La pausa, el café, la desconexión
Estoy en el lago, tomo una foto, subo una foto, se crea una historia efímera en un efímero servidor. Comienza el tiempo regresivo, 24 horas después la imagen desaparecerá. Los recuerdos en cambio durarán toda la vida.
Me despido del Lago Maggiore, subo al bus. No hay chip en el teléfono, estaré desconectado por un buen rato. En la estación prefiero la máquina, siempre me ha gustado apretar botones, el tren parece estar lleno. Dejo la seguridad impersonal de la pantalla, y hablo en el peor italiano que puedan imaginar, con el uniformado vendedor de espacio real en trenes reales, mis esfuerzos para hablar el idioma de mis abuelos tiene como respuesta una sonrisa llena de empatía. Consigo espacio en el vagón 5 que saldrá de Milano-Central a las 11:45, voy a otro destino.
Luego toca la pausa, un café. El poder mutante del barista es preparar la mejor bebida del universo en apenas 8 segundos, lo sé porque previamente en un acto extraño de reflexión decidí que tenía que contar el tiempo usado por algunas personas para lograr la perfección. Esta mañana fueron 8 segundos. En el futuro, que aún no ocurre en esta línea de texto, al barista de la tarde, le tomará 11 segundos su preparación, mientras suelta 7 frases en un italiano élfico que no entenderé.
Miro el café y pienso en ella, ¿qué estará haciendo?. Tomo la taza con la mano derecha, saco el teléfono con la mano izquierda, disparo una foto para hacer inmortal el momento, pienso entonces que debo escribir sobre las pausas necesarias que necesitamos en el día, en la vida. El café tiene un color intenso, el barista sonríe porque sabe que controla el universo y la cafeína comienza a viajar por los trenes de nuestro cuerpo, la pupila se dilata, el sabor llena el espacio. La pausa necesaria se magnífica por la desconexión, pienso que nunca más, en toda la vida, debería sacar el teléfono para perder el tiempo leyendo mensajes en 140 caracteres. Me río pensando en que somos alcohólicos de la información. Informahólicos.
Escucho a dos parejas hablando, como lo hacemos los venezolanos cuando creemos que nadie nos puede entender. Yo me hago el italiano para escuchar sus historias, ellos son poco observadores, no hay forma de hacerse el italiano vistiendo tan tropicalmente dispar. Igual ellos no se dan cuenta, están ocupados siendo venezolanos que piensan que nadie puede entenderlos. Hablan de la represión, de los chamos, de los escudos, del viejito que parecía Santa, que ayer recibió su dosis de gas del bueno.
En mi mente se mezcla todo. La pausa deja de serlo. La realidad se termina imponiendo. Pienso en todo, y como ocurre cuando uno hace eso, término pensando en nada.
Los venezolanos se van, el café y el barista que mueve los hilos del universo se quedan. Apuro el café, siento el despertar de la cafeína, mis neuronas generan más electricidad, sigo pensando que tengo que escribir un artículo sobre las necesarias pausas, para vivir la vida. Recuerdo la llamada de ayer con Camilo, me contó un secreto, y nuevamente me conmuevo al extremo, en mi mente saltan chispas con escenas de nuestro viaje a Chile. Cierro los ojos por 3 segundos, y siento como extraño a mi hijo. Me gustaría abrazarlo y contarle las historias de estos días.
Tomo la maleta, bajo escaleras, subo escaleras. Estoy en el binario 3. Saco un libro. Siento frío. Pienso en el ataque cibernético del día de ayer, pienso en el ataque absurdético de la policía nacional de Venezuela.
Miro las vacías vías del tren. Suspiro. Tomo una foto con mi mente a ISO 100 neuronal. Llega el tren. Subo al tren, me siento del lado izquierdo, tratando de tener la mejor vista posible del borde del lago. Pasan los venezolanos de hace un rato, ahora hablan del "pajuo" de Pastor Maldonado, aun piensan que nadie puede entender lo que dicen. Veo el lago pasar por la ventana. A mi lado se sienta un italiano mal vestido, lo que realmente significa que se sentó a mi lado una persona 10 veces mejor vestida que yo, que tu. Me río al pensar en esto, y como todo es relativo.
