Lentas revoluciones te ocultan en el centro de la espiral de una caracola escayolada, entre el manto sombreado del espacio. El viejo paisaje displicente huye de las zarpas de lobo estepario. El augurio de Botticelli, “El nacimiento de Venus”, se refleja sobre el silencio blanco de tus versos ausentes. La corriente del firmamento evapora la espuma de tu café. La calma contiene al océano vorágine; mantiene estático este fotograma. ¿Qué haces mirándome con este ridículo sombrero? La piel del animal y el tono gris de los ciclos gélidos anhelan abrir el sortilegio del beso.

     Estorban las mesas, las paredes. Estoy hastiado de la felicidad. Episodio íngrimo entre varias capas que no detienen el frío. Doy pasos al vacío. El recorrido asciende el detalle sobre tu labio magenta, vikingo. La noche eterna al fin ha llegado. Su melodía astrológica en la gota de rocío muestra la fuerza de tu mirar. Sobre un papel violeta he dibujado otros ojos que provienen de ti. La palma de tu mano alimenta la flor blanca. El espejo se afana en revelar los brazos cruzados de Mona Lisa. Qué todo se ahogue con el pretexto de ser el poeta.

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