El Cacique (Capítulo 1 - El Intento)
¡Hola comunidad de Steemit! ¡Mis #steemados amigos y amigas:!
Le escribo continuando esta #historia de #ciencia-ficción basada en el pasado de Venezuela que quiero ir desarrollando por acá, les invito a leer el capítulo piloto para que puedan engancharse.
SINOPSIS
El Cacique es un impetuoso guerrero líder de la resistencia. Él ha vivido su vida bajo el yugo del Imperio Español, pero ahora un enemigo mucho más terrible ha venido a subyugarlo. Hombres con aspecto parecido a los españoles, pero que manejan armamentos diferentes y hablan un idioma de siseos. Más que una búsqueda de tesoros, como los españoles, estos nuevos colonizadores buscan algo más. ¿Pero qué?
#1 - EL INTENTO
Intentó abrir sus ojos y no pudo. Intentó de nuevo y tampoco. De nuevo y nada. Por instinto comenzó a gritar, olvidándose de todo. Empezó a surgir sonidos y poco a poco la oscuridad se disipó, como si en realidad fuese una nube de tormenta la que le cubría la cabeza.
Miró a su alrededor y estaba vivo. Se sorprendió de estarlo. No estaba en Suruapay ni en ningún otro lugar conocido para él. Atado de manos caminaba en fila por inercia sobre un suelo de piedra lisa. Otros le acompañaban en igualdad de condiciones. Rodeado de españoles con lanzas, estoques y arcabuces vigilando a los encadenados cubiertos de ceniza, era dirigido hacia unos túneles.
« ¿Qué es este lugar?», se preguntó. Miró hacia el oeste, donde el sol aún estaba en lo alto sobre la llanura que formaba el horizonte distante. Pensó que quedarían tres horas antes de que anocheciera. Se adentró a los túneles.
Una serie de colosales columnas blancas situadas frente a una alta cortina de cristal se elevaban cincuenta y cinco metros hasta alcanzar el techo abovedado desde el que unas tablas finas emitían una potente luz blanca. Diversas pasarelas suspendidas en el aire atravesaban las alturas y en ellas podía distinguirse a prisioneros de sucios harapos entrando y saliendo de los pasillos superiores.
Nunca había visto algo igual. Incluso la acústica le resultaba extraña. El lugar se sentía vivo por un reverberante eco de voces seseantes que se filtraban por la piedra y el cristal. Atravesó una serie de controles de seguridad sin dejar de advertir la cantidad de guardias armados que había en cada uno de ellos.
Sin importarle nada, se arrodilló acercándose las muñecas a la boca para morder la atadura, que estaba compuesta por hiedras con espinas. Cortándose la boca logró zafarse y se abalanzó contra un guardia.
Pero la futilidad de su huida fue obvia en ese mismo instante, cuando el guardia le esquivó a una velocidad impresionante. A diez pasos de distancia, el guardia sobrepasaba al indio por casi un metro, era robusto y su nariz era tan aplastada que parecía no tener. Su piel era de un blanco casi traslúcido, sus venas estaban marcadas.
El guardia apuntó con su arcabuz al indio agachado, que se levantó moviéndose para dificultarle el enfocar, viendo que su contrario tenía en la funda de su cinturón un cuchillo. De una buena vez, el guardia le apuntó hacia los pies y jaló el gatillo.
El pedernal soltó una chispa, disparando el rifle y llenando el aire del humo y un olor parecido al de la pólvora. El indio gritó cuando el láser invisible rozó a su pie derecho, pero su ataque no perdió velocidad. Saltó y se estiró para robar el cuchillo del guardia.
El centinela golpeó al indio a centímetros de que éste le robase su arma, dejándole de cara al suelo. El indio sintió los puños del guardia como garras enterrándose en la carne de su brazo, su hombro y su garganta. Su fuerza era descomunal, salvaje y bárbara.
Una patada y quedó volteado, el guardia le miró con una sádica sonrisa. El indio se enrolló, desesperado por proteger su cabeza y su pecho. El guardia le tomó de la nunca con una sola mano y le levantó del suelo, sacudiéndolo con tal fuerza que el indio se preguntó si su columna se reventaría.
El indio gritó de dolor. El guardia lo soltó; luego hundió su lanza a profundidad en su muslo y lo sacudió de nuevo, levantándolo y lanzándolo al suelo con tal fuerza que él se quedó inmóvil, consciente pero incapaz de oponer resistencia.
Tendido boca arriba, el terror y el dolor se desvanecieron, dando paso a una horrorizada fascinación por el enorme centinela, que le miró y soltó un rugido a escasos centímetros de su rostro. De esta manera el indio se dio cuenta que en efecto aquel no tenía nariz. Sus ojos eran negros en su totalidad y sus venas eran igual de negras. Su piel era fría y húmeda.
«Estos enemigos… Estaba equivocado. No son españoles. Son… algo más», pensó. Buscó en su mente y nada en ella aclaraba lo que podría ser en verdad aquel guardia. Un hombre común sin duda que no lo era.
Sobre él, el techo cubierto por la luz de las tablas se volvió negro.
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