El Recuerdo de una Princesa
¡Hola Steemians!
Siempre es un placer que pasen sus ojos por estas palabras. A ver... no sé muy bien cómo introducir este texto. Supongo que forma parte de aquello que se llama el "dejar ir".
Sin dar más rodeos, empecemos…
El Recuerdo de una Princesa
“Comprendí que no podría huir de los recuerdos; que estaba rodeado por ellos”. La broma (1965). Milan Kundera.
Aun ostento una herida abierta. Ni la magia de una despedida, así como tampoco las distintas rutas y terapias han podido curar el dolor ni imaginar una cicatriz digna para un pulso que regresa continuamente buscando una mirada sincera, una lágrima que lo desvanezca y que le otorgue la suplicada sonrisa de la justicia. Esta vendada diosa ha procurado forjarme en varias derrotas y también ha caminado a mi lado enseñándome a vencer, a superar cada tenebroso obstáculo salido de mí mismo, a controlar el rápido latir de un corazón sometido a prueba.
Desde siempre me he aventurado impetuosamente en caminos repletos de advertencias y hechizos, de seres míticos y paisajes surreales, de abismos inimaginables y destinos inciertos. Pero nada como este: un mundo que me ha sorprendido por su sutileza y por sus formas camaleónicas, por la oscilante fluidez del sentimiento y por el descontrolado vigor del fuego. También he quedado anonadado por la crueldad a la que se somete la nobleza del corazón, por la resignación al considerar al dolor como el maestro adecuado en mi camino. Aun así, con la mirada en alto y con la presencia inconmensurable de la divinidad, en este mundo la conocí, y por ello agradezco aunque la victoria me resulte insípida y el sentimiento de pérdida aumente como una niebla en la noche.
Recuerdo llamarla Oria: “la hermosa niña de cabellos largos”. Para mí era una niña, yo era un niño, y semejante inocencia se reflejaba en una atracción natural e indescriptible, en un anhelo por el cumplimiento de las metas más altas del amor. A la lejanía, ella despertaba en mí el calor de la vida, el renacer de unos sentidos que ahora podían percibir lo bello del mundo, la valentía innata de un hombre próximo a conquistar su reino. A la distancia, el viento era mi aliado trayéndome el dulce canto de la princesa, las nubes me regalaban la blancura de su piel, las flores me acercaban su esencia. Pero yo era un niño encaminado en una aventura que me sobrepasaba; ante mí cualquier distancia era cósmica, la libertad era considerada un sueño: el miedo me apadrinaba.
Con el latir de la herida vienen a mí las memorias del sentimiento inseguro y de la ignorancia del pulso que exigía el despliegue de las alas. Recuerdo el desvanecimiento de estos densos pensamientos en el fuego que emanaba del deseo de tenerla en mis brazos, de la quimera del beso, de la querida fantasía de una unión bajo apasionados gemidos. Tales imaginarios me inducían a llegar hasta el final, a cumplir el sueño, a avanzar firme y convencido de que había hecho todo, de que mi misión estaba cumplida al derrotar al hechicero que la tenía presa, al dotarla del mágico sustento que la salvaba de sus caídas anímicas, al proporcionarle la seguridad de mi encuentro.
Frente a mí la conquista era inminente, la ilusión tomaba aromas reales, el sentimiento se desprendía alegre y vívidamente por el mundo. Pero surgió otro abismo, uno monumental, inmenso, horroroso: la guerra, esa maldita crueldad que es necesaria para la liberación de los pueblos, esa inducida manera de separarnos y odiarnos sin motivo lógico ni humano, esa fábrica de dolor y muerte. Consumido por la barbarie que debía vivir, lacerado por los gritos, el llanto y las explosiones, pude sobrepasar esa última esfinge para finalmente encontrarme con la hermosa niña de cabellos largos: llegué tarde.
30 días, 30 interminables noches me separaron del éxtasis, el abismo me había retrasado en tiempo y espacio. Al acercarme a su torre, al agrietarse el puro sentimiento, el bello corcel del anhelo, pude inferir lo que me traería el destino: la pérdida y la amenazante renuncia de su amor.
Aun ostento la herida abierta de la victoria. Una victoria marcada por la inevitable separación de caminos, por la amargura y la impotencia de verla partir a otras tierras, por la ira que reclama justicia. Y ahora que camino solo, que me acompaña también la valentía y puedo considerarme un hombre que ha batallado con y contra el mundo, debo sentar al niño y decirle que estuvo bien, que llegará el momento de sanar la decepción y que algún día una princesa llenará de gozo nuestro corazón, que así se forjan los caballeros de luz y los héroes conquistadores, con dolor.
“(...) Pero Lutero dice en una carta: el amor verdadero suele ser injusto”. La inmortalidad (1988).Milan Kundera.
Eso puedo decirle al niño, pero ¿Y a la niña? Solo puedo agradecerle y disculparme. A veces me pregunto cuál será el recuerdo de la princesa ahora que nuestros senderos se han separado, ahora que nos encontramos de espaldas ante el otro, ahora que no sabemos nada ¿Pertenezco a su dominio de decepción y frustración? ¿Estaré desterrado a las palabras que insultan el destino y la vida? ¿Correspondo, en su recuerdo, a la maldición de la imposibilidad?
Ya me he alejado mucho, aun mirando hacia atrás no diviso la torre de Oria: el viento es otro, las flores igual. Recuerdo haberme despedido y tratar de vivir años en un par de noches, así como suplicar la decisión correcta. Recuerdo también la plenitud, la maravillosa alegría de verla y percibir con todos mis sentidos los antiguos mensajes que me llevaban de ella. Recuerdo la satisfacción de no solicitar nada más, de brillar como un sol e iluminar su jardín. Recuerdo la magia, la lágrima de la despedida recogida por unos labios risueños. ¿Pude haber hecho algo más? ¿Acaso no hay mayor desgracia que esta pregunta? Pero así es.
Ya no diviso su ventana, ni puedo contemplar su fragancia. Ya no la veo en las nubes ni me llega su risa con la brisa. Quizás este lejos, quizás su maravillosa presencia deleite a alguien más, mientras yo, algunas noches me embarco en su recuerdo, en el recuerdo de una princesa.
“Todas las situaciones básicas de la vida son sin retorno. Para que el hombre sea hombre, tiene que atravesar la imposibilidad de retorno con plena conciencia”. La broma (1965) MIlan Kundera.
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Muchas gracias @cessarespinozaa ! Siempre es un honor que valoren y apoyen estos humildes escritos. Un abrazo.
Agradecido enormemente con ustedes! Gracias a ti @dailyfuenmayor por este gran apoyo.
Saludos, muy bonitas las imágenes de estas obras y las frases, me gustó la que dice que el amor verdadero es injusto, así es, lo que más amamos nos hace sufrir sobre todo cuando lo perdemos. Éxito con tu post.
Muchas gracias por tu comentario! Y sí, Kundera es magnífico a la hora de sintetizar sentimientos. Un abrazo.
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Yo creo que la princesa te recuerda con dos palabras, amor y agradecimiento...
Un relato hermoso, la partida del ser amado, por las duras circunstancias que la vida ha puesto en el camino.
Gracias, Marpa! Tu comentario significa mucho. Sí, no estamos exentos de algunos acontecimientos. Un abrazo!
Que chevere poder encontrarse con publicaciones como las tuyas!! Te felicito y te animo a seguir realizando este tipo de contenido!! Saludos :)
Muchas gracias! Cada quien hace lo que siente hacer, esto es producto de algo así, al igual que tus posts. Un honor tu comentario. Saludos!