El enigma de Baphomet (240)
“No se había abierto desde el verano pasado, y ya me costó trabajo abrirla” — decía—. “Una vez al año, por lo menos, hay que limpiarla. No tendré más remedio que dejarla” —hablaba en alto sabiendo que yo la oía.
Bajé de la escalera y fui a ayudarla pero tampoco podía. La pintura seca impedía abrirla. Me agaché para rasparla con mi espátula con paciencia y, a pesar de todo, me costó trabajo abrirla. No sabía cómo agradecérmelo. Se deshacía en exclamaciones. Yo creo que me dijo “merci” quinientas veces, y no era para tanto, pero me agradecía el detalle de haberme molestado por ella.
A media mañana me trajo un café con leche con un pastel, sin haberme preguntado, suponiendo que no lo rechazaría.
A los dos o tres días, por la noche, antes de acostarme, había ido al váter al colegio, y vi unas siluetas de gente a través de los inmensos portones de hierro, enrejados y con cristales opacos. No le di importancia. Miré para atrás antes de cerrar la puerta que conectaba el colegio con el portal de la casa, donde yo tenía mi habitación, y me pareció ver que unos gamberros nocturnos estaban subiéndose a los hierros de la puerta por fuera, pero seguían siendo leves siluetas apenas perceptibles por la oscuridad que reinaba. Me dormí plácidamente; el día había sido duro subido a las escaleras limpiando con “chiffones” y estropajos.
A eso de las dos de la mañana, un vocerío escandaloso me despertó. De momento no me situaba. Seguían las carreras, los gritos, las sirenas de la policía y todo el vecindario levantado. Entre todo el bullicio yo entendía: “voleurs, voleurs”, y se oyeron disparos sordos y más sirenas estridentes de la policía francesa, que no paraba de llegar con furgonetas de chapa acanalada y ambulancias. Habían acordonado la zona y, por un momento, empecé a preocuparme por si acaso había alguna confusión conmigo.
Salí al portal del edificio entre subidas y bajadas de los vecinos de nuestro edificio y de los edificios contiguos en pijamas y camisones.
Metralletas, pistolas y uniformes intentaban poner orden.
Logré salir a la calle a empujones.
Tendido en el suelo uno de los ladrones, le dispensaban los primeros auxilios médicos después de haberle disparado. A los otros tres los tenían despatarrados contra la valla del jardín de enfrente mientras que los cacheaban esposados.
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