Z-Elección | Capítulo Seis | Historia Propia | Jhorjo
RÁFAGA
Temía lo peor, me quedé paralizado viendo como los puños de Frank martilleaban a la puerta, y como mi padre disparaba a los Contemporáneos que encima de la camioneta estaban.
«¡Haz algo!» pensé cuando mi padre destrozó el cráneo de uno de ellos con un solo disparo.
Me impresionaba la gran puntería que tenía el hombre. Me dijo una vez que donde ponía el ojo ponía la bala, pensé que no se refería a una bala en concreto, porque en el momento que me lo decía estábamos hablando de cómo conoció a mi mamá, o sea a su mujer. No a unos Contemporáneos que nos querían matar.
—¡Ethan, ayúdame! —gritó mi padre con su voz ronca.
Ese grito me sacó de mi aturdimiento, sentí como la lava recorría mis venas ahí arrodillado en el suelo, casi a las puertas de la muerte. Frank seguía tocando la maldita puerta que no se abría por nada del mundo. Maldije a todos los que estaban dentro del edificio y a todos los Contemporáneos también.
Tomé mi arma y empecé a disparar como loco. No sé si daba en el blanco, sólo disparaba a sus cabezas. Podía ver cómo la sangre salpicaba por todos lados.
Los cuerpos si no caían a nuestro lado, ya re-matados, caían por el otro lado.
Me indigné al ver a un pequeño niño, a ojo por ciento, le calculé unos diez años o menos. No tenía un brazo, su boca estaba bañada en sangre, como su cabello.
«¡Malditos ECC!» pensé y le disparé a ese pobre niño.
Quizá ese niño, sería el próximo futbolista estrella o una estrella de televisión, o un ingeniero que construiría millones de edificios sofisticados, o un taxista, un barbero... Lo que sabía es que ese niño iba a ser alguien en un futuro, y eso se lo arrebataron por sólo cumplir un capricho.
«Disculpa» Le llevé el pensamiento a donde quiera que estuviese su alma, porque su cuerpo inerte ya se encontraba entre el neumático de la camioneta y la pared del edificio de la ECC.
—¡Frank! —grité.
Los Contemporáneos estaban fuera de control. Conté unos veinte montados en el techo de la camioneta, dos o tres estaban dentro de la camioneta, ya que cayeron por el quemacocos, eso no evitaba que dieran unos golpes a los vidrios de las ventanas y los rompieran. Sus brazos estaban por agarrar a mi padre, pero yo en un rápido movimiento, le volé la mano con un tiro.
—¡Frank, ayúdanos! —Estaba desesperado.
Estaba tan acelerado que sentí mi corazón como un galope de caballo.
El chico no se rendía, creo que era algo torpe en ese sentido, yo al segundo toquido ya me hubiese rendido y echado a morir.
—¡Escucho gente! —Me informó y siguió tocando.
«¿Gente?» La adrenalina incrementó.
Pero eso no me detuvo y seguí disparando.
Disparé unas siete veces más y se trabó el arma.
«¡Maldita sea!»
****
«Creo que era mejor con los cuchillos» pensé, cortando un brazo de un Contemporáneo, mientras mi padre lo acababa con un disparo justo entre las cejas de aquella cosa.
No pude hacer mucho, no quería acercarme a esas aberraciones que anhelaban mi carne. Yo sólo si veía uno de ellos cerca de mí, aunque sea un cabello, lo cortaba en dos.
—¡Están abriendo! —exclamó Frank casi saltando de la alegría—. ¡Hey! ¡Ayúdennos! —Su voz se escuchaban por encima de todos los gruñidos y todos los disparos.
Mi padre estaba tan concentrado en su tarea que ni siquiera volteó a ver qué era lo que ocurría.
—¡Cuidado! —gritó mi padre, levantándose del suelo.
Me tomó por mi cuello y me haló hacia la puerta del edificio.
Disparó, pero falló, sólo le dio en una mejilla y esto enfureció al Contemporáneo que casi me atrapaba.
—Ya no tiene balas —susurró, noté mucha preocupación en su voz.
—Frank, tu arma. ¡Rápido! —Demandé, pegándome a la pared como un insecto en un parabrisas.
Dos Contemporáneos estaban a punto de bajarse de la camioneta.
No sabría decir cuántas veces se me detuvo el corazón, creería que fue un número de muchos dígitos. Muchos más de los que podía pronunciar.
