EL ARDID. CAP IX (Novela corta)
CAPÍTULO IX
—Quédate esta noche, por favor.
—¿Estás segura de que quieres que me quede?
—Sí, sí quiero —La seguridad de la chica lo tomó por sorpresa.
Baltazar, presa de la curiosidad y la desconfianza indagó en su siquis. Necesitaba estar seguro de a qué se debía aquel cambio. El beso en la iglesia había despertado los instintos y emociones de Mariagracia. Su curiosidad ante aquello desconocido para ella, la movía a aventurarse; más que sentir una verdadera tentación, era otra cosa mucho más profunda. No era asunto de placer o lujuria; Ella lo amaba. Sus emociones humanas volvieron a alterarse. Intentó mantener la calma. Tenía que hacerlo o su existencia estaría en riesgo al igual que su misión.
Entraron a la casa. El ambiente era más cálido de lo habitual. El olor a flores frescas inundaba todo alrededor. Su convicción de lograr la misión se tambaleaba.
Mariagracia se acercó con timidez y dulzura y le besó en los labios. Fue un beso tierno, casi infantil. Algo en su interior se estremeció.
—Calma —se dijo a sí mismo—. Tienes que mantener la calma y el control. Sabía que si lo perdía dos cosas podían suceder. La primera, que su alma humana tomara el control de aquella situación y no pudiera obtener el alma de la mujer; y la segunda, , que se dejara llevar por su lujuria demoníaca y terminara matándola antes de que le entregara su alma.
—No es asunto de pasión —se repitió.
—No sé si pueda controlarme —le murmuró en una media verdad.
—No espero que lo hagas —respondió ella posando sus ojos en aquel bulto que comenzaba a notarse entre sus piernas.
—Pero ¿qué dices? —Mariagracia notó su sorpresa. Baltazar estaba algo perplejo; Sus emociones humanas estaban a flor de piel y eso inhibía un poco su capacidad de leer los pensamientos.
—Te he invitado a quedarte conmigo —respondió, sin dejar de mirarle la entrepierna—. Por más educado y caballero que seas, soy consciente de que no eres de piedra y que si continuamos así hay cosas que pueden pasar
Baltazar sintió aquella calidez; aquella ternura fluir desde ella y atravesarlo de lado a lado. Lo tomaba de la mano con ternura, pero él se sentía excitado.
—¿Sabes qué cosas pueden pasar? —preguntó, tanteándola—, ¿estás segura de que quieres que pasen?
—Siendo honesta —dijo sonrojándose—. Nunca he llegado tan lejos con nadie y no sé que tanto puede pasar ni como es. Solo sé que te amo y que daría todo por ti.
—¿Todo? —Preguntó, incrédulo; no podía tener tanta suerte.
—Sí, todo —afirmó, con una seguridad que a Baltazar le parecía sobrenatural—. Mi cuerpo, mi vida, mi alma si la quieres.
Era todo lo que necesitaba escuchar. La tomó entre sus brazos y la besó con un ardor inusitado. Alzándola en brazos, subió hasta la pequeña habitación.
La fue desnudando con calma. Era hermosa, apetecible, sensual y excitante. Su ingenuidad la teñía de un matiz erótico que él desconocía.
Ella por su parte observaba fascinada y aprendía. Él era tan atractivo, tan masculino. Un ardor le iba recorriendo desde las entrañas por todo el cuerpo, cada vez que la tocaba de aquella manera.
—Mariagracia —susurraba con voz ronca contra su piel, mientras la recorría de arriba a abajo, deteniéndose en rincones que la hacían estremecer.
Mariagracia gemía y jadeaba. Jamás había sentido cosa semejante. De pronto, el pudor la hizo juntar las piernas al sentir su aliento cálido allí abajo.
—¿No quieres que continúe?
—No … es eso —dijo con voz entrecortada— es que yo nunca…
Baltazar ascendió para verla a los ojos de cerca.
—No tienes por qué avergonzarte —susurró— Eres hermosa y tan apetecible. Yo solo qiero darte placer, hacerte sentir en el cielo.
Mariagracia tragó grueso y decidió confiar.
Baltazar comenzó a besarla despacio para encenderla aún más. Con lentitud, iba iniciando la llama de la lujuria en ella.
Mariagracia se sentía extraña. Tenía anhelos y deseos que no sabía cómo formular.
—déjate llevar, cariño —susurró Baltazar, guiándo las manos de ella por todo su cuerpo, invitándola a desvestirle, a tocarle y descubrirle.
Mariagracia quería aquel contacto, quería sentir su piel y su calor. Baltazar se dejaba hacer con los dientes apretados. Aquellas caricias le henchían la polla, le estaban volviendo loco y no debía perder el control o la mataría.
Mariagracia abrió los ojos al tocarle allí entre las piernas. Era una piel tan suave. Estaba tan caliente y duro, se sentía enorme. Dio un pequeño respingo al sentir como se movía de pronto, mientras Baltazar exhalaba un jadeo profundo, casi un gruñido.
—¿te he hecho daño?