Vuelvo a pensar en escribir sobre la pausa, el café y la desconexión. Pienso en cómo darle estructura a lo que voy pensando. Entonces tomo el teléfono, abro Day One y comienzo a escribir. Cuando van dos párrafos busco en mi mochila y saco la pequeña Moleskine de Lego que Camilo siempre admira tanto. Ese pequeño cuaderno me une con mi hijo en el "amor" por un objeto común. Me dan ganas de comenzar a escribirle una carta. Seguro más tarde comienzo. Abro las páginas, y comienzo a escribir otra parte de esto. El tren se llena, el lago queda atrás, la ciudad de Milan se va acercando como un Godzilla creado de edificios aburridos de principios del siglo 19, adornado con anomalías arquitectónicas de mediados del siglo 18, con alguna que otra puerta o ventana del siglo 17. Imagino al monstruo, ¿cómo se verá dibujado?, ¿cómo será enfrentarse a él en medio de una sesión de Calabozos y Dragones?
Desde el fondo del vagón llegan frases sueltas de los venezolanos de incógnito, ahora hablan de cómo no dejarse "joder" por los taxistas del mundo. El tren sigue su marcha.
Se me ocurre la idea de "las diferentes pausas diarias". No es solo detenernos unos minutos a tomar un café, es buscar determinadas actividades, que se pueden desarrollar en pocos minutos, para romper la cotidianidad de todos los días: escuchar las frases sueltas de otros, leer una pequeña poesía del libro 23 de la fila 4 de tu biblioteca 1, escuchar la primera canción del primer disco de tu banda favorita, tomar una foto con la mente, pensar en una frase que te conmovió al decirla tu hijo, evitar el teléfono y si no puedes hacerlo, leer alguna cosa en la Wikipedia, si estás sentado da una pequeña vuelta de tres minutos, si estás caminando siéntate tres minutos. Y bueno, es que la vida está en las pausas.
Llego a la estación de Milano-Centrale. Es hora de volver a utilizar mi pésimo italiano mientras convierto la hora de espera, en muchas pequeñas pausas. Voy a la tienda de discos, juegos y televisores. Hay discos de vinilo. Ahora en todas partes hay discos de vinilo. Doy una vuelta por los televisores, me maravillo con la realidad inyectada de color de las pantallas 4K, pienso en el día que tengamos un implante de 80K en los ojos, aquellos que decidan no usarlo vivirán en un romántico y vintage mundo de colores reales. Pasó a otra habitación, pruebo la soundbar de Sonos, tiene poco volumen. Me aburre. Camino un poco y pruebo una de Bose, le pongo mucho volumen, comienza el demo y es genial y ruidoso, todos los italianos voltean, un empleado me mira como a una bruja en Salem, soy un venezolano de incógnito, me hago el loco, veo y escucho todo el demo, la soundbar escupe sonidos, hay un cohete, la tienda parece Houston, el empleado quiere interrumpir mi pausa, me apertrecho y defiendo a muerte mi espacio, me dice algo en italiano, le respondo en pésimo italiano, y justo en ese momento la vida y el cosmos y todas esas vainas inexplicables me guiñan un ojo y comienza a sonar, a un volumen imposible, una canción de Vance Joy que le encanta a Camilo y que escuchamos siempre cuando lo llevo a la escuela. La pausa se convierte en LA PAUSA. El empleado entiende que algo trascendental ocurrió, y me deja tranquilo. Los italianos tienen ese extraño poder de darse cuenta cuando algo es más importante que cualquier cosa, y se van, o se unen a la fiesta. Termina la canción, salgo de la tienda con una sonrisa. Busco mi tren en la pantalla de la estación, allí está, tímido esperando que lo saquen del vacío espacial de no tener andén asignado. Doy una vuelta, miro a la gente, entró al baño, doy otra vuelta, me robó un wifi, subo la canción a las historias de Instagram. Me resisto en abrir el Twitter, lo logro. Voy por un café. Pausa de cafeína. Pienso en los días pasados, pienso en los días futuros. Y vuelvo a reflexionar sobre las pausas.
