EL ARDID. CAP IV (Novela Corta)
CAPÍTULO IV
Cerrando la puerta con suavidad, miró a un lado y a otro del pasillo. Todas las puertas estaban cerradas, así que decidió atravesar el patio para avanzar más rápido.
El lugar parecía desierto, aunque todas las habitaciones estaban ocupadas. El gallo que anunciaba el alba había dejado de cantar y el silencio reinaba, dando una falsa impresión de imperturbabilidad. . Al ingresar al pasillo, sintió el leve choque de los platos contra el fregadero.
—La mujer de don Manuel —pensó, acercándose con sigilo.
En la cocina, don Manuel y su mujer disponían todo ya para el desayuno.
—Julia, ¿incluiste en la comida al muchacho nuevo?
—Sí, pero dudo que vaya a desayunar —Manuel se fijó en su mujer y respiró profundo. Adoraba a su mujer, pero esas manías supersticiosas lo sacaban de quicio en muchas ocasiones.
—Eso no importa —dijo, cogiendo una pila de platos—. Lo importante es que se sienta bien atendido. Recuerda que él va a restaurar la iglesia —Julia entrecerró los ojos un instante al escuchar el fervor en la voz de su marido.
—Ya veremos.
—No comiences con tus cosas, mujer —advirtió Manuel, observando la habilidad de su mujer para preparar las bandejas.
Baltazar había escuchado el intercambio y sacado sus propias conclusiones. Esa mujer era demasiado sagaz y tendría que tenerla bajo observación. Dio marcha atrás para desandar el camino y se dirigió a la puerta. Intentó salir pero estaba cerrada a cal y canto.
—¿Te vas sin desayunar? —la pregunta de don Manuel no lo había tomado por sorpresa y ya tenía una respuesta preparada.
—Buenos días, don Manuel —saludó con cortesía—. Quedé de verme temprano con don Sebastián en la iglesia y no quiero llegar tarde.
—Ah, entiendo —Baltazar vio el brillo en los ojos del hombre y supo que había acertado de lleno—.¿Vendrás para comer? —preguntó Manuel, abriéndole la puerta e intentando sin éxito mirar a través de sus gafas oscuras.
Prefirió no confirmar su asistencia. Con destreza argumentó que no sabía cuánto tardaría o si don Sebastián tendría otros planes. Manuel se encogió de hombros y le deseó buena suerte.
Desde el bar se podía divisar la torre del campanario de la iglesia. Siguiendo el brillo de la luz que chocaba contra la superficie de las campanas, llegó sin dificultad, así que dio una vuelta por los alrededores; Don Sebastián aún no llegaba. Decidió entonces, observar con más detalle la estructura.
Se acercó con cautela, intentando percibir cualquier vibración, por leve que esta fuera. Cuando se hubo cersiorado de que no había ninguna criatura inhumana o inmortal, empezó a rodear la estructura. Don Sebastián le había informado que la iglesia había sido Construida, en teoría, en 1879. Baltazar cerró los ojos procurando evocar su memoria visual y retrocedió un par de siglos. De lo que recordaba de la época y, observando con atención la estructura, concluyó que no parecía del siglo 19 sino del 18 o incluso más antigua.
No es que fuese experto en obras de arte, pero a sus ojos el deterioro era evidente. Casi todos los retablos necesitaban ser restaurados.
—Ni siquiera ese batallón de santos inmóviles podrá evitar que lleve a cabo mi misión y que el maligno me consagre como su sucesor —pensó Baltazar con determinación. Un brillo de diversión le iluminaba la mirada, mientras iba acariciando los retablos uno a uno.
La voz de don Sebastián interrumpió el goce de sus pensamientos.
—Es bueno que seas amante de la puntualidad —Baltazar intentó dominar la tensión que le provocaba aquella mano rozando su espalda.
—Tenía curiosidad por evaluar la estructura
Se giró con lentitud, quitándose las gafas de sol para darle la cara. Ambos hombres se sostuvieron la mirada.
—¿y bien?
—La estructura está bastante deteriorada. Se necesitará un tiempo considerable para poder hacer algo decente por ella —decía, mientras caminaba señalando los puntos más deteriorados del templo—. Necesitaré un Maestro de obras, dos albañiles, un carpintero, un herrero, varios sacos de cemento portland y arena, Madera, preferiblemente roble o ébano y si desean restaurar los retablos, pues habrá que conseguir algún experto en arte barroco, que además sea restaurador de reliquias como para que las piezas no pierdan su valor original —iba explicando, mientras Sebastián tomaba nota mental, bastante impresionado.
