El Enigma de Baphomet. Novela. (41)
Al día siguiente, empleó sus horas de trabajo en ir a cortar troncos de castaños después de arreglar los establos de las vacas.
Inspeccionó con fruición todos los alrededores buscando al hombre;
y cuando entró de nuevo a los establos, vio a un lado el cántaro con leche sobrante. Coligió que el hambriento se habría saciado ordeñando una vaca por la mañana temprano. En lo alto del pajar, entre dos cuelmos de centeno, se dejó asomar la calva. El fraile lo invitó a bajar con un gesto de la mano mostrándole el zurrón lleno de alimentos.
Tenía la voz frágil.
Aceptó comer de los alimentos que, el fraile, en un momento, dispuso esmerado sobre un tosco tablero con dos sentajos de piedra. El rubio, al sentarse con parsimonia no fuera a molestarle, desenfundó una daga de doble hoja y la puso encima de la mesa ante la cara sorprendida del fraile, al que se le atragantó el primer bocado después de clavar sus ojos en el mango de hueso. Era exactamente igual a la del último templario que había ocultado en aquel mismo establo.
Quiso darse tiempo para no deslizarse y meter la pata al preguntarle por el origen de su daga. “¿Es la misma?” —se preguntaba en su interior—. “Exactamente igual. Por lo menos están hechas por el mismo artesano, en la misma forja”. —Deducía que el rubio, que no tenía aspecto de batallador, por la finura de sus modales, podría ser un ladrón. La desconfianza comenzaba a invadirlo. “Quizá sea un templario patrón de carabela o de galera”, porque tampoco tenía aspecto de remero. Se le acumularon demasiadas dudas, a la vez, en la cabeza. Quería comprobar si, en una de las dos cachas de la empuñadura de hueso, estaba grabada la cruz paté templaria, simulando interés por las armas blancas.
—¿Has tenido que utilizarla?
Los dos la miraron fijamente en un tenso silencio. No se apreciaba grabación alguna en la cacha visible. Daba por seguro que la grabación se ocultaba en la cacha boca abajo. El rubio entendió la intención de la pregunta: si se había visto obligado a matar a alguien; y levantó lentamente la mirada diciendo:
—Todos los días tengo que utilizarla pero todavía no ha tocado sangre humana. El fraile tenía la completa seguridad de que la cruz paté había sido rallada. Hizo un ademán de cogerla aseverando:
—No tiene ni una mella. Está muy bien templada.
En la otra cacha, en el centro, había un rebaje por haber sido limada, con lo que afianzaba la sospecha. Pero al fraile no se le desenredaba la cabeza y ya no se contuvo:
—¿De dónde has sacado esta daga de empuñadura de hueso?
—¿Por qué me salvaste de los guardias? —le respondió el rubio con otra pregunta inesperada.
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Gracias.
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