—Toma —Me pasó su arma, la tenía agarrada por el cañón. Algo muy tonto...
La primera regla que me enseñó mi padre es: "Jamás te apuntes"
Obviamente la segunda es: "No te dispares"
No entendía por qué me lo decía, pero ya veía que existía gente tonta en este mundo.
Cuando estiré la mano para tomarla, el arma cayó al suelo.
«¡Genial!» pensé.
Apreté mis labios de la molestia que cargaba con Frank. Se la hice saber con las miradas llenas de ira y rabia que le daba.
El arma cayó a una corta distancia. Podría alcanzarla, claro si no hubiesen Contemporáneos asechando.
Escuchaba como detrás de mí la llave y la cerradura hacían sonidos, un sonido que delataba que la estaban abriendo.
La espera más larga de mi vida, sin duda alguna.
Parecía que una señora mayor estuviera encargada de abrir la puerta.
Mi pie aterrizó en el estómago de un Contemporáneo que ya tenía los pies en el suelo. Escuché su columna quebrarse, y no pudo levantarse más.
Mi padre trataba de mantenerlos alejado con sus puños. No sin antes quitarse la camisa y envolvérsela en ellos para darle un poco de protección.
****
¡Eran demasiados! Un solo cuchillo no era suficiente para tantos Contemporáneos, y eso me estresaba de tal manera que empecé a llorar de la rabia.
Igual seguía batallando con esos inmundos. Uno de ellos, en una patada que les di, me tomó de la pierna y quiso morderla, pero el cuchillo logró cortar sus brazos antes que llegaran sus dientes amarillentos.
No podíamos más, eso era un martirio y un hecho.
No sabía si la puerta en verdad la estaban abriendo o sólo eran alucinaciones que nuestros cerebros se creaban.
—¡Abran la puerta! —Frank no dejaba de gritar. Creo que eso atraía a más Contemporáneos y no sólo a ellos, también a los Antaños—. ¡Estamos aquí! ¡Ábrannos!
Quise callarlo, pero me daba igual ya todo. Así que lo dejé y me pegué a la puerta como un caracol a una piedra. Mi padre a los minutos, ya agotado de haber molido a golpes a dos Contemporáneos, no sabía cómo sólo lo hizo; se unió a nosotros en la puerta, dándole la cara a los Contemporáneos que poco a poco entraban.
—¡Abran la maldita puerta! —No era una persona de decir malas palabras, pero con el desespero, la persona más estirada del mundo podía doblarse.
—¡Abran! —Se nos unió mi padre.
****
Me giré para deshacerme de uno de ellos con las últimas ganas que me quedaban, enterrando el cuchillo en su cráneo, el Contemporáneo cayó a mis pies, pero no recogí el cuchillo.
—¡Abran!
Estaba tan vulnerable, tan indefenso. Estaba siendo una presa fácil de cazar, y eso me enfurecía, lo odiaba con toda mi alma.
Les grité muchas barbaridades a los Contemporáneos, como si ellos me entendieran, pero igual lo hacía, eso me liberaba.
—¡Abran!
Miré a mi padre a los ojos. Él hizo lo mismo, me abrazó y se recostó en la puerta del edificio, apoyado en su hombro derecho.
Sin previo aviso caímos como un costal de papas al suelo.
¡Abrieron la puerta!
—¡Al suelo! —Una voz masculina, como si fuera un general del ejército, salió disparada con las puertas ya abiertas—. ¡Cúbranse la cabeza!
En el suelo, vi como Frank se tiraba también sin ningún reclamo, sin ninguna pregunta.
Y ahí empezaron los disparos. Muchos de ellos. No eran como los de mi padre y los míos. No, éstos eran una ráfaga de ellos.
Amaba tanto que mis oídos se quedaran sordos a causa de los disparos. ¡Lo amaba tanto!
Pero creo que cada vez que quedaba sordo por esa causa, era porque ese sonido de bala me estaba salvando la vida, al igual que cuando ocurrió el incidente en la autopista.
Sentí que mi padre era arrastrado, me volteé a ver y vi a dos hombres medio agachados, usando un uniformados azul con manchas negras, llevaban cascos y unas metralletas que se veían habían sido usadas.
—¿Están bien? —Pude escuchar entre todo ese escándalo.