Baltazar, satisfecho por el efecto que había causado su breve resumen en Sebastián, lo observaba con detalle, excrutando su siquis al mismo tiempo.
—¡Vaya! —exclamó una voz masculina que Baltazar desconocía—. Ahora sí que tendré mi iglesia como Dios manda.
Baltazar apretó los dientes al escuchar aquel nombre. Era como un acto reflejo.
—¿Qué te parece, Mariagracia? —preguntó el hombre.
Mariagracia, agazapada en las sombras salió dando dos pasos al frente. Parte de su cuerpo quedaba cubierto por la enorme figura del hombre. Asomó ligeramente el rostro como para observar sin ser vista.
—No permitas que te vea a los ojos aún —ordenó el señor de las tinieblas a Baltazar, hablándole en sus pensamientos.
En un movimiento casi imperceptible por la rapidez, Baltazar se colocó las gafas. Sus enormes ojos verdes quedaron solapados por un delgado filtro color negro.
—Mariagracia, te presento a Baltazar Garzón —dijo Sebastián—. Es el constructor que he contratado para reconstruir la iglesia.
—Mucho gusto —dijo Mariagracia, extendiéndole la mano algo nerviosa.
—El gusto es mío —dijo Baltazar, estrechándole la mano con seguridad—. Mucho más, siendo usted una señorita a todas luces, encantadora.
En su interior los restos de su alma Humana se enfrentaron a sus recuerdos más ocultos. Las emociones de su niñez brotaron de sopetón. La lucha dentro de sí era intensa.
Al tocarlo, Mariagracia sintió un escalofrío que cedió con rapidez. Por extraño que fuese, estaba sintiendo lo mismo que cuando arrullaba a los niños en la escuela a la hora de la siesta. Una inmensa ternura la sobrecogió. Tenía ganas de llorar y llorar como si la hubiera golpeado un dolor muy grande.
Baltazar se obligó a soltar la mano de aquella mujer con brusquedad. Ese gesto la sobresaltó.
—Disculpe, señorita —dijo dándo un paso atrás para aumentar la distancia entre ambos—; tengo agujetas en el hombro, la espalda y el brazo —Mariagracia lo observaba inquieta; por educación bajó la mirada, aunque seguía escuchándole—. Recién llegué anoche de un viaje muy largo en tren y casi no he descansado; tengo todos los músculos agarrotados.
—No tiene por qué disculparse —la incomodidad de la chica no pasó desapercibida.
A Baltazar le importaba poco su incomodidad en aquel momento. Lo que le tenía más atento eran los pensamientos de aquel sacerdote metomentodo e indiscreto.
El padre Nicolás le excrutaba, inquisitivo. Aquella excusa le parecía una total chapuza, pero decidió guardar silencio. Ya bastante incómoda estaba mariagracia para echarle leña al fuego. Sebastián, en cambio, no le dio la mínima importancia.
—Baltazar… —interrumpió Sebastián—. Mariagracia es la asistente del padre Nicolás en la iglesia y también es auxiliar en la escuela. Ella podrá guiarte y asistirte a ti también cuando lo necesites. Conoce muy bien la iglesia, casi como si ella la hubiera construido.
—Es bueno saberlo.
Sin dejar de mirarla, Baltazar intentaba una y otra vez revisar en la profundidad de sus pensamientos para ver si encontraba algo que lo ayudara a que cayera en la tentación. Era inútil, no había nada. Sus pensamientos eran tan claros y puros como su energía. Si no fuera porque era evidente su mortalidad, juraría que era un ángel caído del cielo.
Una imagen de ella con alas le invadió de imprevisto. parpadeó un par de veces para sacudirse la ensoñación.
—Cuando pueda verme a los ojos, ¿será todo más o menos igual? o logrará observar mi esencia demoníaca —se preguntaba, mientras caminaba fuera de la iglesia tras Sebastián.
Recordando el suceso, tuvo claro que tendría que buscar la manera de que eso no sucediera. Para mantenerse fuerte bajaría de nuevo al inframundo. El breve encuentro le había dejado claro la clase de misión que tenía por delante y lo mucho que esa mujer lo debilitaría. No podía darse ese lujo y fallarle al señor de las tinieblas si deseaba seguir existiendo.
