EL ARDID. CAP II (Novela corta)

in #spanish6 years ago (edited)

Apocalipsis mística sol luna y tormenta



CAPÍTULO II

Relámpago en fuerte tormenta nocturna


La noche se había transformado en cuestión de segundos. Muchos habitantes del pueblo se miraban con perplejidad ante la tormenta que arreciaba golpeando con fuerza cada rincón, cada ventanal. Truenos y relámpagos hacían vibrar los anaqueles llenos de vasos de cristal en el bar de don Manuel.

—Qué raro —se escuchó decir en el bar—. Hoy no estaba pronosticada tormenta.

El comentario fue pasando de boca en boca por cada uno de los hombres y mujeres que, por costumbre visitaban el bar.

—Bueno, Manuel, ¡es que no piensas venir a atendernos! —gritó uno de los clientes con la habitual confianza que caracterizaba a los habitantes de aquel pueblo perdido en medio de la nada.

Manuel puso los ojos en blanco. Le fastidiaba que le metiesen prisas, pero cliente era cliente, así que en lugar de ofrecer la típica mirada uraña que solía emplear en esos casos, respondió, eso sí, sin disimular.

—Sí… sí… ya voy, Justino, deja el ansia de tu tripa cañera, que si no protejo las copas y los vasos no tendrás dónde beberte toda la cerveza.

El bar entero estalló en risas.

—¡Calmaré el ansia de mi tripa cañera cuando traigas las cervezas! —respondió el hombre, provocado por la mofa de don Manuel; y haciendo un ademán desenfadado, se reclinó sobre la silla, contemplando su reflejo en el espejo de la pared.

En ese instante advirtió algo que le hizo cambiar a una postura menos relajada. Sebastián llegaba acompañado de un forastero. Supo de inmediato que no era de por allí. Además de no haberlo visto antes, lo delataba la ropa que llevaba; también lo hacía sobresalir su apariencia física.

Era un joven que no tendría más de treinta años; bastante más alto que los jóvenes del pueblo. Sus ojos eran de un sorprendente verde esmeralda; Acechantes como ojos de felino, con aquella mirada arrogante de los hombres que se sienten seguros de sí mismos. Su cabello oscuro como el ónix era abundante y ondulado, mucho más largo que como lo solían llevar los chavales de la región. Su rostro era casi perfecto; parecía tallado a mano con un cincel; y su piel de alabastro le daba un aspecto marmóleo, como esas estatuas que se veían en los libros de la biblioteca. Se veía un poco más fornido de lo habitual, lo que lo hacía imposible de ignorar.

—¡Eh, Sebastián! —vociferó don Justino—, ¿qué cosa has traído contigo?

—Bueno, Justino —respondió el hombre mirándole a los ojos con cierta reprobación—. En primer lugar, no es una cosa. Ahora, respondiendo a tu pregunta, este joven es constructor. Se llama Baltazar.

—Sí, sí, Sebastián ya lo veo, si no estoy ciego. Solo que con esa pinta más parece una cosa ¡que un ser humano! —vociferó de nuevo don Justino al tiempo que estallaba en una carcajada.

Baltazar permaneció impasible. Después de casi tres siglos, aquellas actitudes ya no le hacían hervir la sangre. Algunos seres humanos eran demasiado elementales; no en vano la humanidad estaba involucionando a gran velocidad. Aquel tipo le resultaba irritante , no iba a mentirse respecto a esa sensación. Si hubiese estado con él a solas, le habría hecho tragar sus palabras mientras lo hacía desaparecer de la faz de la tierra, no sin antes torturarlo hasta que él mismo rogara que lo hiciera desaparecer. Pero su objetivo era mucho más importante para andar perdiendo el tiempo con un viejo obeso y calvo, que a estas alturas estaría rogando todas las noches a la corte celestial porque se le pusiese dura unos segundos. Así que, concentrado en su misión, se mantuvo en calma y siguió a don Sebastián al interior del bar.


Bar rústico y colonial


No había mucho que mirar. Era un bar decorado a lo colonial, con madera rústica, opaca por el pasar de los años. En las paredes, alguno que otro espejo acompañaban a un trío de anaqueles de madera tallada, incrustados uno bajo el otro, donde reposaban cantidad de vasos y copas de cristal de diferentes formas y tamaños los cuales estaban siendo retirados en ese instante por don Manuel.

La barra se encontraba al final. Contaba con unos 5 bancos altos de madera. Sobre su superficie, a un lado, descansaba la caja registradora y al otro una televisión vieja, que encendían cuando había algún evento importante o algún partido de fútbol.

—Eh, Manuel; buenas noches —saludó Sebastián—. ¿Lo tienes todo arreglado?

—Sí, sí… todo está listo, Sebastián. Le dije a julia que arreglara la habitación del fondo esta mañana —Baltazar permaneció quieto, mientras era excrutado por Manuel sin disimulo.

—Supongo que tú eres el nuevo constructor que ha contratado Sebastián, ¿no?

—Sí —afirmó, sosteniéndole la mirada.

—Bueno, chaval, tienes gran trabajo por delante —comentó el hombre, alzando con cuidado una caja—. La iglesia necesita algo más que una manito de pintura, por no decir que necesita ser reconstruida —Dijo Manuel, caminando hacia la trastienda, entrando en un cuarto pequeño que de seguro haría las funciones de almacén.

Aquella revelación dejó a Baltazar desconcertado.

—¿La iglesia? —pensó, disimulando su sorpresa—. ¿Voy a reconstruir una iglesia?

Durante toda su existencia como demonio, Baltazar había desempeñado múltiples actividades y oficios. Se había hecho pasar por muchas personas, adoptando perfiles diferentes: ejecutivos, médicos, policías, profesores, bomberos y un largo etcétera; pero jamás constructor y mucho menos restaurador de iglesias.

