Z-Elección | Capítulo Trece | Historia Propia | Jhorjo
COMPRIMIDOS
Desperté por un dolor punzante en mi pie derecho, por estar parado bajo la gran pared de metal se estaba aplastando, no como el izquierdo que por estar recostado tenía un poco de movilidad. Con ese pie pude darle una pequeña patada al que se estaba triturando, para así poder liberarlo de su agonía.
—¡Otra vez! —gritó el mismo hombre que había contado.
Cuando escuché el uno, el dos y el tres. Sentí como mi cuerpo poco a poco se iba deslizando hacia la seguridad, fuera del alcance de la pared de metal. Ya estaba fuera de esa gran placa de metal, sentí un alivio indescriptible,pero sólo duró unos segundos.
El señor que me había ayudado con los Contemporáneos, del otro lado de la pared, todavía estaba atrapado bajo ese muro, sólo podía ver sus brazos que se tomaban con fuerza de la parte de abajo y empujaba para salir de allí ileso.
Rápido me giré y caí de rodillas para ayudarlo, estaba mareado y sentí que me desmayaría otra vez. Miré hacia los extremos de la pared y mi escudero no era el único que estaba atrapado bajo esa pared, una voz llena de miedo y dolor se hizo presente en el escándalo ocasionado del otro lado.
—¡Mi cabeza!
Tomé por los brazos al señor y empecé a halarlo. Rápido se me unió una chica y un hombre musculoso, pero aún así no alcanzábamos moverlo ni un milímetro.
Un sonido chirriante me sacó de mis pensamientos, era como escuchar chispas y metal contra metal. Muchos gritos de personas y gruñidos de Contemporáneos estaban bajo esa pared que los estaba aplastando. Vi a mi alrededor y me fijé que todos los que estaban a salvo, inclusive mi padre, Frank y Zoe estaban ayudando a personas. Sin éxito alguno.
Luego escuché un sonido de algo que se rompía y otro mojado. Como cuando abría un huevo para preparar un omelette, pero éste era desagradable de oír, y no sólo fue uno, sino muchos...
Noté como los brazos que estaba cargando perdieron fuerza y poco a poco los dejé en el suelo. El hombre que me había ayudado, el veterano, mi escudero, había muerto de una manera muy dolorosa.
Estaba en shock arrodillado frente a esos brazos que estaban inertes en el frío linóleo. Temblaba y sudaba como si no hubiese grados bajo cero en mi ciudad, como si viviera en el Caribe. Levanté mi vista y miré a la chica, al igual que al hombre que me estaba ayudando. Ambos lucían magullados y tenían unas cuantas heridas, más el hombre que la chica. Sostuve la mirada por unos momentos,por el silencio que se había formado entre nosotros, sabíamos lo que había ocurrido.
La pared había dejado de bajar, aún le faltaban unos cuantos centímetros para cerrarse completamente, pero estaba paralizada. No creo que nadie haya sobrevivido a tanta presión en su cabeza, pero de todos modos me tiré al suelo, y miré hacia dentro.
Lo que vi no me agrado en lo absoluto, por el lado donde estaba observando, noté que había mínimo cinco personas muertas, del otro lado podía ver brazos queriendo tomar los pies de las personas fallecidas bajo esa gran pared, supe que eran los Contemporáneos.
«Santa mierda...» pensé cuando miré a los ojos del veterano. Ahora estaban abiertos, pero los vi amarillos y con la iris opaca, casi gises.
Me aparté lo más rápido que pude y miré los brazos que una vez estuvieron caídos, ahora estaban moviéndose. No sabía qué hacer, tampoco es que pudiera hacer mucho. Sólo me quedé observando los brazos en movimiento, queriendo alcanzarme, deseando arrancar mi piel.
Pero en un segundo de imprevisto, la gran pared de metal se cerró del todo.
Cerré mis ojos cuando vi un chorro de sangre dirigirse con velocidad a mi rostro. Igual sentí la sangre correr por mi cara, mis manos también estaban llenas de ella y no dudé que mis ropas estaban manchadas.
****
Me mantuve con los ojos cerrados durante un buen tiempo. Estaba impresionado y en un mal sentido.