Baltazar negó con la cabeza, pero no fue capaz de articular palabra. Aquella mano ingenua y cálida; aquella preocupación en su voz lo estaban llevando al límite.
Mariagracia siguió recorriendo su polla de arriba abajo. Unas gotas tibias le mojaron la mano y abrió los ojos. Baltazar estaba a su lado, tendido y muy quieto. Era visible la tensión en todo su cuerpo y eso la llenó de angustia.
—Lo estoy haciendo todo mal, ¿verdad?
—No, todo lo contrario, cielo —masculló entre dientes apretando las nalgas un poco— lo haces demasiado bien y ese es el problema.
Mariagracia lo miraba confundida. Había pensado en dejar de tocarle pero algo en su interior la impulsaba a continuar.
Baltazar abrió los ojos y notó su confusión. Despacio para no asustarla, posó su mano sobre la de ella, guiándole para que lo masturbase como a él más le gustaba.
—Lo aces tan bien —jadeó—, que estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano para no correrme —Mariagracia con aquella mano sobre la suya experimentaba una sensación que comenzaba a excitarla tanto, que entre sus piernas una humedad que le era desconocida brotaba poco a poco aumentando su confusión.
—¿Ves lo duro y caliente que estoy? —mariagracia asintió sin pronunciar palabra— es porque te deseo demasiado y anhelo hundirme en ti, ¿lo entiendes?
Mariagracia tragó grueso. Baltazar por su parte la guiaba acelerando el ritmo, apretando su mano contra la de ella cuando se sentía a punto de correrse para detenerla un instante y dilatar la sensación.
—Eso es… —titubeó— ¿malo?
Baltazar soltó la mano de la chica y se aferró a las sábanas, negando con la cabeza. Mariagracia sentía aquellos movimientos involuntarios y como aquel miembro iba creciendo en su manno un poco más. Temía que fuese a explotar y hacerse daño por su culpa.
—Entonces húndete en mí —murmuró, dejando de masturbarle—. No quiero que te duela o lo pases mal.
A Baltazar le resultaba cada vez más difícil contenerse. Estaban sus emociones humanas, pero también una lujuria desbordada. Que dejase de masturbarle le dio un respiro.
—Lo haré, cielo… pero cuando estés lista.
Mariagracia asintió. No entendía a qué se refería, pero se relajó girando para ponerse de lado frente a él. Baltazar imitó su movimiento y ambas miradas se cruzaron. Como si hubiese leído los pensamientos de Baltazar, separó un poco las piernas, apoyando una sobre la cadera de este. Baltazar aspiró profundo y se esforzó en contenerse una vez más. Con el deseo ardiendo en su vientre, le tomó de la mano y la posó sobre su sexo.
Baltazar dejó de respirar un instante. El aroma de ella lo estaba enloqueciendo; sentía a su parte demoníaca rasgar demasiado cerca de la superficie.
Comenzó a tocarla. Estaba caliente y resbaladiza. Tan despacio como pudo, fue rozando aquellos rizos húmedos, aquellos labios turgentes, aquel clítoris henchido. Mariagracia gemía flojito, mientras con su mano le asía acariciándole con la misma cadencia.
Necesitaba recuperar el dominio de la situación, el deseo de penetrarla no lo dejaba pensar con claridad. Apretó los dientes y se colocó entre sus piernas. Aquella visión casi lo hace perder el control, pero en último momento se contuvo. Descendió y sacó la lengua, justo cuando ella giraba el rostro y abría los ojos.
El espejo le ofrecía una imagen decadente. Ella en la cama de piernas abiertas, él con la lengua afuera a punto de lamerla por completo.
Se aferró a las sábanas y cerró los ojos al sentir aquella lengua rozándole de esa forma tan sutil y deliciosa.
Había empezado con delicadeza aunque lo que deseaba era comerle el coño con avidez. Introdujo un dedo en su vagina mientras lamía y succionaba con más intensidad. Ella dio un pequeño respingo pero el mar de sensaciones la abrumaba demasiado como para rechazar aquella incursión.
Aceleró el ritmo e introdujo un segundo dedo. Necesitaba prepararla, era demasiado estrecha.
Los gemidos de la chica llenaban el silencio. Cuando percibió la cercanía del clímax, atravesó aquella barrera.
El placer la arrolló de forma brutal y no le dio tiempo de sentir dolor, ni otra cosa que no fuese aquel intenso temblor que le recorría entera desde la punta de los pies.
Baltazar seguía lamiéndola y chupándola con delicadeza. Bebió sus flujos, pero también su sangre. Sentir el orgasmo de aquella mujer, aquel verdadero placer, más por amor que por lujuria lo arrastró como una ola gigantesca. Se retó así mismo a no dejarse llevar por sus emociones humanas pero no sabría si tendría éxito; ella lo estaba llevando al límite una vez más.
—Baltazar… —susurró entre jadeos—. Necesito…
Baltazar dejó de estimularla y fue ascendiendo por su piel hasta su boca. La besó con avidez.
Lo acarició con fervor y buscó a tientas sentirle entre su mano de nuevo.