No recibió respuesta el hombre, ni por mi parte, ni por la de mi padre, inclusive ni por Frank.
También me llevaron a rastras hasta más adentro del edificio de la ECC. Mientras lo hacían, observé como tomaban igual a Frank, y más allá de él vi una montaña de cuerpos, unos tirados encima de los otros y debajo de ellos estaba un gran charco de sangre negra, parecía petróleo.
Cuando estábamos lo suficientemente lejos de la puerta, cuatro hombres empezaron a cerrarla y por lo que pude, unos Contemporáneos empezaban a escalar la montaña de cuerpos haciéndose camino para pasar, pero las balas de las metralletas eran por mucho, más rápidas que ellos.
Por fin, las puertas se cerraron y los disparos cesaron.
****
—Gracias —esbozó mi padre, luego de beber un vaso de agua.
«¡¿Gracias?!» Ya no tenía miedo, eso ya se había convertido en furia «¡Se tardaron siglos en abrirnos>
—Escuchamos los toquidos y empezamos a armar una estrategia para poder rescatarlos. —El que hablaba era un señor alto y fornido, sus canas parecían nieve en su cabello negro. Llevaba aquel uniforme azul y en su pecho muchas de esas insignias que eran características del ejército—. Fueron muy astutos en tocar la puerta con tanta insistencia y denle gracias a Dios que un cadete se paseaba por estos lados.
Miré a Frank que estaba sentado en el suelo con una botella de agua, tanto frío que hacía y el estaba sudando.
—Fue gracias a él —dije, apuntando a Frank. Éste me miró y rápido cambió la mirada para el hombre.
—Muy bien chico, es importante no desistir. —Le dijo el hombre.
Frank sólo asintió y siguió bebiendo su agua.
—Vengan, los escoltaré hasta el anfiteatro. Tanto escándalo atrajo a muchos Contemporáneos a esta zona, los cadetes se quedaran a vigilar que todo esté en orden.
—Muchísimas gracias, Señor... —dijo mi padre, arrastrando la última palabra.
—General Task, a su orden —gritó el hombre.
¿Acaso todos tenía que escucharlo decir eso?
Empezamos a caminar hasta dicho anfiteatro. Eso de que llamamos mucho la atención de los Contemporáneos y Antaños no me agradó en lo absoluto.
—Soy Zachary Thorp, y ellos mis hijos Ethan y Francisco. —Nos presentó mi padre, yo le di una mirada agradable al hombre mandón y escandaloso y creo que Frank hizo lo mismo, aunque no lo vi, sólo lo supuse.
—¿No es usted el doctor Thorp? —preguntó el hombre doblando en una esquina.
Empecé a escuchar una pequeña bulla que provenía de una puerta roja muy grande.
—El mismo que viste y calaza... Y casi muere. —Bromeó mi padre.
—Es un placer tener su compañía señor. Usted ha sido una pieza clave en el descubrimiento de la vacuna.
—Espero que funcione...
—¡Lo hará! —Volvió a gritar. Creo que él sólo podría atraer a todos los Contemporáneos del mundo—. ¡Estoy súper seguro que lo hará!
Llegamos a la puerta, como también llegó un chiste malo de mi padre.
A veces eran divertidos, otras sólo provocaba darle una bofetada.
El hombre abrió la puerta roja y una enorme explosión de sonido lograron captar mis oídos. Eran voces con todos los tonos habidos y por haber.
Esa puerta roja dejaba ver una enorme fila que se extendía por todo un pasillo que no logré ver el final. Habían todo tipo de personas: hombres y mujeres de todas las edades, niños correteando por todos lados. ¡Hasta había animales!
Vi a una señora cuarentona con un gato entre sus brazos, un perro le estaba ladrando. La mujer lo espantaba, pero el perro seguía insistiendo. Como Frank.
—Chicos, aquí nos separamos. No sabía que esto sería así, vayan a hacer la fila y recuerden que yo los buscaré —informó mi padre colocándose a la altura de nosotros.
—Bien —habló Frank.
Pude ver como mi progenitor desaparecía por el lado contrario al que Frank y yo estábamos caminando. Él tomó hacia la izquierda y nosotros a la derecha en busca del final de la larga fila.
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Bueno llegué en el Capítulo Seis, espero leer los anteriores para entender algunas relaciones en el desarrollo de la historia jajajaja. Saludos hermano.