Los volví a abrir, los ojos, cuando una mano me tocó mi hombro. Miré hacia arriba y miré a mi padre con su bata de médico llena de sangre, con la cual estaba limpiando mi cara. Me apretó fuerte mi hombro como para darme fuerzas en esos momentos. Yo lo único que hice fue levantarme y abrazarlo.
Mi pie me dolía, pero no tanto como para no caminar. Miré a los demás que se estaban recomponiendo y todos estaban llenos de sangre, y otras cosas desagradables como sesos y fluidos que no sabía su nombre. Apartando toda esa sangre, todos estaban con mala fachada, no estaban como lo vi por última vez. Zoe tenía una cortada en su hombro que la tapaba con un pañuelo azul. El chico de lentes oscuros los había perdido dejando a la vista un hematoma en su ojo derecho que ya estaba sanado, pero en su boca noté una cortada fresca.
Así estaban todos, unos peores que otros. No entendía como se habían hecho todo eso si ellos estaban en la protección tras bastidores. No como Frank y yo que tuvimos que hacerle frente a la multitud enfurecida.
Más tarde escuché un pequeño quejido y luego de eso explotó un llanto que ya me era familiar. Era el bebé. Lo busqué con mi vista y guiándome por mi oído vi que lo tenía la mujer con panza, ella era la única que no le había salpicado sangre, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Uno de los hombres que habían elegido estaba llorando tirado en el suelo con sus rodillas flexionadas, tapándose la cara en ellas. Lucía devastado y abrumado, miré que alguien se le acercó: Zoe.
Por primera vez estábamos en silencio, ahora extrañaba el escándalo de la gente de afuera, pero ya para esos momentos se habían convertido todos en Contemporáneos o ya estaban por cumplir esa meta.
Por la conversación que medio escuché de Zoe y ese hombre, era que él estaba con su esposa y su pequeño hijo escuchando al orador. En ese momento me acordé de él y pude unir los puntos. El hombre había perdido a su hijo y a su mujer...
«Un momento...» pensé y me fui hasta la chica que tenía cargado al bebé.
—Una mujer me confió a su hijo para que lo cuidase... —hablé sin mirar a nadie, pero lo hice fuerte para que todos me escucharan—. ¿No es este su hijo?
El hombre se levantó tan rápido del suelo que casi se cayó.
Corrió hasta donde estaba con el bebé, lo miró y empezó a llorar.
—No, no es... —Se echó a morir de nuevo.
Me sentí como la mierda más mierda del mundo. Le hice creer a alguien algo que no era cierto, sin culpa.
****
—Oye Ethan... —Empezó Frank. Yo estaba sentado bajo una columna de una pared, tratando de tragarme todo lo que mis ojos habían visto por lo que iba del día—. Quería darte las gracias por no abandonarme... —Se sentó a mi lado.
No quería hablar con nadie, pero era bueno desahogarse con alguien de vez en cuando.
—Las cosas se fueron a la mierda amigo... —Le dije ahogando un suspiro—. Si una persona me ayuda, yo la ayudaré. Así sea con mi vida, creo que no cumplí eso con ese señor que me ayudo.
Miré hasta donde estaba uno de los tantos charcos de sangre que había bajo el muro, pero el único que tenía brazos casi cortados era el del hombre que me ayudó.
Donde estábamos nosotros era como una especie de corredor, escuché pasos pesados venir hacia ese lugar, giré mi cuello y el característico azul se hizo presente en los uniformes de los militares. Eran unos cinco, y todos fueron hacia mi padre. Cuando llegaron hasta donde él, todos se colocaron firmes realizando el saludo militar.
—Descansen —esbozó mi padre quitándose la chaqueta.
—¡Señor. El director los espera en la CB12! —exclamó uno de esos soldados.
—Entendido.
Luego de una conversación en voz baja de mi padre y uno de los soldados, todos éstos se retiraron por donde habían llegado.
—¿No te sientes una escoria humana por aceptar la cura y dejar morir a casi mil personas? —pregunté a Frank.
—En todo momento estamos dejando de ser lo que fuimos, estamos siendo lo que somos y estamos comenzando a ser lo que seremos. —Respondió—. Fuimos una escoria humana, pero está en nosotros en dejar de serlo.
