4 minutos...
Eran las seis de la mañana, aunque María, sin terminar de despertar no alcanzaba abrir los ojos, sabía que era tiempo de dejar la cama; sin embargo, su cuerpo entumecido no respondía a las órdenes de su cerebro, al cabo de unos instantes cuando al fin entró en razón, María notó que aunque todo estaba completamente oscuro, sus ojos llenos de asombro permanecían completamente abiertos, pudo confirmarlo al ver en su muñeca el brillo azul de su reloj de mano que aún no dejaba de sonar; respiraba con dificultad, la situación se tornaba cada vez más intrigante y a cada instante María se ahogaba más en el nudo que hacían en su garganta las diversas ornamentas del lugar donde había despertado, demasiado oscuro y pequeño para compararse con su habitación.
Eran las seis y un minuto, progresivamente comenzaban a dibujarse en su mente las reminiscencias de sus últimos momentos antes de hoy, los recuerdos eran de tres días antes, pero para ella acababan de suceder, aún sentía el pánico de aquel instante, su corazón se aceleraba al recordarse entrando al salón de clases, día de defensa de tesis frente al más severo profesor de toda la universidad; respiraba con dificultad, las palabras se escondían cuando buscaba pronunciarlas y se sentía sola, indefensa, completamente desnuda e incapaz de sobrevivir a la mirada acusante de aquellos que esperaban sus palabras, en vano, todo era en vano, aunque María aún estaba de pie frente a su público, su mente y su alma habían escapado de aquel cuerpo aterradas por tan indescriptible momento de pánico; en unos instantes el mundo de María se oscureció, sus fuerzas huyeron y su cuerpo se desplomó como un telón cayendo al vacío, desde ese momento no supo más de sí misma hasta el momento en que volvió a despertar en aquel pequeño espacio oscuro.
Respiraba con dificultad, sobresaltada, intentó levantarse en medio de aquella tétrica oscuridad pero su frente se estrelló contra la misteriosa superficie acolchada de aquella caja en la que se había despertado; respiraba con dificultad, y un súbito
espanto bañaba en escalofríos todo su cuerpo, no existía ninguna explicación lógica para aquella inimaginable situación; llevó el brazo izquierdo a su pecho intentando calmar su angustiado corazón y al mismo tiempo iluminar su encapsulado entorno con la tenue luz de su reloj; orquídeas, esas mismos orquídeas que había amado toda su vida ahora llenaban sus ojos de espanto, cuadros rojos acolchados sobre madera, ¿Acaso era posible? ¿Acaso aquella caja oscura era lo que con temor imaginaba? Todas las evidencias apuntaban en una misma dirección, María se había despertado encerrada dentro de un ataúd, pero, ¿Por qué? ¿Cómo llegó a suceder? Tantas preguntas en tan poco espacio, sin embargo, era demasiado real para ser un sueño, sus manos sudaban, o más bien, todo su cuerpo sudaba, respiraba con dificultad.
No era posible, tenía que ser un sueño, sí, un espantoso sueño del que pronto podría despertar, sólo tenía que esperar un rato, respiraba con dificultad, sus labios agrietados delataban su exacerbado pánico, eran las seis y tres minutos cuando cerró sus ojos deseando abrirlos y despertar acostada en su cama, imaginaba la voz de su madre llamándola por las mañanas para ir a la universidad, por instantes lo disfrutaba como si fuera real, pero no lo era, aunque en la mente de María ya nada era real.
Respiraba con dificultad, luego de caer de bruces al piso, María se retorcía apretando su corazón, sus compañeros de clase no lograban reaccionar a tiempo y fue el profesor el primero en llegar, agonizaba, su corazón parecía un pequeño monstruo intentando escapar de su pecho, nadie se percataba pero los gritos desesperados de los presentes habían inundado el salón de clases, formaban un espantoso coro de voces ininteligibles que clamaban por ayuda mientras la vida de María se escapaba con cada espasmo, todo cuanto se hizo fue completamente inútil, incluso los paramédicos fueron incapaces de hacerla volver y María fue declarada muerta esa mañana a las ocho con veinte minutos.
