“Asumir la majestad es una de nuestras imposibilidades. Jamás hemos aceptado el drama extremo del poder”. Estas palabras fueron dichas por José Ignacio Cabrujas en 1987, 27 años después siguen vigentes, pues el venezolano aún no ha logrado entender el poder que nos domina y el poder que tenemos. No sé si será por miedo o porque nuestra espontaneidad, “joda” o el simple hecho de saber quiénes son esos que están al poder nos hace pensar que “el hijo de estelita y el chichero de la esquina” puedan ser capaz de llegar a tanto. Aunque en el fondo sabemos que si puede llegar a eso y mucho más, pero esperamos que no pase, mientras callamos, sonreímos y seguimos siendo los característicos venezolanos.

“El venezolano podía perder la libertad pero jamás la igualdad”, nosotros entendemos la igualdad como ese punto donde ni tú eres mejor que yo, por más poder que tengas, yo sé quién eres, de dónde vienes y qué clase de basura eres. Poniendo esto en la actualidad, creo que efectivamente, el éxito de todo este show político ha sido ese, tal vez nos estudiaron demasiado y se siguen aprovechando de esa idea común en nuestra sociedad, ofrecerles “igualdad” a cambio de un poder casi indestructible porque tal vez la nobleza de este pueblo, no les dejará ver que terminarán viviendo en una jaula.

Como país aún nos falta entender el peligro que hay en darle tanto poder a “el hijo de Estelita y el chichero de la esquina” porque lo conoces de chiquito, o porque es el amigo, de la amigo de tu amigo y todos lo conocen. Un ejemplo muy común, es la elección de un alcalde, hombre de pueblo, tú lo conoces, sabes que no es más que un corrupto, un vividor, flojo, que camina por encima de la basura de la comunidad pero es incapaz de levantarla, pero es tu vecino, entonces votas por él y le buscas votos, “Voten por fulanito que es mi amigo, lo conozco de chiquito”. Todo esto porque no entendemos de poderes, sabemos de igualdades o por lo menos tenemos una forma peculiar de entenderla.

Al fin y al cabo, todos sabemos lo que pasa, intentamos aparentar que no pasa nada, que la constitución se cumple, que todo funciona y estamos tranquilos pero no engañados, estamos medianamente conscientes de lo que sucede, pero demasiado renuentes a comprender el poder. En todo caso, entendemos porque todos tenemos un poquito de eso, una sociedad demasiado amigable, tanto que ciertas veces raya en la corrupción por mínima que sea, como cuando le llevamos el chocolate a la secretaria para que nos pase primero o cuando te inventas un dolor para no hacer la cola en el banco. Al final terminan cambiando los gobiernos, pero nosotros seguiremos siendo demasiado venezolanos.