Quería encontrarse a sí mismo y no ser sólo un buen recuerdo. Pero, sin importar cuánto se esforzara, no conseguía ir más allá de los engaños de la ilusión. ¿Eran engaños realmente? Su reflejo le decía que se trataba de un mecanismo de defensa de sus sentidos y que era normal cuando se han tenido vivencias poco gratas. “Vivencias poco gratas”. Esas tres palabras le frustraban; sentía que le retaban, que le insinuaban la poca valía que tenía.
¿Qué sabría de ellas alguien que no haya mirado su reflejo con expresión indescifrable y acusadora, sintiendo no poder dilucidar lo que hay en el trasfondo? ¿Es que acaso nadie en el mundo puede abstenerse de tal arrogancia hacia aquellos que no están dados a consentir estimaciones superficiales?
- Si te quedas -murmuró la joven-, me harás muy feliz. Llegaremos más lejos de lo que esperas y ¡conocerás cómo es mi mundo!
¿Quedarse? -Pensó él-. ¿En un sentido más amplio que el de los encuentros usuales? ¿Y cómo feliz? ¿Qué podría suceder para que la hiciera acunar al fin ese sentimiento? Lo cierto es que, en realidad, no espero ya nada.
- Y podrás saber todo de mí -continuó ella-, de dónde vengo y qué hay detrás de cada gesto con sólo insinuarlo. ¿Sientes cómo me acomete esa idea? ¡Mira cómo me estremezco de sólo imaginarlo!
Él seguía meditabundo; las emociones no eran las que, de cierta manera, le causaran gran interés. El recuerdo de las horas que pasaron cuando no hubo lugar para una charla verbal necesaria sino una gestual y físicamente arrebatadora, hizo un breve asomo en sus pensamientos; pero, al evocar en él de nuevo la ilusión, quería tener la certeza de dar el portazo definitivo a las suspicacias de sus cavilaciones.
- Estaba pensando en que deberíamos ir a ese parque silvestre que tanto comentan en la radio -siguió comentando ella-, llevar comida preparada o sólo frutas y pasar un rato agradable, ¿no crees?
- No estoy seguro de que te atraiga la idea.
- Sí, sí es una buena idea. Llevaremos frutas y comida ligera.
- No me gustaría que fueran frutas -mintió.
- ¿Ninguna?
Negó con la cabeza.
- Está bien, comida ligera; aperitivos sencillos, ¡y te gustarán mucho!
- Yo tengo otra idea, ¿qué te parece si no hacemos nada y ya?
- ¡No seas aguafiestas!
- No podría decir que estuviera aguando una fiesta.
- Estás muy receloso hoy.
- Estoy normal.
La joven se incorporó, lo que hizo que las sábanas cayeran y dejaran la parte superior de su cuerpo desnudo a la vista.
- Si no me interesara, no lo propondría. Lo sabes, ¿verdad?
- Con el tiempo he aprendido que no importa cuánto sepa de ti, las cosas no serán ni como tú las digas.
- ¿No te gusta que estemos juntos aquí? ¿No te sientes a gusto conmigo?
- ¿Por qué crees que se trata sobre eso? -Se volvió hacia la pared, dándole la espalda, a propósito-. Simplemente, no me atrae la idea y ya. No entiendo por qué le das tantas vueltas.
- Porque estás demasiado distante conmigo.
- Estamos sin ropa en la misma cama, ¿llamas a esto distancia?
- Sabes bien que no me refiero a eso -se dejó caer sobre su almohada, soltando un bufido, mientras se arropaba, tras el inesperado pudor-. Es muy difícil saber lo que piensas cuando no dices nada.
- Ocurre lo mismo cuando de pronto hablas demasiado; no está claro lo que realmente quieres que atienda. Aunque tampoco es que digas mucho.
- Si esto sigue por este camino…
- Estoy seguro de que no dejarás que eso pase si no quieres.
- ¿Es que acaso depende sólo de mí?
- ¿Qué estás dispuesta a dar para que no pase?
- Tiene que ser algo…
- ¿Recíproco? -Interrumpió-. Cuando hayas dado más de la mitad de lo que yo te he dado a ti, quizá podrías decir eso.
- Para cuando yo te haya demostrado eso, lo más probable es que tú hayas llegado más lejos.
- No si no hago nada para incrementarlo.
- ¿Eso qué significa?
- Lo que acabas de oír.