El día transcurrió entre reuniones, llamadas, entrevistas. Como bien había observado Baltazar, don Sebastián no era de hablar sino de ejecutar. En previsión a sus requerimientos ya había contratado a un maestro de obra. Era el hombre de mediana edad que se hospedaba también en el bar de don Manuel. Se llamaba Tomás y a leguas se notaba que sabía y conocía muy bien su trabajo.
Baltazar dejó en sus manos la contratación de los albañiles, el carpintero y el herrero. Le dejó la lista de materiales a don Sebastián. Si todo seguía su rumbo, la iglesia estaría reconstruida en menos tiempo del que había calculado. Faltaba el Experto en arte barroco, pero la verdad, Baltazar no creía que al final hiciera falta y no puso demasiado empeño en ello. Estaba deseoso por volver a su habitación y descender al inframundo. Se sentía demasiado débil. Habiendo acordado todo con don Sebastián y Tomás, volvió al bar. Sin prestar demasiada atención a quienes ahí se encontraban, se dirigió directo a su habitación. Se aseguró de cerrar bien la puerta, y en una inspiración se dejó arrastrar.
—Te fue mejor de lo que esperaba, mi fiel Baltazar —la voz del maligno derrochaba cierta satisfacción.
Baltazar se percató de que el maligno no estaba seguro de cual sería el resultado. Eso le preocupaba;hasta el momento él siempre lo había tenido todo previsto.
—No tienes de qué preocuparte, Baltazar —mintió el maligno—. Eres lo bastante fuerte para lograr esta misión. Yo confío plenamente en ti.
La alarma de Baltazar se activó. El maligno le mentía. Lo sabía porque sentía aquella advertencia emocional subyacente, revoloteando en su interior. Era lo bueno de seguir teniendo alma y por tanto, emociones humanas. Las emociones básicas lo alertaban cuando su sentido común le fallaba, obnubilado por la veneración del mal. Eso era lo que lo hacía más fuerte y lo que lo había salvado en muchas ocasiones en combates y atentados del inframundo y, lo que en este momento le advertía que algo más fraguaba el señor de las tinieblas a sus espaldas.
—Gracias , mi señor —Fue lo único que dijo.
—Dentro de doscientas cincuenta y ocho noches Deberás haber cumplido tu misión.
No había titubeo, era una orden clara y explícita. Baltazar hizo cuentas en su cabeza; eso sería unos ocho meses y medio, días más, días menos, contando a partir de esa noche. Le llamó la atención que el maligno le pusiera un límite tan preciso. Nunca se molestaba por el tiempo.
—Es cierto, Baltazar, para mí el tiempo nunca ha sido importante. Es una invención humana muy útil en algunos casos e inútil en otros —Baltazar inclinó la cabeza en señal de asentimiento—. Sucede que dentro de doscientas cincuenta y ocho noches, se dará un evento cósmico que pasa una vez cada mil años.
Baltazar permaneció impasible ante aquella información. Desconocía a qué evento se refería y luego de casi tres siglos, había aprendido la primera lección del maligno: escucha sin preguntar.
—Ese evento me permitirá abrir las puertas del inframundo, liberar a muchos demonios a la vez y causar el caos... La suficiente distracción para que pueda intentar poseer un cuerpo humano y así reinar en el mundo mortal —explicó el maligno, observando atento, la reacción de Baltazar.
—Entiendo —pensó Baltazar, sin mover un solo músculo que pudiese desatar el enfado del maligno. Cuando era más joven lo había experimentado y no era para nada agradable.
Por muy demonio superior que fuese, él no era quien para cuestionar los planes de su señor; lo que sí no comprendía y le generaba gran curiosidad, era el papel que jugaba el alma de aquella mortal.
—Su alma, Baltazar, es la llave que abre la puerta del mundo mortal hacia el mundo celestial. Con esa llave, podría abrir la puerta y enviar directo del inframundo a miles de millones de soldados que luchen y me devuelvan lo que por ley me corresponde —aclaró el maligno.
Baltazar conocía la historia narrada en la biblia católica sobre el origen del maligno y el inframundo. La misma tenía grandes desaciertos, pero algunas cosas coincidían a la perfección.
—Ahora que ya sabes lo que busco, ve, regresa y cumple tu misión.
—Como ordenes, mi señor —murmuró Baltazar, haciendo una reverencia.
Se tardó solo cinco segundos en volver a la habitación. Esa noche tendría mucho en qué pensar y mucho que planificar, si quería satisfacer al maligno en aquella misión.
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