Respiraba con dificultad, el poco oxígeno que le quedaba parecía resistirse a entrar en su nariz, desesperaba, deseaba llorar pero no lo conseguía, todo el llanto se atascaba en el nudo que había formado un muro en su garganta, reaccionó, empujaba en todas las direcciones esperando romper por algún lado aquella inclemente caja, no sabía con certeza qué hacer, incrustaba sus dedos en la tela que acolchaba el interior de su funesta prisión, desgarraba la tela esperando encontrar una salida, no conseguía gritar, su voz se escondía en los más lejanos rincones de su garganta, sus uñas se tenían de rojo, sus dedos casi deshechos sangraban al romperse contra la madera que no alcanzaba a perforar, no podía respirar, pero tampoco pensaba en hacerlo, sus labios ya morados y resecos susurraban gritos de tétrico espanto, era el fin… era el fin.
Acababa de escapar de la muerte para volver a morir, no se rendía, sus dedos destruidos seguían intentando romper la madera de la que sólo salían pequeñas astillas, estaba ahogada en su llanto, tosía, gritaba, empujaba, pero todo era inútil, seguía encerrada, ahogada y asfixiada, pero lentamente todo el dolor desaparecía, arrancaba filosos pedazos de madera incrustados en sus manos ya deshechas, pero no sentía ya ningún dolor, ya no podía sentir nada, volaba, todo aquello desaparecía y ella volaba; volaba perdida en un mundo sin formas ni colores, no había más dolor, era libre, nada existía para ella que al fin había dejado de existir, no respiraba, su brazo ya sin vida se estrelló contra la superficie justo a las seis con cuatro minutos, nadie se imaginó que María tan sólo dormía profundamente en un cataléptico sueño de varios días y la condenaron a sufrir el espanto de asistir viva a su propio entierro.
Eran las seis y un minuto, progresivamente comenzaban a dibujarse en su mente las reminiscencias de sus últimos momentos antes de hoy, los recuerdos eran de tres días antes, pero para ella acababan de suceder, aún sentía el pánico de aquel instante, su corazón se aceleraba al recordarse entrando al salón de clases, día de defensa de tesis frente al más severo profesor de toda la universidad; respiraba con dificultad, las palabras se escondían cuando buscaba pronunciarlas y se sentía sola, indefensa, completamente desnuda e incapaz de sobrevivir a la mirada acusante de aquellos que esperaban sus palabras, en vano, todo era en vano, aunque María aún estaba de pie frente a su público, su mente y su alma habían escapado de aquel cuerpo aterradas por tan indescriptible momento de pánico; en unos instantes el mundo de María se oscureció, sus fuerzas huyeron y su cuerpo se desplomó como un telón cayendo al vacío, desde ese momento no supo más de sí misma hasta el momento en que volvió a despertar en aquel pequeño espacio oscuro.
Respiraba con dificultad, sobresaltada, intentó levantarse en medio de aquella tétrica oscuridad pero su frente se estrelló contra la misteriosa superficie acolchada de aquella caja en la que se había despertado; respiraba con dificultad, y un súbito
espanto bañaba en escalofríos todo su cuerpo, no existía ninguna explicación lógica para aquella inimaginable situación; llevó el brazo izquierdo a su pecho intentando calmar su angustiado corazón y al mismo tiempo iluminar su encapsulado entorno con la tenue luz de su reloj; orquídeas, esas mismos orquídeas que había amado toda su vida ahora llenaban sus ojos de espanto, cuadros rojos acolchados sobre madera, ¿Acaso era posible? ¿Acaso aquella caja oscura era lo que con temor imaginaba? Todas las evidencias apuntaban en una misma dirección, María se había despertado encerrada dentro de un ataúd, pero, ¿Por qué? ¿Cómo llegó a suceder? Tantas preguntas en tan poco espacio, sin embargo, era demasiado real para ser un sueño, sus manos sudaban, o más bien, todo su cuerpo sudaba, respiraba con dificultad.
No era posible, tenía que ser un sueño, sí, un espantoso sueño del que pronto podría despertar, sólo tenía que esperar un rato, respiraba con dificultad, sus labios agrietados delataban su exacerbado pánico, eran las seis y tres minutos cuando cerró sus ojos deseando abrirlos y despertar acostada en su cama, imaginaba la voz de su madre llamándola por las mañanas para ir a la universidad, por instantes lo disfrutaba como si fuera real, pero no lo era, aunque en la mente de María ya nada era real.
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