—¿qué necesitas, cielo? —preguntó justo antes de besarla de nuevo. Él lo sabía, pero quería escucharlo.
—Necesito… —comenzó a decir sin saber cómo pedirlo.
Baltazar llevó sus dedos y los introdujo de nuevo en ella.
—¿Esto? —preguntó, empujando en su interior, a la vez que apretaba los dientes y las nalgas al sentir cómo ella sujetaba su polla con la mano de aquella manera.
—sí, pero… —dijo dubitativa antes de apretarle la polla y sentir como se contraía salpicándole un poco—. Quiero probar…
—¿Segura? —preguntó acelerando el movimiento de sus dedos, arrancándole un gemido profundo—. Tienes que estar segura, cariño porque si comienzo no podré parar, ¿lo entiendes, verdad?
Mariagracia asintió soltándole la polla y cogiéndose de su espalda, mientras el volvía a arrasarle la boca con avidez.
—Te quiero dentro de mí —susurró; y eso fue suficiente para que el demonio perdiese la batalla. La lujuria lo cegó. Se cogió la polla hasta posicionarse en aquella abertura tan estrecha. Presa del deseo, fue abriéndose paso en su interior. El grito de Mariagracia losacó del trance. No podía dejar de pensar, no podía. Se miró en el espejo, sus ojos habían cambiado. Se sentía atrapado. Le dolían los cojones, tenía la polla dura como nunca antes; aquellos músculos se apretaban cada vez más a su alrededor. Todavía faltaba un buen trecho, la mataría, lo sabía y no quería. No quería matarla. Tenso como una cuerda de guitarra se detuvo a mitad de camino. Si avanzaba tomaría el control su bestia y la destrozaría.
Cerró los ojos, no quería asustarla. Mariagracia presa de su propio deseo, alzó las piernas mejorando el ángulo de penetración y comenzó a moverse. El movimiento lo hizo adentrarse un poco más. Mariagracia gemía y jadeaba, se retorcía y se aferraba a él.
—Por favor… —fue lo único que pensó, antes de que un torbellino de emociones humanas le arrollase, doblegando su control, haciendo añicos su voluntad.
Se hundió con fuerza hasta el fondo. Mariagracia se aferraba a él y dejó que su instinto la guiase. Por su parte Baltazar se dejó hacer. Por una vez dejó libre su humanidad, no quería matarla. Además, era la única forma de volver a experimentar aquel placer que como demonio superior no podía apreciar. La experiencia era una delicia. Era suya, ella era suya; moviéndose en su interior lo supo… Inmerso por completo en sus emociones se dejó arrastrar por su propio placer y por el placer que ella sentía. Muy cerca del clímax de ella, se corrió con fuerza, derramando sus emociones contenidas por tantos siglos en el interior de aquella mujer, haciendo que ella se corriese con él.
La sensación, el momento era perfecto. De pronto, sin saber cómo, se sintió caer en un abismo. La oscuridad reinaba y se encontró algo aturdido.
—Haz que te entregue su alma ahora y luego, ¡mátala! —ordenó el maligno. El tono lúgubre le crispó los nervios, pero guardó silencio.
En un instante se halló de nuevo en la habitación con Mariagracia entre sus brazos, aún gimiendo de placer. La besó con ternura en los labios y en todo el rostro. Sabía cuál era su deber, pero algo le impedía avanzar.
—Te amo —le dijo él en un susurro, sintiéndose aún en su interior.
—Y yo a ti. Como no creo que jamás ame a nadie en este mundo —Baltazar jadeó cuando sintió aquella vagina abrazándose alrededor de su polla. Había intentado romper la unión, pero no pudo.
—Tampoco yo amaré a nadie en este mundo como te amo a ti —Baltazar acariciaba su hermoso rostro, reprimiendo las lágrimas.
—Seré tuya siempre… en cuerpo, mente y alma.
Baltazar quiso perderse en aquella mirada. Apretó los dientes con fuerza, tensándose y hundiéndose de nuevo en ella hasta el fondo.
El demonio sostuvo el empuje, tenso. Sabía que el momento había llegado, no tenía alternativa. Soltó las riendas de su bestia solo un poco; lo suficiente para poder hacer un trabajo limpio. La besó de nuevo con ardiente pasión para provocarla. Introdujo su lengua con habilidad y la indujo hacia un nuevo orgasmo. Cuando estaba muy cerca del clímax, la forzó a mantener los labios entreabiertos moviéndose con lentitud adentro y afuera; saliendo casi por completo y volviendo a entrar con fuerza.
Mariagracia gemía y jadeaba siguiendo aquella cadencia con sus caderas.
—Duerme amada mía, el sueño eterno —recitaba en un idioma muy antiguo—, que cuando despiertes el mundo será nuestro.
En pleno clímax y aprovechando cada jadeo, Baltazar fue extrayendo el alma de Mariagracia hasta hacerla entrar en un sueño profundo, saliendo a toda prisa para no correrse de nuevo en su interior dejando en ella la semilla del mal.
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