Se levantó de un solo impulso y me extendió la mano para levantarme.
—El mundo no gira por las leyes escritas —Hizo una pausa para hacer fuerza y así poder levantarme—. Gira por nosotros: Los humanos.
Asentí. Frank era todo un filósofo estadístico.
****
Zoe estaba abrazando a ese tipo que lloraba como el bebé que tenía entre brazos la futura madre. Ambos lloraban y ambos se consolaban el uno al otro, parecía que fueran padre e hija.
Mi padre se aclaró la voz y dijo:
—Síganme y no se separen.
Adelanté un paso y quedé justo al lado de él mientras caminábamos. Los demás nos seguían de cerca. Miré a mi padre buscando algo en su rostro, pero el hombre era un experto en ocultar cosas, tenía la mirada fría y su cara seria mientras se arremangaba su camisa manga larga, tirando la bata en un cesto de basura.
—Ethan, escúchame bien —susurró—. Quiero que obe... —Se detuvo y buscó a Frank, llamándolo para que se acercara—. Ok, los dos. Quiero que obedezcan a cada orden que le den en ese laboratorio, de ustedes depende en estos momentos la especie humana. No tengan miedo a nada. No opinen nada y por lo más grande del mundo no digan nada.
—¿Por qué nos dice esto? —preguntó Frank.
—No hemos probado la cura en personas, pero confío que sí funcionará —declaró mi padre con una sonrisa—. Si dicen o hacen algo indebido el Director no dudará en quitarles el beneficio de ser uno de los primeros con ella.
—Pero...
—Ethan nada de peros. Quiero que me prometan que todo lo que les dije lo van a cumplir —nos miró a Frank y a mí—. Ahora.
—¿Ahora qué? —inquirí.
—Prométanlo.
Asentí como forma de que estaba de acuerdo, aunque no entendía mucho lo que sucedía.
—Quiero escucharlos...
—Lo prometo —dijimos al unísono Frank y yo.
Mi padre volvió a sonreír y nos revolvió el cabello a los dos. Se me hacía muy anormal que mi padre actuara de una tan forma extraña. Él sabía algo que nosotros no y no nos lo quería decir, estaba seguro de eso.
Cuando terminamos de caminar por el largo pasillo. Nos encontramos como con una especie de piso de oficina. ¡Este edificio sí que era grande! Pensaba que quizás si podríamos salir de todos modos de ese lugar, algo tan grande tiene que tener varias salidas.
—CB12 está en sótano ocho. Nos montaremos en el elevador para no perder tiempo —informó mi padre a nosotros, los diez elegidos.
Al entrar en el elevador, lo primero que noté fue que era muy grande. ¡Casi como una casa!
Todos entramos y mi padre empezó a tocar botones como loco. Ese elevador no era como los comunes. No sólo decía el piso en el que estábamos, en el dos, sino que calculaba el tiempo que nos tomaría el recorrido. Además de eso, tenía integrado calefacción que mis huesos la agradecieron, ellos estaban tensos de tanto frío que había pasado. El elevador tenía butacas acolchadas donde pudimos sentarnos a descansar los ocho minutos que nos llevaría el viaje.
Ocho minutos era mucho para once pisos, contando la planta baja.
****
Luego de cuatro minutos de recorrido, el elevador empezó a agitarse con violencia quedándose quieto por unos segundos, luego giró y volvió a agitarse.
«¿Terremoto?» pensé sujetándome de la silla acolchada donde estaba sentado. «¿Este día no puede ser peor?»
Miré a todos y sólo mi padre estaba sentado de lo más tranquilo sin ni siquiera hacer un movimiento.
Vi que por el suelo del elevador empezó a salir un humo blanco.
«¿Se está quemando?» me alerté.
—¡Un incendio! —gritó alguien y todos en el elevador empezamos a entrar en pánico.
Tanto nadar para morir en la orilla.
Magnífico thriller, compañero. Muy bien logrado y estructurado de un modo que te incita a seguir leyendo lo que viene. Me pondré al día con los capítulos que me faltan ;)
Gracias, amigo. Espero le guste los demás capítulos, un fuerte abrazo.
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