Z-Elección | Capítulo Dos | Historia Propia | Jhorjo
DESCOMPUESTOS
Toda mi vida pasó por delante mis ojos a toda velocidad, como cuando adelantaba los créditos de una película que no quería ver. Pero, no era vida lo que estaba frente a mis ojos. No, eso era un muerto que había sido revivido.
Mi padre zigzagueaba en la carretera, llevándose por medio señales de tránsito y los conos de una construcción que fue paralizada hace muchos años por lo que estaba ocurriendo en todo el mundo. El muerto viviente caía, pero se reponía a los segundos.
—¡Está golpeando el cristal! —exclamé aterrado.
El putrefacto lo estaba rompiendo aún más, haciendo que los vidrios cayeran en mis piernas. El Contemporáneo quería meter su mano ensangrentada dentro del vehículo para poder tomarme y llevarme con él para que fuera su almuerzo, lo veía en sus ojos amarillentos que delataban su falta de vida.
Sentí que algo tocó mi tobillo, y pensé que había sido la mano del Contemporáneo que ya había entrado sin su cuerpo.
Recé.
Por mi mente pasaban millares de cosas y casi todas terminaban mal: Yo siendo devorado o la camioneta volcada y todos convertidos en Contemporáneos.
La mano volvió a tocar mi tobillo, ésta vez fue el derecho, no parecía querer rasguñarme, lucía como que buscaba algo.
—¡La tengo! —exclamó Francisco atrás en su asiento, su voz se escuchaba cansada y lejana.
Por mi audición, supe que él estaba en el suelo del auto y la mano que me había tocado era la suya, buscando lo que se me había caído. Mi arma.
Un sonido explosivo me dejó sordo el oído izquierdo, dejándome sólo escuchando un pitido molesto que me mareó. Cerré los ojos cuando vi una nube de humo acercarse a ellos, pero de igual manera mis fosas nasales aspiraron un poco de él y me hizo toser.
Los volví a abrir a los diez segundos pero me picaron y yo seguía temblando del pánico, pero vi que el Contemporáneo ya no se movía, su cabeza estaba reposando flojamente en el parabrisas de la camioneta. Me di cuenta de un agujero en su cráneo por la parte de atrás de su nuca. Francisco había dado en el blanco.
Mis pies los llevé hasta la cabeza del Contemporáneo y de un momento a otro lo empecé a patear para sacarlo del agarre que tenía en el parabrisas. A la tercera patada, fue que salió despedido del vehículo y miré por el retrovisor que el camión que estaba tras nosotros lo pisó, partiéndolo en dos.
Quité la mirada del retrovisor
Suspiré, sacando todo el aire de mis pulmones.
—Gracias —dije al chico, volteándome a verlo. Tenía una gran mancha de sangre en su frente, no parecía del muerto ya que estaba roja y aún seguía corriendo de una herida—. ¿Estás bien?
—He estado en peores... —Me respondió tocándose la herida, su mano rápidamente se tiñó de rojo, como la ventana donde había impactado su cabeza.
****
Sólo me quedaba una bala en mi Glock 19.
Me bajé del auto cuando el portón de mi casa se empezó a abrir tomándose su tiempo. Los ladrones aprovechaban esos momentos para entrar en los hogares y llevarse todo, mi tarea en ese instante era prevenir cualquier movimiento de una persona extraña.
Por suerte no había nadie, sólo unos cadáveres en el suelo, de los que también tenía que estar alerta porque no sabía si se iban a levantar de nuevo y comenzar a atacarnos.
La camioneta quedó como la misma mierda, el parabrisas estaba destrozado, el parachoques igual, las luces delanteras se habían caído y el retrovisor del lado del conductor también. No sabía cómo íbamos a salir otra vez en aquel vehículo.
—¡¿Qué pasó?! —Escuché a mi madre preocuparse mientras halaba el portón para que se cerrara más rápido.
—Fuimos atacados —comentó mi padre bajando de la camioneta.
—¡Oh por Dios! —exclamó la mujer—. ¡Ethan, mi niño! ¿Estás bien? —Me miró de arriba hacia abajo con detenimiento, buscando alguna herida o sus similares
—Sí... —Suspiré—. Si no fuera por Francisco estaría muerto en estos momentos.
—¿Francisco? —preguntó mi madre—. ¿Pudieron dar con él? ¿Dónde está? ¿Está bien?
Me había extrañado que el chico no hubiese salido, pensé que quizás era tímido y necesitaba un empujón para socializar con su nueva familia.
—Está en la camioneta, ¿Por qué no ha salido? —habló mi padre.
Fui hasta la puerta de los asientos de atrás y la abrí con cuidado, estaba asustado por lo que me encontraría.
Francisco estaba tirado encima de sus cosas. Estaba desmayado.
—Se desmayó —esbocé.
Mi padre se acercó e inspeccionó detenidamente su cuerpo, buscando alguna mordida o rasguño, pero no encontró nada fuera de lugar, sólo unos moratones que ya se estaban difuminando y alguna que otra herida que ya tenía la costra seca. La herida que se había hecho en la camioneta con la ventada de la puerta era lo único reciente en el cuerpo del muchacho. Mi padre lo cargó y lo llevó dentro, hice lo mismo con sus cosas, pero antes activé la electricidad del portón, para despreocuparme de los Contemporáneos o de los saqueadores.
****
—¿Te importa si lo llevo a tu habitación? —cuestionó mi padre, cuando mi madre terminó de vendar la frente de Francisco.
Negué con la cabeza y se llevó al chico cargado hasta la parte de arriba de nuestro hogar.
Al rato volvió.
Mi madre y yo estábamos sentados en la mesa del comedor debatiendo si comíamos ya o si esperábamos a que se despertara.