Hace un tiempo leí que nuestra percepción del paso del tiempo se acelera a medida que tenemos más años. Que la cotidianidad nos juega en contra y que de pronto podemos sentir, en un pestañeo, que han pasado más de 10 años. Lo bueno es que se puede cambiar esta percepción haciendo cosas. Si creamos algo todos los días, o hacemos cosas diferentes, podemos inventar una máquina del tiempo en el cual 1 año se puede sentir como una eternidad. Si escribimos más, o dibujamos más, o viajamos más, o reflexionamos más, o si nos desconectamos más, y leemos más, y vamos al cine más, o caminamos más, o hablamos con los amigos más, o buscamos pausas que nos hagan conscientes de las cosas, el tiempo estará de nuestro lado. Podremos tener más tiempo en nuestro balance de años. Aparece el número de la plataforma al lado del tren. La gente de mueve como hormigas borrachas. Camino, me subo al vagón 5. Se mueve. Miro por la ventana. Pienso en cosas que no quiero escribir. El mundo de la ventana es verde 0(cero)K o TrueK. No hay que googlearlo, lo acabo de inventar. Pienso que quiero escribir una novela sobre extraterrestres y chavistas que son un desastre para lidiar con un ovni estrellado. Es una idea que tengo desde hace años, quizás ya tengo el rompecabezas completo y pueda armarlo entre las pausas, o quizás escribir esto sea una gran pausa en mi vida.
El tren se va acercando a una de las ciudades más preciosas e impresionantes del mundo. Pienso en los próximos 4 días como una gran pausa. Me piden el boleto del tren, el enviado del maquinista en la tierra chequea que todo esté bien con el ticket, con un extraño objeto no medieval, le abre un agujero, es una forma estándar de aprobar esa gran pausa, me dice algo en italiano que no entiendo, le respondo en pésimo italiano, que él no entiende, y nos reímos como tontos.
En ese momento me siento observado por mis ancestros italianos que no entienden para nada lo que ocurrió en sus vidas, para tener un nieto venezolano. Con ellos no sirve esto de estar de incógnito, en aquel plano manejan información telepática, o algo similar. Sin que yo diga nada, ellos pueden saber todo sobre mi. Las almas del pasado pueden verte como si todos nosotros fuéramos radiografías caminantes. Para ellos es curioso, como la vida y los genes, van creando nuevas combinaciones y como el paso de los años y la tecnología, van creando nuevas prioridades. Entonces los fantasmas también reflexionan, ¿qué era importante o no en la vida?. Años después de morir, vienen a este tren para ver a alguien escribiendo de las pausas, cuando la vida antes estaba llena de ellas, les cuesta entender la magnitud de los cambios. Lo que si comprenden es que la vida de ellos, como individuos, fue la gran pausa, en este viaje de los genes en las generaciones por venir.
Todos los seres humanos vamos en el tren, para luego ir a la tierra. Somos un pestañeo, un barista italiano, un viaje a Venecia, un guiño, una desconexión, un café, una canción del soundbar. Pero por sobre todas las cosas, somos una gran pausa.
Me fascino, gracias por compartir. Sentí q había tomado un mini viaje!
Disfrute de arriba a abajo este artículo. Y concuerdo contigo al 100%. Justo acabo de publicar un artículo acerca de como las redes sociales suelen impactar de manera negativa en nuestra vidas, y ahora que leo tu post, quizás puedo pensar en que logran robarnos un poco de nuestras necesarias "pausas".
En fin, a llenar la vida de pausas.
hermoso post @inti te invito a leer mi post :)
https://steemit.com/spanish/@carlagonz/las-personas-mas-importantes-de-mi-vida
que tengas lindo dia :)
Genial. Le doy resteem y te sigo, quiero leer más.
Gracias. En mi cuenta en Medium se pueden leer algunos otros
https://medium.com/@inti también te sigo
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