Última existencia | Sueños de un cerebro perturbado IV

A través de un ritual antiguo, aunque no tanto como yo, mi consciencia fue colocada en un hombre perfectamente hecho de arcilla; mientras yo estuviera en él tendría todas las cualidades de un ser humano, así que no tenía que preocuparme por nada. El esqueleto sí eran mis huesos, tenían seis mil años de antigüedad.

Dos brujas me resucitaron, por así decirlo, en un día rutinario como parte de la preparación y el estudio de la más joven, necesitaba la práctica. Cómo mi forma física fue hecha por ella misma siguiendo sus gustos se enamoró de mí, pero no me podía tocar, nunca, o todo el trabajo hecho en mí se volvería polvo.

Cada vez nuestras conversaciones eran más largas e íntimas, pero yo la veía como una amiga, como la persona que me trajo de vuelta a la vida, aunque no tuviera un corazón palpitante. Mi atención estaba dirigida hacia uno de sus guardias, en las horas de las comidas siempre nos juntábamos y compartíamos más que palabras y risas.

Un día al entrar a mi habitación la encontré a ella sentada en la cama esperándome con lágrimas recorriendo su rostro y una mirada acusadora y doliente, de un salto comenzó a gritarme que era su creación y que la había traicionado al dejar que alguien más me tocara, que solo por eso me castigaría al tocarme devolviéndome a la muerte de la que nunca me tuvo que sacar. Corrimos por todo el lugar, no quería que mi nueva existencia acabara así; por todo el ruido que hicimos varios guardias hicieron acto de presencia y la restringieron por orden de su maestra, estaba fuera de sus cabales y debía descansar.

Al cenar otra vez compartiendo lugar con él no pudimos evitar el tema, él sabía que sufría por ella, así como yo tampoco quería dejar esta existencia prestada, que a pesar de ser muy corta sirvió de algo. Supo entender y aceptó mi decisión, se despidió de mí con la esperanza de encontrarme en cualquier otro lugar sea ese al que vamos.

Entré a la habitación de ella, estaba dormida, al sentarme junto a ella se despertó y con la mirada sin esperanza me pidió disculpas, me dijo que los celos la habían poseído, que por más que ella me haya resucitado no tenía el derecho de tener el control sobre mí. Yo le sonreí y le dije que entendía por lo que ella estaba pasando, y que había decidido en dejar que me tocara, ya había estamos muerto por seis mil años, unos pocos más no serían nada.

Me acosté a su lado y las lágrimas volvieron a correr por su rostro, sin saber qué hacer primero, sentí sus manos tomar mi rostro y sus labios tocar los míos, tan solo por un segundo. Al instante mi piel, mi cabello, todo comenzó a desprenderse y convertirse en polvo al tocar la cama, ella estaba feliz por haberme tocado finalmente, pero la tristeza de perderme se reflejaba en todas las lágrimas que sus ojos no podían contener.

Cerré los ojos y me deje llevar, sentía cada parte de mí volverse polvo, convertirme cada vez más en partículas que serían echadas a la basura. Mi último pensamiento fue creer y querer que me volvieran a traer de vuelta con mis huesos, pero sabía que no, ellos también se estaban convirtiendo en polvo, haciendo de esta mi última vez sobre la tierra.

Entonces desperté.