—Pero ¿en qué cabeza cabía? ¡Un demonio superior trabajando en una iglesia! —los pensamientos de Baltazar giraban en un torbellino de furia que sería mejor controlar. Lo peor que podía pasarle en este momento es que su fachada se viniese abajo por una grieta en su temperamento.

A diferencia de otros demonios y criaturas inferiores, él podía entrar sin problemas a recintos de ese estilo. Había estado en mezquitas, sinagogas, y un sin número de templos. En términos de la lucha entre el bien y el mal, los templos eran considerados territorio neutral; por lo cual, muchas veces se realizaban allí encuentros o negociaciones entre ángeles y demonios. Así que para Baltazar no representaba mayor inconveniente pisar una iglesia; ¿pero reconstruirla? Eso sí que le parecía fuera de lugar.

Sebastián carraspeó un par de veces, observando al joven de soslayo. Esperaba que Manuel no le hubiese espantado el entusiasmo con aquel comentario. Es verdad que la iglesia necesitaba un buen trabajo, pero manuel siempre había sido muy exagerado.

Baltazar parpadeó y ofreció una de sus mejores sonrisas. Lo que menos le interesaba era despertar sospechas de su patrón.

Sebastián condujo a Baltazar a través de un estrecho pasillo que daba al fondo del local. Al final del pasillo se llegaba a un pequeño patio. Alrededor de éste, se observaban varias puertas que, Baltazar supuso eran habitaciones de alquiler.

—Sígueme por aquí, chaval —indicó don Sebastián haciendo un gesto con la mano.

Baltazar asió con fuerza su maleta y lo siguió a corta distancia.

Atravesando el patio de norte a sur, se encontraba la habitación que le habían asignado.

—Bueno, allí la tienes. Te dejaré a solas para que te acicales y descanses, ¿vale? —Baltazar aflojó el agarre de la maleta mientras observaba al hombre abriendo la puerta—. Cualquier cosa que necesites, pídela con toda confianza… dúchate si quieres y nos vemos en una hora en el restaurante que está dos calles más atrás para comer algo y afinar los últimos detalles ¿te parece?

—Sí, gracias —dijo Baltazar—, en una hora nos encontraremos allí.

—Vale —respondió don Sebastián, girando sobre sus pies con gran agilidad.

Baltazar se sorprendió un poco pero supo ocultarlo. Para la edad que debería tener aquel hombre, era bastante ágil. Lo vio cruzar el patio y hacerle un gesto de despedida con la mano, antes de regresar al bar.


Cama doble con almohadas y manta en habitación de posada


Tras entrar, cerró la puerta empujándola con el pie. Al escuchar el suave clic, pasó el pestillo y se relajó. La habitación no era muy grande, pero contaba con todo lo necesario, incluyendo un baño privado. En realidad todo eso a Baltazar le tenía sin cuidado; como demonio superior no tenía que satisfacer sus necesidades como hacían los mortales. Comía y dormía poco, no sentía cansancio ni se enfermaba y podía controlar su deseo sexual, cosa que algunas criaturas no hacían; a fin de cuentas no le gustaba que su voluntad dependiese de su polla. Lo que sí requería era bajar con cierta frecuencia al inframundo para fortalecer su poder alimentándose de la fuente de todo mal.

Aprovechando la privacidad que le ofrecía su habitación, Baltazar se dispuso a bajar al inframundo. Se sentía algo incómodo con la idea de restaurar la iglesia del pueblo, para que negarlo. Además de exaltado por la última revelación, necesitaba centrarse en su misión y quería preguntarle al señor de las tinieblas más detalles sobre esa mujer.

Cerrando los ojos y con una fuerte exhalación, en segundos estaba ya frente a la fuente de todo mal.

—Mi señor —dijo Baltazar haciendo una ligera reverencia—. Disculpa que haya venido tan pronto, pero necesito algunas respuestas.


Demonio en el infierno


—Ya te esperaba —respondió el maligno con suficiencia—. Deseas saber porqué has de restaurar esa iglesia —A Baltazar no se le escapó el tono de ironía de su señor, pero prefirió no sacar conclusiones precipitadas.

—Sí, así es, mi señor.

—El motivo es simple. Ella pasa allí la mayor parte del tiempo —explicó—. Además, siendo territorio neutral, ningún ángel podrá intervenir y tendrás menos obstáculos que saltar —Concluyó, dejando notar la satisfacción que le producía pensar en lo brillante de su plan.

Baltazar permaneció en silencio, sopesando aquella información.

—¿alguna otra pregunta? —Baltazar negó con la cabeza—. Siendo así, regresa y continúa con tu misión. Y recuerda: no admitiré fallos.

Baltazar se inclinó como siempre y en un abrir y cerrar de ojos se encontraba de regreso en la habitación. Con la nueva información sobre su misión, decidió que sería mejor ponerse en marcha. Tronó los dedos y la habitación cambió en un instante. La ropa ocupó el pequeño armario; había implementos de uso personal en el baño y la toalla colgaba húmeda en el barandal.

Dada la noche tormentosa, se puso botas montañeras y una camisa de lana y mangas largas que iba a juego con la cazadora también de jeans que llevaba en las manos cuando bajó del tren. Dio el último vistazo de aprobación a toda la escena y se dispuso a ir a cenar con don Sebastián.

Continuará....


¡Gracias por visitar mi blog!

Espero que hayas disfrutado esta nueva entrega y que vuelvas pronto.

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¡Hasta la próxima!

Las imágenes que acompañan este texto han sido tomadas de PIXABAY.COM

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excelente hale. Demasiado buena tus historias!

¡Muchas gracias!

Espero que te sigan gustando los capítulos.

Un abrazo fuerte, fuerte.

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