Nunca dos seres.

Se encontraron por casualidad, ninguno lo planeó.

Ambos se conocieron un día, eran muy pequeños y ninguno se imaginó lo que vendría luego, ninguno supo, en el momento, que el uno reinaría en la mente del otro para siempre.

Se podía hablar de conexión pero era mucho más que eso. Nada se comparaba con la forma en la que sus pensamientos se entendían a la perfección.

Nunca dos almas se habían complementado de tal manera.

Nunca dos cuerpos se habían pertenecido entre sí con tanta fuerza.

El mundo podía estar en caos pero ambos emanaban paz al estar juntos.

Coincidencia, casualidad, amor, destino, fuerza, complemento…Por primera vez las palabras se quedan cortas para describir algo.

Ella era luna; serena, fría, oscura.
Él era sol; explosivo, cálido, radiante.

Nunca el día y la noche habían tenido tantas ganas de coexistir juntos.

Ella le necesitaba. Él le complementaba.

Ella era letra. Él era voz.

Nunca dos voces habían estado en tan perfecta sincronía.

Se admiraban. El uno multiplicaba la belleza del otro como nadie podía hacerlo.

Él creía. Ella necesitaba creer.

Él era calma. Ella era dificultad.

Nunca dos seres habían dependido tanto, entre ellos, de la existencia del otro. Nunca dos miradas habían estado tan destinadas a mirarse fijamente. Nunca dos realidades habían tenido la oportunidad de contemplarse así, puras, sencillas, sinceras...