- ¿Estás diciendo que dependerá de mí que te mantengas conmigo, y a la vez, no demostrarás nada para que esté contigo?
- Puedes verlo así si quieres.
- ¿Quiere decir que todo lo que llegue a sentir y demostrar no será correspondido como lo merece?
- Yo nunca cesé de demostrarte lo que siento.
- Pero yo no soy como tú.
- Eso quedó más que claro.
La joven volvió a incorporarse, dejó caer el rostro en sus manos y soltó un grave suspiro.
-Si fueras como yo -siguió el joven-, me habrías correspondido como sabes que quieres que lo haga contigo. Pero si fueras como yo, no te habrías fijado en mí.
- ¿A qué te refieres con eso?
- A que somos demasiado para el otro, a nuestra manera, personas inmensamente complicadas y rígidas. No importa cuánto un tercero pretenda unirnos o alejarnos; si uno de nosotros no toma la iniciativa, ni aunque el mesías deje de lado su eterna holgazanería podrá influenciar nuestros sentimientos o nuestros actos.
- ¿Quieres decir que en el fondo también me siento así? Seguro es otro de tus juegos para hacerme admitir que soy soberbia.
- Somos soberbios a nuestra manera.
- Tú lo eres más.
- No, yo sólo no le doy vueltas a lo que está bien o lo que no para ir por lo que quiero.
- ¿Y eso no es soberbio?
- Si fuera eso soberbio, entonces, todo aquél que estuviera entregado a su fe, sería un pecador, pues, ignoraría todo lo que aconteciera como consecuencia al dejarse en manos de a quien está siendo fiel. Sería contradictorio al final.
- Creo que no comprendí lo que acabas de decirme.
El joven se giró para mirar que seguía sentada, abrazando sus rodillas.
- Podemos mostrarnos tan cambiantes como la luna, con fases cual personalidades; pero hay una fase que nadie ve, una que no podemos negar que poseemos y que, además, no cambiará. Por lo tanto, no importa cuál sea la que esté a la vista de todos ni cuál se haga creer genuina, hay una que seguirá siendo la misma, y ya la tuya la he conocido y sin importar que hayan nubes o muros, mucho más allá de las fases, nos encontraremos y comprenderemos siempre en ese lado, en el lado oscuro de la luna.
- No estoy segura de saber qué decir al respecto…
- Eso no es extraño en ti, y he de decir que, de las tantas cosas que me has callado, muchas han sido perjudiciales para mí; pero ya ves que sigo aquí.
- ¿Y por eso dices que no demostrarás nada? Te cansaste de estar ahí sin recibir nada a cambio.
- Me cansé de que no fueras honesta conmigo. Por eso soy honesto contigo y te digo que no te demostraré nada a menos que tú estés dispuesta a cambiar las cosas.
La joven se miró a sí misma luego de que él le acariciara su costado con los dedos y se preguntaba si ahora él jugaría con ella, sin piedad y disfrutaría de herirla.
- No pretendo mentirte o jugar contigo de alguna manera -dijo, como leyéndole el pensamiento-, eso lo has hecho tú, pero, pese al daño, resentimiento no es lo que siento.
La joven lo miró fijamente por unos segundos y luego se estiró al suelo para alcanzar su bata púrpura, adornada con una torre Eiffel a un costado.
- Lo lamento -dijo al fin, mientras la miraba ponerse de pie para arroparse en la prenda, tímidamente.
- No considero que debas lamentar nada -susurró ella, sin dejar de mirar sus delicadas manos inquietas-. Aunque sabes que siempre he creído que de ti merezco esos tratos, o peores; pero al final, eres tú y te disculpas.
- Entonces, ¿yo qué merecería de ti? -Preguntó el joven, haciendo que ella le mirara y cayera en la cama nuevamente al halarla de la bata, apretando ella las sábanas para calmar la inquietud-. Si es que puedo merecer algo, claro.
- Todo lo bueno y mejor de mí, de haber algo -respondió, con voz suave pero firme-, y aun eso sería insuficiente. Sería más fácil preguntar qué no mereces de mí…
- Bueno. ¿Qué no merezco de ti?
- Lo que realmente te doy.
- Dame lo que merezco.
- Encontraré la manera.
- ¿De darme todo lo bueno y mejor de ti?
- Sí, lo intentaré.
- ¿Sabes qué te pido, verdad? -Merezco más que un «lo intentaré», pensó para sí-. ¿Puedo confiar en eso?
- Sí. Lo intentaré.
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