¿Por qué?

Tendría yo alrededor de 16 años la primera vez que me aventuré a ver Dr. Strangelove. Estaba entusiasmado y animado por esa chispa que había iniciado ya el cine en mí, después de ver por primera vez Pulp Fiction (de ella hablaré en otra ocasión, quizás). Llevaba días leyendo sobre el gran Kubrick, y después de haber visto A Clockwork Orange, The Shining, y 2001, sin haber entendido muy bien ninguna de las anteriores, pensé que era momento de ver la película que muchos consideraban su obra maestra: Dr. Strangelove.

Así fue que la ví y... qué sorpresa me llevé cuando me topé con una película diametralmente opuesta a lo que esperaba.

¿Y qué esperabas, Gabriel?

Casi todos los reviews que había visto hablaban maravillas de la película en cuanto a filme de humor negro, y pensé que iba a ser una película hilarante, con escenas de comedia bien elaboradas y cuyos disparates me harían reír hasta no poder más. En su lugar, vi una película sobre un pana que había enloquecido, y que en medio de su locura por creer que los comunistas estaban envenenando el agua (nuestros fluidos, como dice él mismo), provoca el fin del mundo... sin querer.

Absurdo.

Jack D. Ripper, el pana en cuestión.

Si bien suena como una historia hilarante, a mí no me pareció así en principio. La película estuvo muy lejos de gustarme, apenas si pude llegar a apreciarla, y no entendí por qué tanto hype con ella, por qué tanto aprecio. Ni siquiera intenté obligarme a que me gustara (cosa que hacía un poco en ese tiempo y que dejé de hacer mientras iba creciendo), sino que sólo la dejé ahí.

¿Y qué pasó?

Nunca dejé de ver películas. Seguí viendo, estudiando, analizando y -sobre todo- enamorándome cada día más del cine. En medio de todo, y con un cortometraje grabado, del que les contaré después, siento que maduré muchísimo a nivel artístico, y eso me llevó a comenzar a apreciar distintas cosas del cine, su complejidad, sus historias, la fotografía, el uso de la música, las actuaciones, y todos los elementos que conforman este precioso arte.

Y así fue que decidí que era momento de comenzar a revisitar viejas obras que había visto, para que con toda esta experiencia que había ganado, obtener una mejor visión de todas ellas.

Y vaya que ha funcionado.

Revisitando Dr. Strangelove

Fue ayer que finalmente pude volver a ver la película. Sabía que no podía dejarme guiar por la baja impresión que tenía de ella, sino que debía verla desde cero, con un nuevo ojo crítico. Y eso hice. Definitivamente, funcionó. Comencé a detallar muchísimo más de la película que sólo los efectos especiales (bien hechos para su época, pero que envejecieron mal, hay que aceptar), sino apreciar también las interpretaciones, los diálogos, y el humor.

La vida es absurdamente dura para los soldados americanos.

El humor de la película es absurdo. Absurdo y sutil, aunque explícito, y quizás esa sutileza fue algo que mi yo de 16 años no supo entender, o que directamente no le dio risa, pero que mi yo de ahora sí supo apreciar. Me topé con una gama de personajes que grita a los cuatro vientos que todos somos unos inadaptados y que ninnguno es mejor que el otro; que nadie tiene la razón y que -en su momento- rusos y norteamericanos eran dos facetas de lo mismo, dos bandos que estaban tan enfocados en tener la razón, que les daba igual que el mundo estuviera a punto de terminar, porque igual debían continuar las labores de espionaje.

El embajador Ruso, segundos antes del fin del mundo, tomando fotos de la Sala de Guerra.

Más allá del humor, la película configura una profunda crítica hacia nosotros mismos, hacia el rol del humano en medio de las guerras y, sobre todo, ante un escenario apocalíptico. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si supiéramos que el mundo está a punto de acabar? ¿Nos entusiasmaríamos ante un posible escenario en que tengamos que dejar atrás la monogamia para la supervivencia de la raza humana? ¿La eugenesia sacaría a flote nuestro lado más nazi, tal y como sucedió con Dr. Strangelove? Porque mientras planteaba su perfecto plan de selección para elegir sólo 100.000 seres humanos para sobrevivir, su pasado-no-tan-pasado sale a relucir de una manera más que palpable, mein führer.

Las actuaciones son estelares, George C. Scott hace el papel del General 'Buck' Turgidson un sujeto absolutamente despreciable, incapaz de ver más allá de su doctrina y de la mujer que lo espera en casa (dato: no hay ninguna mujer en la sala de guerra, el machismo imperante de la época que sigue activo hoy en día), Slim Pickens como el Mayor T. J. 'King' Kong te hace creer su espíritu luchador texano y meramente norteamericano, Sterling Hayden como el General Jack D. Ripper representa su rol de una manera tan absurdamente seria que sencillamente es hilarante... y Peter Sellers.

De izquierda a derecha, los tres papeles de Sellers: Lionel Mandrake, Dr. Strangelove y el señor Presidente (izquierda).

Sellers sencillamente es la estrella de la película. Sus actuaciones con los tres papeles son sencillamente espléndidas, creíbles, majestuosas, y cualquier adjetivo que puedas imaginarte. Como Mandrake, hace de aquel hombre atrapado en fuego cruzado, mediador, y que está consciente de que lo que está sucediendo está más allá de sus capacidades. Como el doctor, hace de un sujeto tan inverosímil como creíble, nazi hasta los tuétanos y con una mano que merecería su Óscar propio [2]. Y como el Presidente... bueno, basta con ver su conversación con Dimitri: