que se utilizaba, presentándose inconvenientes de última hora que lo desquiciaban. Anoche, minutos antes de cerrar, tuvieron que cancelar varios pedidos por haberse agotado los vasos descartables. Entre las funciones que debía llevar a cabo la chica estaba el atender ese tipo de asuntos, pero ella no lo hacía porque Gary se ocupaba de eso. Por ese motivo él tuvo que quedarse hasta tarde realizando un inventario de los productos de mayor uso, para que no volviera a ocurrirle una situación similar, y esa mañana debía dedicarla a entrenar a Theresa, explicándole a la mujer cómo debía realizar su trabajo, pues él no podía estar día y noche pendiente de esos pormenores.
Él sería quien realizaría las compras, pero ella debía encargarse del inventario.
Le parecía insólito que su hermano, en tres años, no hubiera capacitado al personal para esos menesteres. Por ese descuido, ahora él no podía ocuparse de otros asuntos por atender situaciones que le correspondían al encargado que habían contratado.
Su intención de esa mañana había sido entrevistarse con el promotor de una empresa que apoyaba pequeños emprendimientos culinarios, solicitándole un crédito para la adquisición de un par de motos de reparto. Ofrecían ese servicio enviando café, donas, bagels y pasteles a negocios cercanos, con un repartidor que iba a pie o en bicicleta propia, pero ya tenía a varios clientes interesados en un servicio de cáterin más completo, sobre todo para las fiestas de Navidad. Con las motos ampliarían el servicio, llevando sus productos a las zonas donde se hallaban la mayor cantidad de oficinas y tiendas de comercio y brindarían facilidades para pedidos más numerosos. La gente por una taza de buen café y un aperitivo delicioso pagaban lo que fuera.
Sin embargo, tuvo que suspender esa reunión por hacer lo que su hermano debió realizar en tres años. Eso lo tenía de muy mal humor.
Para aumentar sus ansiedades, su abuela no paraba de llamarlo. Lo invitaba a pasar las Navidades con ella y con sus tíos en Nueva Jersey, pues una de sus primas había invitado a una amiga soltera que ella consideraba ideal para que tuviera pronto bisnietos, pero él no podía dejar Brooklyn en esa temporada, para eso tendría que cerrar la cafetería por una semana y aquello no sería buena idea. En Navidad se movían más las ventas, la gente salía más a la calle para hacer compras navideñas y trabajaban más tiempo para cumplir con sus compromisos sin poder preparar nada en casa para comer. Ir a una cafetería por el desayuno o por una merienda era común y él no podía desaprovechar esa oportunidad porque eso lo ayudaría a reunir dinero para pagar deudas y para ampliar su negocio.
Caminó con premura haciendo malabares para no dejar caer algo de su carga, viendo como un par de chicos se acercaban a él a gran velocidad montados encima de patinetas. A pesar de hacerse a un lado, no pudo evitar tropezar con uno de ellos. Una de las bolsas cayó al suelo desparramando su contenido en la acera.
Maldijo por lo bajo y fue en busca de su mercancía. Para poder recogerla tuvo que dejar el resto en el suelo mientras la gente pasaba por su lado quejándose por su imprudencia. Al lograr tenerlo todo de nuevo entre sus brazos, avanzó más enfadado que hacía minutos. Ya recordaba por qué no quería tener hijos. A sus treinta y un años no se sentía preparado para lidiar con mocosos impertinentes.
No estaba listo para ser padre, ni siquiera, por complacer a su abuela. Entendía que la paternidad exigía tiempo y dedicación y él no deseaba consagrarse a esa tarea en ese momento. A su edad, aún no se sentía satisfecho con lo que había logrado. Tenía su propia casa y su auto y era dueño de un negocio rentable, pero quería crecer mucho más, viajar y vivir otras experiencias. Los hijos ameritaban de una estabilidad que no podía entregar en ese instante, pudo aprender esa lección de su hermano.
Se sintió aliviado al divisar la parada de bus que predecía a su establecimiento. Quedaban pocos metros para llegar y quitarse de encima esa pesada carga. Además, la cafetería ya debía estar abierta y llena de gente, los cafés para llevar a esa hora eran los más solicitados. Si no se apresuraba, seguiría perdiendo ventas.
Apenas cruzó la parada se dirigió sin detenerse a la entrada. Sin embargo, una visión lo paralizó, como si de pronto hubiera chocado contra una pared de concreto. La familia de muñecos de nieve que adornaban la entrada de nuevo había sido agraviada.
Gruñó, furioso, y llamó a los gritos a uno de los empleados que tomaba el pedido de una pareja ubicada en la mesa junto a la entrada. El chico corrió hasta él recibiendo el cargamento que Ethan llevaba encima, y con el que tuvo que avanzar a ciegas, ya que le impedía mirar con claridad el camino para llevarlo al interior del establecimiento.
Hecho una caldera ardiente por la cólera, Ethan entró dentro de los límites de la decoración para quitar con enfado los infantiles capirotes de burro que tenían puestos los muñecos y arrancar el ofensivo cartel. «La familia es un castigo. Libérate», gruñó de nuevo al leer la nota. Quizás la persona que lo hacía tuviera algo de razón, pero el hecho de atreverse a destrozar su trabajo lo transformaba en un desquiciado con serios problemas mentales.
Se pasó una mano por los cabellos con cansancio mientras evaluaba los muñecos y se aseguraba de que no hubiera otra cosa fuera de lugar. Pronto irían a valorar aquel decorado y no quería que estuviera maltratado. Maldijo al delincuente que cometía aquel crimen mientras salía de allí ante la vista sorprendida, y en algunos burlona, de las personas que pasaban por el lugar.
Hizo una bola con los gorros de papel y repasó con recelo a los transeúntes esperando conseguir al culpable entre ellos. El enfado le había colorado el rostro y puso sus orejas tan calientes como los carbones de una fogata.
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