Decidimos que esperaríamos a Francisco.
—Hijo, necesito hablar contigo. —Se sentó mi padre en la silla vacía que tenía al lado—. Necesito que me perdones, no podré dormir si no escucho esas palabras de ti. Debí haber hecho algo cuando esa cosa estaba en el auto.
Mi madre estaba escuchando todo y colocó una cara de confundida.
—¿De qué te voy a perdonar? —dije—. Hiciste lo que tenías que hacer, gracias a ti no nos volcamos.
Me abrazó, un abrazo lleno de amor.
—Y a mí no me abrazas ¡Viste!
Me volteé para ver a mi pequeña hermana de siete años en pijamas, Rudy, con su muñeca bajo el brazo. Tenía la cara de recién levantada, sus cabellos castaños estaban rebeldes y despeinados como siempre.
—¡Ven preciosa! —Se levantó mi padre de su asiento, corriendo hacia ella y alzándola en el aire.
La risa de Rudy me hizo olvidar todo lo malo del día, casi parecía que hubiese sido una pesadilla.
—Me iré a dar una ducha. —Informé a mi madre que reía igual que la niña.
****
Entré a mi habitación y lo vi ahí acostado en mi cama, a Francisco, parecía estar muerto, dormía con la boca abierta y roncaba. Eso me causó gracia, pero luego mi risa muda se apagó de inmediato al notar que sus moratones en su cuerpo tenían la forma de puños, podía ver los dedos de una mano dibujados en su pecho y espalda. Recordé lo que nos había contado sobre la escasez de boletos de avión y lo inhumano que podían llegar a ser las personas con un chico indefenso y huérfano.
Tomé una toalla de las gavetas y me fui al baño.
Me desvestí, quedando completamente desnudo, o casi desnudo... En mi pecho, tenía unas vendas que pasaban por mi hombro derecho y espalda, cuando las noté rememoré lo que me había pasado un par de días atrás.
Mi madre quería recibir a Francisco por todo lo alto, quería hacerle una buena comida, aunque sea sólo por un día, y se dispuso a encontrar todos los ingredientes en las tiendas para hacer una lasaña. Conseguimos casi todo, con dificultad pero lo hicimos. No obstante, Rudy se había resfriado y mi madre quería comprar o intercambiar algo por medicina para combatir la gripe de mi hermana; que si no se atacaba a tiempo podía bajarle sus defensas y el virus que nos tenía a todos con los vellos de punta, se haría con su cuerpo y no me perdonaría ver a mi hermana como a una Contemporánea.
Mi padre nos había conseguido tres cajas de balas de calibre veintitrés y una de calibre cincuenta, ya que las medicinas eran lo más caro y por lo que más pendían en las tiendas. Casi recorrimos toda la ciudad en busca de jarabe para la tos y esas cosas, aunque no fue hasta que encontramos a una familia que estaba vendiendo casi todo lo que había en su hogar, y entre esas cosas había una gran cantidad de medicinas, lo que buscábamos.
Todo iba normal, ellos aceptaron muchas de las cosas que habíamos llevado para hacer trueque por ropa y alguna que otra lata de comida. Por las medicinas pidieron las cuatro cajas de balas, no nos quedó de otra que aceptar el trato porque se trataba de mi hermana la que estaba enferma. Pero fue cuando nos dignábamos a regresar a la camioneta cuando todo cambió en un parpadeo.
Primero vi como mi madre estaba siendo tacleada por la mujer de aquella casa, luego la empezó a golpear sin ninguna razón pidiéndole las llaves del auto. Mi madre se defendía, cada puño que recibía ella lo multiplicaba por dos para regalar.
Yo no me iba a quedar parado como un tonto mientras molían a golpes a mi madre, la mujer que me había dado la vida, así que cuando di un paso para separar a esas mujeres, un gran golpe en mi espalda me sacó el aire de los pulmones por completo, haciéndome caer de rodillas y tratando de buscar oxígeno como loco, lo había hecho uno de los chicos que se encontraban con ella.
Resultó ser que ellos eran una familia de ladrones, hacían eso para llamar la atención y luego los demás integrantes de la familia, como el otro hijo menor y el padre, nos robaban.
Nos quitaron todo, desde las compras que habíamos hecho para la lasaña, hasta la gasolina del tanque del auto. Inclusive, se llevaron las cosas que ya habíamos intercambiado. Habíamos sido víctimas de los ladrones.
Pero eso no era lo peor, el chico que me había sacado el aire, no sólo me golpeó hasta quedar inconsciente, sino que también rompió una botella de licor y apuñaló varias veces en mi pectoral derecho.
Desperté en una clínica solitaria con mi madre al lado llorando.
Es por eso que cuando me quité las vendas, quedó al descubierto una herida que aún no había cicatrizado.
Me vi en el espejo, mis dos ojos estaban aún morados e hinchados, pero aún podía ver el iris color verde. Mi cabello negro estaba sucio como lo estaba mi piel que estaba más blanca que hoja de papel, a veces deseaba tener el color de piel de mi padre para no parecer a un fantasma.
«Quiero que termine todo esto» pensé metiéndome en la bañera, que el agua en ella ya estaba sucia.
Teníamos que ahorrar el agua, por eso toda la familia se bañaba con la misma agua hasta por tres días y si no estaba muy sucia podíamos llegar a bañarnos hasta una semana en la misma tina.
Medité en el interior de esa tina.
Cerré mis ojos, me dolió al hacerlo, pero quería quedarme así por un tiempo.
«Quiero que ya acabe...» Le pedía a cualquier dios que quisiera escucharme.
«Los que lo deseaban esto, de seguro... Ya son uno de ellos...» medité, sumergiéndome en el agua estresado y adolorido.
Continuará...
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